jueves, 17 de marzo de 2011

Sobre MI VIDA DESPUÉS

El viernes fui a ver MI VIDA DESPUÉS, de Lola Arias, a La Carpintería (Jean Jaures 858; tel 4961-5092). Últimas funciones, viernes 20.30 hs.

El último de los biodramas

Mencionado varias veces en este blog, el célebre criterio de programación que rigió la Sala Sarmiento del Complejo Teatral de Buenos Aires durante fines de los noventa y principios de los dos mil planteaba quebrar, eludir o poner en tensión la línea que separa la vida real de la ficción (y cuando digo la “vida” no digo “lo” real, en genérico, sino aquello que tiene de Bio). Historias verdaderas, relatos autobiográficos encarnados por los actores, personas “en persona” atentando contra el concepto/máscara de personaje cundieron y pulularon por las salas oficiales y alternativas de nuestra ciudad durante más de una década. En este blog, sin ir más lejos, baste recorrer reseñas de los últimos dos años y medio: un biodrama exógeno como Elsa¸la notable Escoria, el biodrama propiamente dicho Fetiche, la superproductiva Open House o, la más profunda y lograda, El pasado es un animal grotesco son una muestra fehaciente.

Mi vida después es, creo, el último de los biodramas, el que reúne la manifestación formal en su epígono (el remanente de las biografías privadas dramatizadas) y las sumerje en lo no dicho de la historia social, de su política, de sus traumas. Es el canto final, el ápice y el fin. Dicho en una fórmula: al último de los biodramas solo le quedaba recurrir al tema político para regresar a la política. Y eso, además de aniquilarlo, lo convierte en el mejor.

La vida es una promesa de muerte

Se trata (en el apogeo de la era kirchnerista) de las vidas de los 70. Se trata de lo que durante los ochenta y los noventa fue solo el hórrido territorio oscuro de la muerte y el trauma. Se trata de los hijos de los muertos y de los victimarios. Se trata de nosotros.

Síntesis argumental

Me permito citar: “Seis actores nacidos en la década del setenta y principios del ochenta reconstruyen la juventud de sus padres a partir de fotos, cartas, cintas, ropa usada, relatos, recuerdos borrados. ¿Quiénes eran mis padres cuando yo nací? ¿Cómo era la Argentina cuando yo no sabía hablar? ¿Cuántas versiones existen sobre lo que pasó cuando yo aún no existía o era tan chico que ni recuerdo? Cada actor hace una remake de escenas del pasado para entender algo del futuro. Como dobles de riesgo de sus padres, los hijos se ponen su ropa y tratan de representar su historia familiar”.

El tabú del enfrentamiento

La escritora Elsa Drucaroff concibió a mediados de los 90 el concepto de “tabú del enfrentamiento” para la literatura argentina de aquella década. Sintetizándolo: en la memoria social post dictadura, toda confrontación (de ideas, de cuerpos) es un “enfrentamiento” y, como todo enfrentamiento contiguo al terror, remite a un enfrentamiento armado y conduce a la muerte. Pensar es confrontar. Manifestarse. Combatir. Es decir: ser aniquilado. El terror impuso, pues, un freno a la consciencia activa: pensar, discutir, debatir, enfrentarse, equivale a morir.

La literatura, el teatro, el cine de aquellos años le temen al enfrentamiento. No pueden hablar, no pueden, por ejemplo, ni siquiera mencionar la lucha armada. No pueden tampoco oponerse; se autocensuran o se condenan de antemano; como la posición final de la cámara en la película La noche de los lápices, quedan atrapadas tras las rejas desde donde mira, desesperanzadamente, el fin de la historia.

Tenía que aparecer una nueva generación que no cargara con el fardo psicobolche del gesto vacío, de la copia desgastada de sus compañeros mayores, desaparecidos. Tenía que iniciarse, a mediados de los noventa en secreto (y como una eclosión colectiva tras el 2001) una literatura que hablara de ese tabú parándose en otro lado, señalando el silencio o simplemente nombrando lo innombrable, sin culpa ni vergüenza: señores padres biográficos y putativos, los derrotados fueron ustedes. Nosotros hablamos desde otro lugar, de otra cosa.

Ese modo de hablar, ese modo de deshacerse del mandato de permanecer, encuentra su contracara biográfica a fines de los 2000 en esta excelente puesta en cuerpo de lo biográfico: los hijos, ya independientes, ya padres, ya autónomos, pueden teatralizar, exhibiendo la ficción (no trasvistiéndose de militante en un pasillo de Letras a fines de los ochenta), a sus padres guerrilleros, apropiadores, curas, exhiliados, desaparecidos.

Postales Post 2001

Las imágenes son inteligentes. Sensibles. Graciosas. Destellan.

El uso de la autobiografía convierte el recital en ceremonia, el relato en testimonio e interrogante. El viejo biodrama se mira a sí mismo y dice: “de esto nos faltaba hablar”. Y expone, retroproyecta, retroalimenta, sus tesoros, objetos reales, niño.

No tiene progresión. No tiene “curva”. No obstante, tiene intensidades: desde la batería desaforada que convoca en modo “furia” la energía de las generaciones a la ternura del relato de los sueños. Un malambo for export, para Alemania, es también el cuerpo argentino de un descendiente de los Lugones. Es una marcha peronista. Es la tortuga, gran personaje, que predice que no habrá revolución en Argentina; es el tiempo que engulle la vida y conquista seis pies de tierra americana…

Cuando muera

Cuando muera será así (como a mí se me ocurra, como yo quiera). Veré así. Seré esto. Puedo decirlo. Porque soy. Imagino lo que ustedes fueron, dice esta generación. Lo recreo en mi mente; no finjo serlo.

Elsa Drucaroff fue a ver la obra conmigo. Dijo que esas vidas estaban marcadas, casi atrapadas por las épicas tragedias de la historia. No me parece. Las generaciones de los ochenta y principios de los noventa, las generaciones pre-Memoria Falsa, no podían actuar (en el sentido actoral), no podían ficcionar, no podían re-presentar. Sólo disfrazarse (trasvestirse, decía por esos años Drucaroff) y esperar. Las nuevas dicen, bailan, doblan, cantan, representan.

Luego salen del teatro y viven.

Nosotros también.

La cámara presa del lado de adentro de la noche de los lápices ha sido abandonada.

………

PD. Laura G, ¿qué es el “salto cuántico”?

miércoles, 9 de marzo de 2011

Sobre GENEALOGÍA DEL NIÑO A MIS ESPALDAS

El domingo fui al estreno de GENEALOGÍA DEL NIÑO A MIS ESPALDAS, dirigida por Vilma Rodríguez, a NoAvestruz (Humboldt 1857 / reservas: 4777-6956). Domingos a las 17.30

Lo breve

La reseña anterior hablaba de una obra cuyos propios realizadores designan como “diminuta”. Diminuta ceremonia poética para 25 personas, transcurre en la habitación del fondo de una bella casona, un domingo a la tarde. “Rosa Brillando”, escribía yo hacia el final, “hermosa, sensual, sutil invocación, se inclina sobre su propio decir”. Un decir femenino, una invocación de placeres y presencias.

Como espejo invertido, Genealogía del niño a mis espaldas, sin conocerla parece comentarla. Es también una obra breve, a su modo poética. No dura más de cuarenta minutos y transcurre un domingo a la tarde en un espacio lleno de encanto. Se inclina también sobre su propio decir; un decir masculino, una invocación de dolores y ausencias. Desde lo interior, Buenos Aires parece tener ahora lugar para estas pequeñas piezas de encantamiento.

Mi hijo, mi padre, yo

Una década atrás quizás no había tal espacio. La primera puesta en escena de esta obra, dirigida por Vilma Rodríguez, vio la luz en el Festival del Rojas más de diez años atrás, dentro de un ciclo que tenía como antecente aquel “género chico” curado por Rubén Szuchmacher, para cuya convocatoria escribí la pieza de un tirón un domingo a la tarde. Yo no era padre aún; el “niño a mis espaldas” parecía ser, a todas luces, yo mismo.

Ahora, esta misma tarde, el pequeño Vicente agita y aporrea desde el útero la panza de Carolina y no la deja en paz. Mi hijo varón nacerá a fines de abril o principios de mayo. Para él y para aquel niño que fui, para el varón que sin dejar de mirar a su padre espera ser llamado papá por otro hombre, para los padres y madres que fueron y los que vendrán, para toda nuestra niñez, para las reflexiones y las lágrimas del estreno, esta nueva –yo diría, perfecta - puesta de este pequeño clásico.

Síntesis argumental

S.Rz recorre un personal y mítico zoológico, de cuyas jaulas y senderos destila teorías: la transmigración de las almas y la evolución de las especies. Pero tiene un niño a sus espaldas. ¿Quién es ese niño? ¿Su hijo? ¿Él mismo? ¿Un extraño? La infancia, la identidad, la invisible presencia de la muerte se filtran en las grietas de este sutil haiku teatral, pequeña pieza de colección que se reestrena diez años después de obtener el Primer Premio del Certamen Metropolitano de Teatro 2000.

La infancia

Oh, la infancia. Esa temible región naif.

El niño Oscar Ferrero

Genealogía del niño a mis espaldas tiene dos personajes. Uno es un niño. Años atrás, en España, presencié una lectura de la pieza interpretada por dos mayores; el niño, como S.Rz., lucía canas. El efecto (el afecto) del espejo era conmovedor, e inclinaba la interpretación hacia una lectura de la propia identidad. Pensé hasta este domingo que un actor niño no tendría tal vez recursos suficientes para crear o transitar las situaciones sugeridas por el recorrido.

Oscar no solo crea y transita, sino que ilumina zonas que mi prejuicios de autor no habían llegado a imaginar. Para él, todo mi asombro.

El gran Javier Rodríguez

Un actor para el mundo.

Según pasan los años

La obra es una hermosa apuesta actual y también es un homenaje, una mirada retrospectiva. El mismo Federico Marrale re-compone la partitura musical; el mismo Gabriel Caputo hace las luces. El mismo Javier Rodríguez entona a S.Rz, la misma Vilma dirige. La obra parece casi idéntica a lo que fue, pero no lo es. Nuestra prepotencia casi adolescente de una década atrás ha cedido, creo. Creo, como dice Vilma, que ya no somos tan “cancheros”. Creo que aceptamos que ciertas cosas conmueven. Creo que ha llegado para Genealogía el momento justo. Esta pequeña reseña del blog no tiene nada técnico. Es lo que puedo hacer desde la emoción también. Agradecer y recitar, con mi niño en las espaldas, en “voz alta y titubeante”, este poema, para todos ustedes:

El Haiku

Ciruelo de la orilla,
¿de verdad se lleva el agua
tus hojas reflejadas?