El arte y la causalidad
(y la política)
El chiste decía más o menos esto: en un
laboratorio, un científico observa la conducta de una araña. Le dice: “¡caminá!”,
y la araña camina. El científico le arranca una pata y le ordena: “¡caminá!”, y
la araña camina. El científico anota la conducta, luego le arranca otra pata y
le vuelve a ordenar que camine. Y la araña camina. Así, le va a arrancando pata
tras pata, haciéndola caminar, y anotando en su libreta. Al llegar a las
últimas, el esfuerzo de la araña se intensifica, pero igual lo logra. El
científico anota. Le arranca la antepenúltima pata. La pobre araña se esfuerza,
con sus dos patitas remanentes, y camina. El científico le arranca una más. Le
ordena. La arañita, penosamente, arrastra el cuerpo traccionado desde su último
miembro. El científico anota. Le arranca la última pata y le ordena: “¡caminá!”.
Nada. “¡Caminá!”. Nada. La araña no se mueve, no tiene con qué. “¡¡Caminá!!”, le
grita el científico, ofuscado, muy de cerca. Espera. Resopla. Se levanta y
anota en su libreta: “las arañas sin patas son sordas”.
Por supuesto, la historia de la causalidad es, básicamente,
la historia de la interpretación del vínculo entre acontecimientos diversos. De
esos vínculos trata la Historia (así, con la mayúscula del nombre propio), pero
también, exactamente de lo mismo, trata la mitología. De esos vínculos trata la
ciencia, la astrología, el I Ching y la física cuántica. Es probable que la
araña despojada de sus patas no camine porque no tiene con qué. La correcta
interpretación de esa causalidad puede regir una decisión, incluso una postura
política. En una obra de teatro y en la turbulenta historia de la humanidad, es
probable que la araña, además, sea sorda.
El día que la
historia se detuvo
Dos grandes ideas (la grandeza es una impresión puramente
subjetiva, y por eso la sostengo) articulan
La Terquedad, del querido Rafael Spregelburd. Una es formal, en el único
sentido en que vale la pena serlo: implicando un sentido. El protagonista de
esta obra, personaje central con quien uno incluso se sentirá cercano
afectivamente, es un fascista, no un republicano. La incomodidad, la
dislocación de los lugares comunes del buen pensamiento “progre” que nos
sostiene en la platea, son reveladores. Por supuesto, los personajes no son
sólo una fascista, un editor acomodaticio, una mujer despechada, un cura
enamorado, y por eso podemos empatizar. Pero hace falta un enorme talento para
construir una vasta obra sobre la premisa de empatizar con “los malos”, y que
sea aceptada por el espectador.
La segunda idea es temática, es casi una tesis en
el antiguo sentido del realismo social, estallado por los aires una y otra vez
por el exuberante juego escénico, espacial, temporal y lingüístico de la pieza:
la Historia de la Humanidad, como posibilidad de progreso, o de redención, o de
revolución, o de mera posibilidad de supervivencia (a la catastrófica y terminal
actualidad del mundo me remito) terminó el último día de la Guerra Civil
Española. Y terminó en fracaso.
El resto es un oscuro pozo reiterativo y mortal, un
final de fiesta fantasmal y ajeno a la verdad, del cual parece no haber retorno.
Síntesis
argumental
En la casa del comisario fascista de un pueblo de
Valencia, en las postrimerías de la Guerra Civil Española, los nombres de
cierta gente (o de ciertas cosas) pueden trocarse por vidas. O por muertes. O
por tierras. O por bienes. El lenguaje es un pozo oscuro, secreto e incierto, que
no ha dejado de emitir los furiosos estertores de una agonía, mientras los
hombres buscan la lengua que tal vez pueda dar cuenta de todo, para que este
horrible todo no quede condenado a volver.
Las variaciones
La Terquedad es una obra de variaciones de “punto de vista”, literalmente. Los mismos
65 minutos se reiteran tres veces, desde tres ángulos distintos, lo cual
permite percibir, en cada “pasada”, aquello que estaba oculto a la mirada de la
pasada anterior. El efecto acumula y deconstruye. Acumula información para
postular una nueva serie causal: aquello que interpreté, desde el primer punto
de expectación, como un vínculo causa efecto en cierto sentido, con la segunda
vista se desarticula y se reorganiza y me aparece otro.
El déja-vù como
estructura
Como toda obra sustentada en las variaciones, la
estructura fractal permite que incluso un personaje explique o insinúe cómo
está siendo operada la estructura mayor del conjunto, en una pequeña escena que
se repite, con su explicación. Se dice que un déja-vù, ese fenómeno psíquico
por el cual tenemos la fuerte sensación de haber vivido un momento, proviene de
un desfasaje del tiempo/espacio a nivel impulsos eléctricos del sistema
nervioso central: el lapso que tarda una percepción en ser decodificada se
disloca; el cerebro codifica la percepción antes de recibirla, asume sin saber
que lo que está por percibir ya lo percibió. La inversión de la temporalidad
causal (las causas no necesariamente estarían antes que las consecuencias), la
dislocación del espacio y la caída de las certezas científicas en actos de mera
fe son, en el fondo, un microcosmos de milésimas de segundo desplegados en tres
horas diez minutos de gran teatro.
Bonus track (por tres)
El Teatro
Nacional
El riego de spoilear la obra me detiene aquí en las
reflexiones. Ciertamente, tres horas de espectáculo teatral no pueden caber en
un post de dos carillas. Mejor así. No obstante, tiro tres bonus tracks y medio,
celebrando.
El primero dice: ningún otro teatro en la actualidad porteña (que es la que conozco,
teatralmente hablando), puede contener y ofrecer La Terquedad. El teatro comercial, por obvias razones de
costo/beneficio. Para armar un elenco inmenso con una escenografía enorme y un
despliegue de tres horas de teatro de texto hay que remontarse, y con mucha
dificultad, a Agosto, aquella producción de 2009 reseñada en este blog (http://la-diosablanca.blogspot.com.ar/2009/05/sobre-agosto-de-tracy-letts.html)
que, como todas las producciones comerciales de cierto riesgo, necesitó primero
tener la garantía de un “éxito” de taquilla americano, europeo, y jugar con esa
sucursalización.
El teatro alternativo de pequeño formato tampoco
podría contenerlo, aunque sería más probable, y tal vez alguna vez lo haga (siento
que una versión de cámara, palabra por palabra, de esta Terquedad, será un buen
homenaje).
Y el teatro oficial, finalmente…
Nueve años de administración anti-cultura lograron
destruir el emblema de nuestro circuito oficial: el Teatro San Martín, y por
extensión, el enorme Complejo Teatral de la Ciudad. Que en paz descanse, y que
alguna vez resucite de estas cenizas.
Gracias, por lo tanto, al querido Teatro Nacional
Cervantes, por sostenerse durante años, y por jugarse a renovar así, con todo
el riesgo y la pasión, este derecho a la cultura.
Segundo bonus.
Solemnes y
Gobernori
La instalación de lo que llamaríamos “la trama”, o
la primera trama, su prehistoria, sus personajes, le lleva a La Terquedad unos, digamos, cuarenta
esforzados minutos. Sabemos de quién se trata y nos preguntamos, en cierto
momento, dónde está el Rafa de Spam,
de Apátrida y de Todo. Todo el peso de una instalación retórica, histórica, alusiva,
parece hacer ruido, y preguntas. Y entonces, casi como en homenaje al ciclo de
lo prohibido, cuyo mal es “lo solemne”, entra Santiago y rompe el molde. El
ruso se entrevera con el valenciano y la alocada fascinación de la lingüística
pone de pie al viejo Esperanto vs el novedoso Katak, en un nuevo round spamódico de esa lucha que lleva
décadas, y que esperamos que nunca se agote.
Y en el minuto
veinte Gamboa sale a la cancha
Dada la destrucción de los grandes espacios
teatrales del circuito público (la Martín Coronado, la Casacuberta, el Alvear),
y dada la abundancia resistente del teatro de pequeño formato que durante los
últimos veinte años produjo lo mejor de la teatralidad de esta ciudad, nuestros
magníficos actores juegan de “visitantes” en el gran espacio de la María Guerrero.
Habitar sus dimensiones y sus expectativas, convivir con sus fantasmas, es ya
una operación política. Como tal, celebramos el esfuerzo. Sus resultados se
verán con el tiempo. Así y todo se destacan Velázquez, Garrote, Raiola, Rotaveria. Pero ver
a Pilar Gamboa, actriz de cuerpo menudo, de enorme precisión y vocecita chillona,
desplegar tal potencia en todos sus detalles, permite el gozoso disfrute del
optimismo.
El mundo hindú
y la turbulencia
Un médico ayurvédico al que consulto, ducho en tradiciones
orientales, me deslizó la idea de que la completa/compleja causalidad de los
acontecimientos de mi vida (de cualquier vida, digamos) es inabarcable para nuestra
parte racional. Sencillamente, no tenemos ni podemos tener toda la información
necesaria; y si en una hipótesis casi infinita, la tuviéramos, no podríamos
procesarla.
Spregelburd, autor excesivo, toma una hora de un
día del final de una guerra y la abre, reiterándola y variándola, en tres
ambientes de la casa: el patio, el sala, la habitación. El final del recorrido
es irracional: las muertes no tienen sentido, no sólo porque nadie puede
enunciarlo, sino porque la causalidad ya ha estallado.
Y sin embargo se mueve.
Larga vida a
La Terquedad.
Brillante comentario, Apolo. Desmenuza, desintegra y rearma la obra sin spoilearla. No sé qué esperan los medios para tenerte en sus secciones de espectáculos.
ResponderEliminarQuerido Apolo: Leo con enorme placer tus elucubraciones. Echan luz donde hay demasiada sombra y sombrean allí donde la luz ciega demasiado. Gracias por acompañarnos en esta obra que nos ha llevado tanto tiempo, tanta vida y tantas expectativas.
ResponderEliminarIgnacio Apolo, una vez más, una nota impresionante. Sobre una obra impresionante, es cierto.
ResponderEliminarMaravilloso análisis para maravillosa obra. Chapeau x 2, quedé anonadada. Bea Pustilnik.
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