El domingo fui al estreno de TERCER CUERPO, de Claudio Tolcachir, en Timbre 4.
Algo personal
Tengo vista a esa mujer. La tengo presente como un fantasma realista entre mi propia gente: en ciertos recuerdos de familia, en la bedelía de la facultad, en un negocio del barrio. Vive y mira y siente por mí y por los demás, porque está en mí y se refleja desde mí en los otros. Es siempre una tía –nunca una hermana o una madre–. Le cuento algo medio feo y dice “no hay mal que por bien no venga”. Dice “ay, qué divino”. Dice “por algo no se dio”. Dice “vistes” en lugar de “viste”. La tengo vista y me da miedo. Miedo y ternura y un poco de risa al mismo tiempo.
Y me pregunto: ¿por qué yo, con la alta idea de mí mismo que tengo y llevo a todas partes, podría temerle a ese personaje? Y me respondo: porque es un personaje que asume por mí el lugar de lo banal, lo débil, lo moral y lo patético. Porque lo aleja. Porque me salva. Porque el terror es sentir, saber que me pertenece.
Kafka y la tradición costumbrista
Llama la atención de inmediato, antes de que empiece la obra, el espacio escénico de Timbre 4 plagado de estantes, biblioratos, archivos, carpetas de expedientes y escritorios: los viejos, típicos, densos escritorios de “la oficina”.
Es claramente “la” oficina; no la nuestra sino aquella, la de ayer, la emblemática, la costumbrista. Mucho agua bajo el puente pasó desde los días en que el teatro se pensaba a sí mismo como reflejo de los pequeños avatares de una clase social que, a su vez, se veía como emblema de la gente. La pequeña vida de clase media –la del empleado público gris; la pequeña vida de lo común– era un cuerpo vivo a cuestionar: el cuerpo que se mantenía a flote sobre sus pequeñas ilusiones, inconscientemente a la deriva, siempre a medio sumergirse, y siempre mirándose a sí mismo. Mucho agua pasó e inundó ambas historias, la teatral y la social, y aquello que flotaba se hundió, o se alejó en el tiempo, o se fragmentó, se parodió, se repudió, se olvidó… Y no retorna.
Lo que vemos en TERCER CUERPO es, ahora, la misma antigua oficina pero a punto de quedar afuera, no del sistema económico o social, sino del universo. La oficina de la obra, paulatinamente, deviene antesala. Es la antesala de algo que no se sabe. Más allá de ella hay un vacío. Un sinsentido. Una oscura deidad que sólo consiente en manifestarse a través de la dilación.
TERCER CUERPO se inclina hacia/ante Kafka. Y sin embargo, y sólo así, aquí y ahora en este país y siglo, se hace realista.
El dulce encanto
Suena siniestro y sin embargo es humorístico. TERCER CUERPO es, además, una serie de reconocimientos. El disfrute, la carcajada. La ternura. El encanto.
Síntesis del argumento
Veamos si me sale esto sin desactivar la sorpresa para aquellos que no la vieron. La historia que cuenta la obra iría así: los últimos ocupantes de una oficina remanente, olvidada en el tercer cuerpo ya inútil de un edificio público, persisten –y subsisten– en la búsqueda de un sentido. El hombre gris, tras la barrera que levanta la muerte de su madre, intenta liberar y liberarse en su deseo. La empleada dominante, sosteniéndose a sí misma en la apariencia, intentará obtener algo concreto. Y la tercera sólo subsistirá, precariamente, a través de las experiencias de los otros.
Una pareja de personajes externos, cuyos conflictos se intercalan en la acción, determinarán para todos una última confrontación.
Lo altamente estable y el estallido imposible
Las actuaciones de Ana Garibaldi, José María Marcos y, definitivamente, Daniela Pal sostienen todo. Era de esperarse y, no obstante, impresiona. Obnubila y encanta. El interior de esa oficina es perfecto. Y por lo tanto estable. En un sentido, quizás igualmente kafkiano, la oficina es eterna. Por eso quizá, para no permanecer allí hasta morir, Tolcachir convoca lo externo, signo y función de lo inestable. Saca en determinadas ocasiones a sus personajes hacia otro/s ámbito/s y los integra con cuerpos extraños.
La obra se inicia, justamente, con la pareja que no pertenece a la oficina, y sus escenas luego se intercalan. Hay en esta “faz” de la obra un cambio de registro, un intensidad menor buscada. Quizá (aunque estoy seguro) la idea es que el elemento externo haga estallar el orden estable de la oficina. Algo que ya estaba en La omisión de la familia Coleman (y en muchas otras obras, claro): el estallido de un orden (por más enloquecido que sea) estable. Sin embargo, en La omisión… el mundo familiar “implotaba” y luego desperdigaba sus elementos en función de sus propias fuerzas, liberadas una vez que la abuela-contención se deshacía.
Aquí, en cambio, el orden homeostático (esa oficina eterna) no estalla, no puede hacerlo. Como el universo, es entrópico. Está destinado a perdurar, enfriarse y ser olvidado. Por eso los externos, si bien quizás debilitan la estructura total de la pieza (dejan ver, en cierto sentido, la mano del autor), sacuden el conjunto y ofrecen de su boca, incluso, las palabras temáticas:
“¿Y la otra gente cómo hace?”, se pregunta Sofía. Nadie sabe. Nadie puede saberlo. Porque no hay otros; todos son los que hay, todos somos así.
De Coleman en adelante
La irrupción de la familia Coleman hizo de aquella “omisión” una elipsis gramatical: lo omitido se hizo presente en virtud de su falta. La irrupción de Tolcachir y su obra de barrio-freak fue algo notable y novedoso en el fondo del pasillo de Boedo.
Si algo más se le puede pedir a una segunda, una tercera obra, debemos aceptar que algo también se pierda. Me gusta (y mucho) también por eso TERCER CUERPO. Por lo que da y por lo que quita. Por otra ronda más. Muy buen teatro.
Algo personal
Tengo vista a esa mujer. La tengo presente como un fantasma realista entre mi propia gente: en ciertos recuerdos de familia, en la bedelía de la facultad, en un negocio del barrio. Vive y mira y siente por mí y por los demás, porque está en mí y se refleja desde mí en los otros. Es siempre una tía –nunca una hermana o una madre–. Le cuento algo medio feo y dice “no hay mal que por bien no venga”. Dice “ay, qué divino”. Dice “por algo no se dio”. Dice “vistes” en lugar de “viste”. La tengo vista y me da miedo. Miedo y ternura y un poco de risa al mismo tiempo.
Y me pregunto: ¿por qué yo, con la alta idea de mí mismo que tengo y llevo a todas partes, podría temerle a ese personaje? Y me respondo: porque es un personaje que asume por mí el lugar de lo banal, lo débil, lo moral y lo patético. Porque lo aleja. Porque me salva. Porque el terror es sentir, saber que me pertenece.
Kafka y la tradición costumbrista
Llama la atención de inmediato, antes de que empiece la obra, el espacio escénico de Timbre 4 plagado de estantes, biblioratos, archivos, carpetas de expedientes y escritorios: los viejos, típicos, densos escritorios de “la oficina”.
Es claramente “la” oficina; no la nuestra sino aquella, la de ayer, la emblemática, la costumbrista. Mucho agua bajo el puente pasó desde los días en que el teatro se pensaba a sí mismo como reflejo de los pequeños avatares de una clase social que, a su vez, se veía como emblema de la gente. La pequeña vida de clase media –la del empleado público gris; la pequeña vida de lo común– era un cuerpo vivo a cuestionar: el cuerpo que se mantenía a flote sobre sus pequeñas ilusiones, inconscientemente a la deriva, siempre a medio sumergirse, y siempre mirándose a sí mismo. Mucho agua pasó e inundó ambas historias, la teatral y la social, y aquello que flotaba se hundió, o se alejó en el tiempo, o se fragmentó, se parodió, se repudió, se olvidó… Y no retorna.
Lo que vemos en TERCER CUERPO es, ahora, la misma antigua oficina pero a punto de quedar afuera, no del sistema económico o social, sino del universo. La oficina de la obra, paulatinamente, deviene antesala. Es la antesala de algo que no se sabe. Más allá de ella hay un vacío. Un sinsentido. Una oscura deidad que sólo consiente en manifestarse a través de la dilación.
TERCER CUERPO se inclina hacia/ante Kafka. Y sin embargo, y sólo así, aquí y ahora en este país y siglo, se hace realista.
El dulce encanto
Suena siniestro y sin embargo es humorístico. TERCER CUERPO es, además, una serie de reconocimientos. El disfrute, la carcajada. La ternura. El encanto.
Síntesis del argumento
Veamos si me sale esto sin desactivar la sorpresa para aquellos que no la vieron. La historia que cuenta la obra iría así: los últimos ocupantes de una oficina remanente, olvidada en el tercer cuerpo ya inútil de un edificio público, persisten –y subsisten– en la búsqueda de un sentido. El hombre gris, tras la barrera que levanta la muerte de su madre, intenta liberar y liberarse en su deseo. La empleada dominante, sosteniéndose a sí misma en la apariencia, intentará obtener algo concreto. Y la tercera sólo subsistirá, precariamente, a través de las experiencias de los otros.
Una pareja de personajes externos, cuyos conflictos se intercalan en la acción, determinarán para todos una última confrontación.
Lo altamente estable y el estallido imposible
Las actuaciones de Ana Garibaldi, José María Marcos y, definitivamente, Daniela Pal sostienen todo. Era de esperarse y, no obstante, impresiona. Obnubila y encanta. El interior de esa oficina es perfecto. Y por lo tanto estable. En un sentido, quizás igualmente kafkiano, la oficina es eterna. Por eso quizá, para no permanecer allí hasta morir, Tolcachir convoca lo externo, signo y función de lo inestable. Saca en determinadas ocasiones a sus personajes hacia otro/s ámbito/s y los integra con cuerpos extraños.
La obra se inicia, justamente, con la pareja que no pertenece a la oficina, y sus escenas luego se intercalan. Hay en esta “faz” de la obra un cambio de registro, un intensidad menor buscada. Quizá (aunque estoy seguro) la idea es que el elemento externo haga estallar el orden estable de la oficina. Algo que ya estaba en La omisión de la familia Coleman (y en muchas otras obras, claro): el estallido de un orden (por más enloquecido que sea) estable. Sin embargo, en La omisión… el mundo familiar “implotaba” y luego desperdigaba sus elementos en función de sus propias fuerzas, liberadas una vez que la abuela-contención se deshacía.
Aquí, en cambio, el orden homeostático (esa oficina eterna) no estalla, no puede hacerlo. Como el universo, es entrópico. Está destinado a perdurar, enfriarse y ser olvidado. Por eso los externos, si bien quizás debilitan la estructura total de la pieza (dejan ver, en cierto sentido, la mano del autor), sacuden el conjunto y ofrecen de su boca, incluso, las palabras temáticas:
“¿Y la otra gente cómo hace?”, se pregunta Sofía. Nadie sabe. Nadie puede saberlo. Porque no hay otros; todos son los que hay, todos somos así.
De Coleman en adelante
La irrupción de la familia Coleman hizo de aquella “omisión” una elipsis gramatical: lo omitido se hizo presente en virtud de su falta. La irrupción de Tolcachir y su obra de barrio-freak fue algo notable y novedoso en el fondo del pasillo de Boedo.
Si algo más se le puede pedir a una segunda, una tercera obra, debemos aceptar que algo también se pierda. Me gusta (y mucho) también por eso TERCER CUERPO. Por lo que da y por lo que quita. Por otra ronda más. Muy buen teatro.