miércoles, 7 de marzo de 2018

Sobre YO, ENCARNACIÓN EZCURRA, de Cristina Escofet


El domingo fui al reestreno de Yo, Encarnación Ezcurra, de Cristina Escofet, al Teatro del Pueblo (Av Roque Sánez Peña 943/ 4323-3606) Funciones: Domingos 18 hs.

El flequillo de Marlon Brando
Cada época, en términos generales, y cada autor de sus relatos en particular, genera signos propios para representar el pasado. Nunca la reconstrucción histórica apunta exclusivamente a “mostrar” cómo se vestían, se hablaban, se pensaban y se movían los cuerpos, la sociedad y la naturaleza en determinado tiempo histórico, sino, y sobre todas las cosas, a tensar y valorar su vínculo con el presente, en términos también de autopercepción. El ya clásico ensayo de Roland Barthes sobre la construcción de “lo romano” en el cine de Hollywood de los años cincuenta ilumina los principales aspectos de esta evidencia. En términos muy sintéticos, analizando el film “Julio César”, de Makiewicz, Barthes da cuenta de que todos los personajes masculinos tienen flequillo. Más allá de cualquier voluntad de reconstrucción histórica, que podría haber mostrado sin faltar a “la verdad” a romanos pelilargos o calvos, la película inunda de mechones frontales la pantalla porque ése es, ni más ni menos, el “signo” de la romanidad. Estamos en una sala de cine, viendo en una pantalla proyectadas en blanco y negro a famosas estrellas de Hollywood vestidas con túnicas bizarras, brazaletes y sandalias, y hablando en inglés; sin embargo, nadie duda de que estamos en la Roma imperial: esa certeza es la que aporta el signo.

Es el Hollywood de los 50 el que construye a los romanos para el cine, tan distintos de los trajes isabelinos y sin ningún artificio visual renacentista del Julio César de Shakespeare. Todos y siempre, desde Ben-Hur a Gladiador, desde Julio César a Espartaco, hablan en inglés (a excepción de La Pasión de Cristo, de Mel Gibson, en la que los personajes hablan arameo y latín coloquial; el director australiano había pretendido que no se utilizaran los subtítulos que finalmente se pusieron: un modo radical de construir, desde el presente, signos de lectura de la época también).
Del mismo modo, el teatro que propone personajes históricos o reconstrucciones de época necesita generar signos, y esos signos se dirigen frontalmente al presente que comparte con su platea. En este caso, la construcción de un cuerpo femenino del Buenos Aires de principios del siglo XIX, sombra y contraparte de otro cuerpo, el cuerpo oficial, masculino, del Restaurador de las Leyes, Brigadier General don Juan Manuel de Rosas. Y ese cuerpo encarna una voz, cuyo vector es un “yo”, que la potencia.  

Síntesis Argumental
Recluida en su habitación, la agonizante Encarnación Ezcurra, mujer de Rosas, espera la muerte que, en sus sueños, tiene la forma de un caballo negro: símbolo de la fuerza, de la libertad o simplemente de la negritud. En su espera evoca las intrigas, traiciones y victorias referidas en las cartas a su amor, la imponente sombra del Restaurador, y el deseo del combate de los cuerpos que el orden patriarcal le ha negado. 

Escritos en el barro
Andrés Bazzalo es el director de la notable Escrito en el barro, versión del Otelo de Shakespeare que tuve el gusto de reseñar allá por 2009 (para ver la reseña, click aquí: http://la-diosablanca.blogspot.com.ar/2009/05/sobre-escrito-en-el-barro-de-andres.html). En esa puesta, la construcción de época (Guerra de la Triple Alianza contra Paraguay, fines del siglo XIX) tenía, de algún modo, la “colaboración” de la trama del Otelo: toda versión de un clásico es un diálogo con su fuente que el lector/espectador descubre y disfruta, como un juego de coincidencias y desviaciones. En el caso del presente texto de Escofet, el juego intertextual es con la serie histórica en sus manifestaciones icónicas. Traduciendo: es el manual de Historia Argentina de la escuela, el Facundo de Sarmiento y el Revisionismo Histórico, es la revista Billiken o el heroico Paka-paka de la década pasada, es el aire y el color de los cuadros de Prilidiano Pueyrredón y la efigie de Rosas en el extinto billete de 20 pesos, que ahora es un guanaco. Cristina Escofet construye, a partir de las cartas conservadas del personaje histórico, una bella y posible voz de tres registros: un registro coloquial, que logra complicidad con la platea; un registro “histórico”, reflexivo, demandante, firme y explícitamente político, más que nada dirigido a su Juan Manuel, eterno ausente. Y un registro lírico, de fina y contundente expresividad emocional.

Violencia y género
Decía que la reconstrucción histórica es un modo de vincularse y leer, desde el presente tenso y político -en el sentido profundo y cotidiano-, una época. Ayer, 6 de marzo de 2018, 71 diputad@s presentaron el proyecto de Despenalización del Aborto, resultado de una lucha centenaria, cajoneado en la cámara durante casi 13 años y cuyo derrotero es un eslabón más en la lucha por los derechos de la mujer. Mañana es 8 de marzo y paran las mujeres. Es un Paro Internacional, y el equipo de trabajo de Yo, Encarnación Ezcurra adhiere y convoca.
La versión de un profundo trozo de historia nacional que la obra reconstruye es el modo actual de expresar cómo se vestía, se hablaba, se pensaba y se movían el cuerpo, la sociedad y la naturaleza en el Buenos Aires de los unitarios y federales, como un terrible vector hacia el presente, a esta presente y cruel Buenos Aires neoliberal y al terrible mundo de la victoria del capitalismo global cuyos pilares patriarcales, no obstante, tiemblan: un vector hacia la lucha de las mujeres por su derecho a tener un cuerpo, a moverlo, a hablarlo y a politizarlo, y por su incontenible propósito de cambiar el orden establecido.

Los zapatos de Lorena Vega
La puesta de Andrés Bazzalo confronta sobre el cuerpo de la notable Lorena Vega las dos fuerzas profundas de la tensión del siglo XIX: los salones de la intriga, las peinetas, los afeites y la política, por un lado, y la negritud asesinada, borrada, junto con la indiada y el populacho como energía irrefrenable. Encarnación, de sangre india y negra, casada con el rubicundo Juan Manuel, reconocido entre el gauchaje por sus proezas de “a caballo”, caudillo rubio y de ojos claros. Las dos facetas de esos cuerpos en tensión encuentran en la actriz una extraordinaria síntesis: el vientre moreno y desnudo que candombea sobre los zapatos del salón que en algún momento debe investir; ese cuerpo femenino, de ansias de violencia y batallas a campo abierto, enfermo, maltrecho, sensual y capaz de la fina intriga de “decir con la boca que no y con los ojos que sí”.

Todo tendría sentido
Buenos Aires, la cruel, la actual, ofrece en sus intersticios de felicidad una cartelera teatral poderosa. Recomiendo contemplar el trabajo de esta actriz en relación con su opuesto y hermoso papel de maestra de pueblo en los añorados ‘80 en Todo tendría sentido si no existiera la muerte, de Mariano Tenconi Blanco (para leer la reseña de esa obra en este blog, click aquí: http://la-diosablanca.blogspot.com.ar/2017/11/sobre-todo-tendria-sentido-si-no.html)

Música, maestro
La banda musical de Yo, Encarnación Ezcurra es todo lo que uno espera y mucho más. Es estremecimiento y es época. Es cuerpo, es río, es pampa, es candombe, es historia.
Estos son sus nombres: Agustín Flores Muñoz, Martín Miconi, Malena Zuelgaray.
El resto es silencio.