El domingo fui a ver
IMPALPABLE, de Catalina Alexander, María Elisa Bressán, Sergio Calvo, Ignacio
De Santis y Malena Schnitzer, a El Extranjero (Valentín Gómez 3378, tel 4862
7400) Funciones Viernes 21 hs y Domingo 19 hs
Zapatófonos: el cuerpo realista transforma los
objetos
El inolvidable Maxwell
Smart, temible agente del recontra espionaje, se sacaba al menos una vez por capítulo de la exitosa
serie “El Súper Agente 86” de fines de los sesenta un elegante zapato, le quitaba la suela y
dejaba ver un disco telefónico. Marcaba un número, se colocaba la boca del
zapato en la oreja, decía “¿Hola, Jefe?”, y daba renovada vida a su célebre
“zapatófono”. Aquella extraordinaria idea de Mel Brooks tiene ya cuarenta y
ocho años, y mucha tecnología ha pasado bajo el puente, a punto tal que, en
este momento, alguien puede estar leyendo esta reseña en un teléfono, y alguien
puede estar mirando una película directamente en los cristales de sus anteojos
google glasses. El zapatófono, a
mediados de los sesenta, era uno de los ápices de la parodia que el “recontra”
espionaje perpetraba sobre las lapiceras intercomunicadoras de El Agente de
Cipol: el colmo de la elegancia, el colmo de la tecnología aplicada al bien (y
al mal). Cinco décadas después, nuestro cotidiano ha superado las alocadas
fantasías de la ciencia ficción, y vivimos en un mundo que consideraría
insoportablemente lento el discado “a pulsos” de una llamada telefónica. No
obstante, la parodia aún causa gracia por su coherencia: mientras el espectador
ríe a carcajadas, Maxwell Smart se toma en serio su zapatófono, su departamento
está lleno de dispositivos de seguridad; apegado al protocolo de Control, el
súper agente exige el “cono del silencio”, contacta a su colega “13” escondido
en expendedoras de cigarrillos, en lavadoras automáticas, y cuando es
sorprendido por las artes del enemigo, no duda en afirmar “¡pero claro, el
viejo truco de la pistola en la pata de palo!”.
El desplazamiento en el uso de los objetos es para la ciencia ficción, para el género de espías y para las nuevas tecnologías, una convención de lectura “literal”. No así para el teatro -más específicamente, para la actuación teatral- que mantiene una relación ficcional con los objetos, de causalidad mágica. Los cuerpos de las tres actrices de Impalpable, la obra inspirada en entrevistas y textos de Manuel Puig, entran en contacto con objetos reales, denotando un extremo realismo en su manipulación: cascan huevos (reales) para batirlos, en tiempo real. Esparcen aceite sobre moldes de repostería, espolvorean harina, amasan. Se cambian la ropa, intentan ponerse un zapato más pequeño, que no les entra, se sientan sobre un chupete y se dan cuenta. Y de pronto, mantienen una conversación telefónica –que remite a los viejos teléfonos de los años cincuenta-… usando zapatos en lugar de teléfonos.
El espectador los ve: son zapatos de mujer. La obra no dice “son zapatófonos”. La obra no destaca ni denuncia ni tematiza este desplazamiento. Entonces, por el mero arte teatral –por su convivencia pacífica con el resto de los signos-, por la contigüidad de los cuerpos reales, que se organizan en su acción por un discurso de causalidad lineal, la actuación transforma esos zapatos en teléfonos realistas.
Síntesis argumental
En un pueblo alejado
en el tiempo y el espacio, una nueva repostera es contratada para trabajar con
Estela, quien espera y desespera por noticias de Blanca. Blanca dejó el pueblo
con el sueño de triunfar como actriz en la capital. Liliana, la forastera,
oculta un secreto. Acompañado por música en vivo, y contado en una sucesión de
momentos aparentemente autónomos, el recorrido y la transformación de las
protagonistas y sus relaciones reluce y se apaga como las luces del
cinematógrafo.
Rutinas de la actuación
La utilización de
zapatos para hablar por teléfono podría resultar, para quien no vio el trabajo
de Bressán, Manzone y Schnitzer, un elemento exótico. ¿Cómo congeniarlo con la propuesta de un
mundo real evocado? La puesta salva la coherencia apostando a una actuación que
yuxtapone situaciones realistas con “rutinas” que, hacia el final, avanzan
claramente hacia la pantomima. El juego de los cuencos metálicos alrededor de
la mesa (Liliana y Estela pasan largo rato poniendo y sacando y dando vuelta,
cada vez a mayor velocidad, recipientes para postres alrededor de la mesa) y su
contrapartida detenida del juego del aceite (donde, en forma casi ritualizada,
se piden mutuamente y en secuencia, enfrentadas en una punta y la otra de la
mesa, la botella de aceite) va dando lugar a la deliberada rutina de las
puertas (entran y salen y vuelven a entrar y salir, en secuencia, batiendo
huevos). De allí, el salto a la pantomima no es imposible: la segunda película
que se cuenta (muy “a lo Puig”), en boca de Estela, es acompañada por la
actuación “muda” de Blanca; su conferencia de prensa, por el cuerpo de una
actriz gesticula comentarios inaudibles en un plano no mimético de actuación. El
piano que suena en vivo toda la obra, y la iluminación que remite al cine de
los 50, completan la combinación –por momentos muy eficaz, por momentos
saturada- de técnicas teatrales que logran, sin pertenecer al mundo que
representan, un fuerte efecto de evocación.
El oscuro western
El cine tiene una
pátina de vejez que hace juego con el testimonio directo, en boca Manuel Puig,
con el que comienza la obra: un oscuro de varios minutos en los que escuchamos
la voz del escritor en una entrevista, contando vivencias de su pueblo. Habla
del pueblo como de un género cinematográfico, que él hará literario. La
fortaleza, creo, de esta puesta, es tomar elementos prestados de esos géneros,
pero incorporar, como dijimos, contundentes procedimientos teatrales, ajenos a
lo que en nuestra cabeza se configura, previamente, como “universo Puig”. Eso
es muy bienvenido. También es bienvenida la ausencia de explicaciones
valorativas: la puesta confía en que las pequeñas humillaciones, las traiciones
(al otro y, sobre todo, a uno mismo), las expectativas, los sueños y la
frustración, son eficazmente expuestos por lo que no se dice y no hace falta
decir, en una actuación firme, intensa, por momentos excesiva.
Bonus track: Música y pantalla
La música en vivo, curiosamente,
remite al cine. Su eficacia teatral es muy interesante. Permanece en un segundo
plano, incluso a oscuras, y hace juego. La luz también pareciera remitir al
cine, pero al contrario de la música, se pone en primer plano, dificultando
muchas veces la relación del espectador con lo más expresivo de Impalpable: sus tres actrices.
0800-Max
Marcando el 117 (con
la peligrosa lentitud de marcar en el disco, haciendo girar cada número) el
zapatófono se convierte en pistola.