El domingo 5 fui al estreno
de MI HIJO SOLO CAMINA MÁS LENTO, de Ivor Martinic (dir Guillermo Cacace), en Apacheta Sala Estudio (Pasco 623 Tel: 4941-5669).
Funciones: Domingos 11:30 hs y otros horarios a consultar.
Supervivencia
“Supervivencia”. Así se llama el trámite
burocrático –la presentación de un certificado- que acredita que un jubilado
aún está vivo y puede seguir cobrando. Se espera que se muera y, mientras
tanto, sobrevive. Mi abuelo vivió hasta
los 99 años y medio, y murió en su casa, que aún era su lugar, pero en un
tiempo que ya prácticamente no le pertenecía. Es que sobrevivir hasta semejante
edad tiene una consecuencia fatal: excepto los hijos (que ya están viejos), los
nietos (que ya han madurado) y los biznietos (pequeños casi desconocidos), las
personas que conocimos, con las que vivimos, con las que peleamos, con las que
amamos, ya están muertas. Por lo general, los últimos años conllevan el
aislamiento social y la paulatina pérdida de vínculo con el entorno. Todos se
han ido yendo. Nuestra gente ya no está allí, y si saliéramos del refugio, no
conoceríamos a nadie, y nadie nos conocería. En grupos familiares en los que
conviven las generaciones, el “refugio”, antes que físico, es mental: el
anciano pareciera cerrarse sobre sí mismo, en sus ensoñaciones, recuerdos,
sorderas, ficciones. Pero de tanto en tanto, como en un destello, interactúa
con el presente.
Apacheta Sala Estudio. Mediodía de un
domingo. La actriz que encarna a la viejita, emblema de la obra “Mi hijo solo
camina más lento” de pronto pregunta: “¿qué pasó que todos murieron?”.
Síntesis
Argumental
El hijo varón cumple hoy 25 años. Su madre
prepara un festejo para la ocasión, en la misma casa donde habitan varias generaciones.
A pesar de la silla de ruedas, la
invalidez no es algo que pueda realmente nombrarse. El hijo sólo camina más
lento.
Croacia-Buenos
Aires
La obra hizo sus primeras funciones en el
marco del Festival Internacional de Dramaturgia
“Europa + América”, que propició el estreno en Argentina de obras de autores
europeos contemporáneos, y actualmente inicia su temporada regular en Apacheta.
Por distintos motivos en la escena teatral no comercial-no oficial de Buenos
Aires escasean los estrenos de autores extranjeros. Los hay, pero no
predominan, como sí lo hacen en forma abrumadora (y a mi juicio, en forma cuestionable)
los autores extranjeros en el circuito comercial. Lo curioso de esta puesta en
Apacheta es que –imaginemos- si uno no tuviera el “dato” de que la obra es
croata, podría perfectamente pensar que está frente a una producción, excelente
y epigonal, de aquella productiva vertiente de obras porteñas sobre mundos familiares
disfuncionales que irrumpieron a fines de los noventa y poblaron durante más de
una década nuestro teatro. Los elementos
están allí a la vista: una clase media haciendo equilibrio sobre la línea de la
pobreza, que sobrevive, en constante decadencia, en algún rincón de la gran
urbe. La casa, habitada por al menos tres generaciones, exhibe también el
límite entre el hacinamiento y la promiscuidad. Y sus personajes “satélites” entran,
salen y dis-funcionan: el novio, la novia, o los amigos, o los parientes, con
sus bizarros, tiernos y violentos códigos de comunicación, sus acciones, sus
silencios, su devenir. Si diéramos un paso más podríamos describir “Mi hijo
solo camina un poco más lento” como la historia de una abuela que sostiene y
soporta la presencia de su hija, madre infantilizada de un discapacitado, en el
centro de un sistema precario de familiares y amigos, verborrágicos o lacónicos.
Y haciendo eso nos montaríamos directamente encima de “La omisión de la familia
Coleman” pero una década y media más tarde, en otro idioma, otra cultura y otro
país que funciona, notablemente, del mismo modo que el nuestro.
El discurso
materno
Pensaba mientras disfrutaba de esta especie
de porteñidad a ultranza en la obra de un croata, que tal vez este vínculo se
debía a la universalidad de su tema, o tal vez era el partido de River que, en
vivo y en directo, el astuto Cacace dejaba sonar en la radio durante los
primeros minutos de representación. Sí, claro:
el tema es universal y viene a
corroborar a la Madre como figura central de todo trauma en la cultura
occidental. Pero la perplejidad pasaba por los procedimientos, tan en
continuidad con la tradición descripta. Y no porque me pareciera que Guillermo
Cacace en particular fuera un cultor de ese tipo de teatro; por el contrario,
las dos muy buenas obras anteriores provienen de tradiciones muy distintas: Stéfano (se puede leer mi reseña de esa puesta
haciendo click aquí)
era una feliz estilización del grotesco criollo, y A mamá, una suerte de adaptación expresionista, navideña y
argentina de la Orestíada; ninguna de ellas abrevaba en este tipo de
costumbrismo. Entonces pienso: lo croata, justamente, es lo que permite lo
argentino a ultranza.
Lo
innombrable
Aquello que la madre no nombró, nunca fue
nombrado. Habitamos, incluso de adultos –o sobre todo de adultos- el mundo “posible”
del discurso materno. Aquello que mamá no permitió decir, no lo pudimos pensar.
Si sufrimos desamparo pero mamá decía “yo
hago todo por ustedes”, el desamparo como experiencia existió, pero fuera del
discurso. Y entonces, el discurso señala otra cosa, y no la experiencia real. Muchos
de los mejores dramas están compuestos por la lucha que deviene de esa
contradicción: la lucha por poder articular la experiencia con la palabra. Como
el hiato es, muchas veces, insalvable, emerge el arte. En el caso de “Mi hijo
solo camina más lento”, el recorrido tenso y sinuoso por las distintas
situaciones es ofrecido –como su título explicita- desde el punto de vista de
la madre, en contraste con el del hijo. El mundo de la madre está lleno de
palabras; el del hijo, de silencios y pausas. En todo caso, lo que el hijo
puede decir es lo que la madre, en su desgarro, intentará articular, y es un
doloroso, cruel y paradójico tándem:
La madre logra gritar, desgarrada, que su
hijo ya no camina. Y el hijo, tenue,
suave, poderosamente, le dirá: “mamá, perdoname por no caminar”.
Anti
Coleman
A diferencia de la otra, la ya clásica de
Claudio Tolcachir, la obra de Martinic tiene un epílogo. Sucede todo, y luego algo más. Puede decirse que la curva de
tensión y caída está igualmente presente en ambas piezas, pero mientras la
historia de “La omisión…” es la del progresivo abandono hasta la soledad
crucial, en “Mi hijo…”, luego de la confrontación hay una esperanza –un poco “puesta”,
pero esperanza al fin-. En el contacto de los cuerpos, la obra finalmente se
pone completamente de pie. Y todos sus
miembros, distribuidos en parejas, forman a su modo, el sostén.
Bonus
track
¡Qué actrices!, me dijo Roberto Perinelli
al terminar la función. Sí, el elenco es muy parejo y eficaz. Y las chicas, que
llevan la carga de la verborragia, se destacan.
Bonus
track bis
La obra va a las 11.30 de la mañana de los
domingos, hora ritual si las hay. Poco teatral, la elección del horario le da a
todo un brillo especial: luz diurna acompañada de luces complementarias, en un
entorno de barrio que vive, dominguero, algo que va muy bien con lo que se está
representando.
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