sábado, 12 de marzo de 2016

Sobre LAS MUTACIONES, de Valeria Correa (dir- Lorena Ballestero)

El jueves fui al re-estreno de LAS MUTACIONES, de Valeria Correa, al Teatro del Abasto (Humahuaca 3549). Funciones: jueves 21 hs.

Arte (con mayúscula)
La noción de Arte, a secas y con mayúscula, hace tiempo que ha sido capturada por la plástica y, si nos apuramos, por las artes visuales en general: desde la pintura/escultura como Arte (Galería de Arte, Bellas Artes, etc.) hasta el diseño gráfico (“arte”, “la artística”) llegando a algunas disciplinas dinámicas, primas del teatro (diseño artístico en televisión o cine) y, por contigüidad, al tándem escenografía/iluminación en el teatro, entendidas como Diseño de Arte (que a veces incluye al vestuario y al maquillaje).  Desde luego, el arte teatral es un arte visual en términos amplios, y buena parte de la valoración de una obra en escena proviene de la apreciación de sus virtudes o defectos visuales. Éstos, no obstante, suelen ser percibidos como complementos de otros discursos que parecieran, tradicionalmente, prevalecer: el discurso literario, o si se quiere “verbal” (diálogos y silencios, entendidos como partes del mismo discurso, y el relato que esos actos de habla tejen ante el espectador), y el de la acción física, articulada al relato por medio del cuerpo de los actores: sus movimientos, quietudes, tensiones, actitudes, etc. En definitiva, algo así como la “actuación” por encima de la autonomía visual de la escena como instalación plástica. Pero no siempre es así: no todo teatro se constituye “desde” la actuación, ni arma sistema con la actuación en primer plano. Ejemplos sobran: puestas en escena en las que prima el diseño de luces, colores y vestuarios por sobre las palabras, a veces inexistentes; la concepción del cuerpo del actor más como modelo que como intérprete de una mímesis de situaciones y, sobre todo en la última década, la incesante –a veces pesada, a veces arbitraria, a veces virtuosa- incorporación de pantallas y proyecciones al espacio escénico. Esta separación entre los discursos que convergen en la escena, poco percibida por algunas tradiciones, está en la base de muchas experimentaciones escénicas de diverso resultado. Hace casi dos décadas, fui becado junto a directores teatrales, escritores, músicos y artistas visuales, para realizar un taller de experimentación de estos cruces, ideado y coordinado por Rubén Szuchmacher y Edgardo Rudnitzky. La idea central, justamente, era que el arte escénico puede ser concebido como el cruce obligado (o “híbrido”, como lo llamaba el maestro) de al menos tres disciplinas más “puras”: la música, la plástica, la literatura. Pensado así, el conjunto de una puesta puede analizarse en su musicalidad (desde la música propiamente dicha hasta el sonido de las voces), en su aspecto plástico (que incluye el cuerpo en movimiento, la danza, el vestuario, la luz) y en su estructura literaria: la presencia del discurso verbal, y el relato que organizan sus actos de habla. Pensada así, también, Las Mutaciones ofrece claramente un concepto visual (el cubo de la escenografía basado en la obra de Charlotte Posenske), un concepto musical casi autónomo, de la mano de Pablo Bronzini, y un notable texto de Valeria Correa, en un conjunto escénico voluntariamente no integrado.

Síntesis argumental
Una pareja en proceso de separación recorre algunos momentos, a modo de hitos, que  ayuden a comprender o dar cuenta de la ruptura: un fin de semana campestre en la laguna seca; el sacrificio de un perro ante la presencia de una “ex”, una mañana más en el tedio cotidiano. La exposición y contraposición de versiones permiten intuir algo más allá del vínculo: algo de la condición individual que gira en falso.

Costumbres porteñas y abstracción
El discurso verbal está compuesto por monólogos íntimos a público, que indagan en la propia percepción de los afectos, emociones y vínculos, y diálogos situacionales (incluso en versiones recortadas de esos diálogos, como el telefónico, que se escucha primero a través de ella, y luego a través de él). Estos textos están dichos y actuados desde la mayor voluntad de mímesis con la situación que atraviesan, y los cuerpos se adaptan a esta expresión: veíamos en la reseña anterior –Sobre LA CRUELDAD DE LOS ANIMALES- cómo un diálogo cuyo objeto es un complot para expropiar a un pobre de su vivienda en aras de un negocio inmobiliario, es dicho al tiempo que los actores, con sus torsos desnudos, se pasan mutuamente protector solar. El resultado es una colisión y una síntesis. En Las mutaciones, en cambio, la expresión acompaña el acto de habla con muchísima precisión (y alta calidad actoral). Lo que se diferencia,  lo que incluso choca y a veces combate contra el otro discurso, es la cualidad abstracta del dispositivo escénico. La escenografía parece/es una instalación visual autónoma, una cita de una obra de una artista plástica. Sobre ella se monta un relato de costumbres y vivencias, percibidas con notable profundidad y detalle: un filoso y en cierto sentido desolador panorama de la neurosis de pareja compartida por el público.  

Mutaciones
La obra de Posenske arma sentido (estético y filosófico) con el antiguo Libro de las Mutaciones, citado en el mismo título y diseño visual del programa de mano. El libro chino es un análisis de la continua, natural e incesante transformación de todas las cosas del mundo, que nos incluye. Lo hace a través de seis trazos, que pueden ser enteros o quebrados. Sus combinaciones matemáticas son 64. 64 son sus capítulos, y su aspiración es la de crear o recrear un sistema de lo infinito.

El cubo escénico es una figura geométrica cuyos lados o paredes ofician al mismo tiempo de puertas, que se cierran o se abren, muestran u ocultan, definen un exterior o un interior de sí mismas. En combinaciones. Sobre esas formas geométricas se montan los discursos de lo cotidiano, lo íntimo, lo revelado a través del detalle que se evoca. Y la música, en cierta cadencia rítmica, escande las escenas. Creo estas energías no se suman, no componen un conjunto, sino que permanecen provocando autonomías. El cubo de diversas paredes-puertas, que me hace estar adentro y afuera a veces, que me oculta y me devela, me habla de cosas que no conmueven las misma fibras que fueron estrujadas por las lágrimas de Lorena Vega. El texto provoca todo el tiempo pequeñas iluminaciones, cuyos destellos tapan el orden geométrico y obligan a olvidarlo para viajar y contemplar por la triste ventana de una triste pareja una laguna vacía. Y disfrutarla.



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