El jueves fui al re-estreno
de LAS MUTACIONES, de Valeria Correa, al Teatro del Abasto (Humahuaca 3549). Funciones:
jueves 21 hs.
Arte (con mayúscula)
La noción de Arte, a
secas y con mayúscula, hace tiempo que ha sido capturada por la plástica y, si
nos apuramos, por las artes visuales en general: desde la pintura/escultura
como Arte (Galería de Arte, Bellas Artes, etc.) hasta el diseño gráfico (“arte”,
“la artística”) llegando a algunas disciplinas dinámicas, primas del teatro
(diseño artístico en televisión o cine) y, por contigüidad, al tándem escenografía/iluminación
en el teatro, entendidas como Diseño de Arte (que a veces incluye al vestuario
y al maquillaje). Desde luego, el arte
teatral es un arte visual en términos amplios, y buena parte de la valoración
de una obra en escena proviene de la apreciación de sus virtudes o defectos
visuales. Éstos, no obstante, suelen ser percibidos como complementos de otros
discursos que parecieran, tradicionalmente, prevalecer: el discurso literario,
o si se quiere “verbal” (diálogos y silencios, entendidos como partes del mismo
discurso, y el relato que esos actos de habla tejen ante el espectador), y el
de la acción física, articulada al relato por medio del cuerpo de los actores:
sus movimientos, quietudes, tensiones, actitudes, etc. En definitiva, algo así
como la “actuación” por encima de la autonomía visual de la escena como
instalación plástica. Pero no siempre es así: no todo teatro se constituye “desde”
la actuación, ni arma sistema con la actuación en primer plano. Ejemplos
sobran: puestas en escena en las que prima el diseño de luces, colores y
vestuarios por sobre las palabras, a veces inexistentes; la concepción del
cuerpo del actor más como modelo que como intérprete de una mímesis de
situaciones y, sobre todo en la última década, la incesante –a veces pesada, a
veces arbitraria, a veces virtuosa- incorporación de pantallas y proyecciones al
espacio escénico. Esta separación entre los discursos que convergen en la
escena, poco percibida por algunas tradiciones, está en la base de muchas
experimentaciones escénicas de diverso resultado. Hace casi dos décadas, fui
becado junto a directores teatrales, escritores, músicos y artistas visuales,
para realizar un taller de experimentación de estos cruces, ideado y coordinado
por Rubén Szuchmacher y Edgardo Rudnitzky. La idea central, justamente, era que
el arte escénico puede ser concebido como el cruce obligado (o “híbrido”, como
lo llamaba el maestro) de al menos tres disciplinas más “puras”: la música, la
plástica, la literatura. Pensado así, el conjunto de una puesta puede
analizarse en su musicalidad (desde la música propiamente dicha hasta el sonido
de las voces), en su aspecto plástico (que incluye el cuerpo en movimiento, la
danza, el vestuario, la luz) y en su estructura literaria: la presencia del
discurso verbal, y el relato que organizan sus actos de habla. Pensada así,
también, Las Mutaciones ofrece
claramente un concepto visual (el cubo de la escenografía basado en la obra de
Charlotte Posenske), un concepto musical casi autónomo, de la mano de Pablo
Bronzini, y un notable texto de Valeria Correa, en un conjunto escénico
voluntariamente no integrado.
Síntesis argumental
Una pareja en proceso
de separación recorre algunos momentos, a modo de hitos, que ayuden a comprender o dar cuenta de la ruptura:
un fin de semana campestre en la laguna seca; el sacrificio de un perro ante la
presencia de una “ex”, una mañana más en el tedio cotidiano. La exposición y contraposición
de versiones permiten intuir algo más allá del vínculo: algo de la condición individual
que gira en falso.
Costumbres porteñas y abstracción
El discurso verbal
está compuesto por monólogos íntimos a público, que indagan en la propia
percepción de los afectos, emociones y vínculos, y diálogos situacionales
(incluso en versiones recortadas de esos diálogos, como el telefónico, que se
escucha primero a través de ella, y luego a través de él). Estos textos están
dichos y actuados desde la mayor voluntad de mímesis con la situación que
atraviesan, y los cuerpos se adaptan a esta expresión: veíamos en la reseña
anterior –Sobre LA CRUELDAD DE LOS ANIMALES- cómo un diálogo cuyo objeto es un
complot para expropiar a un pobre de su vivienda en aras de un negocio
inmobiliario, es dicho al tiempo que los actores, con sus torsos desnudos, se
pasan mutuamente protector solar. El resultado es una colisión y una síntesis.
En Las mutaciones, en cambio, la
expresión acompaña el acto de habla con muchísima precisión (y alta calidad
actoral). Lo que se diferencia, lo que
incluso choca y a veces combate contra el otro discurso, es la cualidad abstracta
del dispositivo escénico. La escenografía parece/es una instalación visual
autónoma, una cita de una obra de una artista plástica. Sobre ella se monta un
relato de costumbres y vivencias, percibidas con notable profundidad y detalle:
un filoso y en cierto sentido desolador panorama de la neurosis de pareja compartida
por el público.
Mutaciones
La obra de Posenske arma
sentido (estético y filosófico) con el antiguo Libro de las Mutaciones, citado
en el mismo título y diseño visual del programa de mano. El libro chino es un
análisis de la continua, natural e incesante transformación de todas las cosas
del mundo, que nos incluye. Lo hace a través de seis trazos, que pueden ser
enteros o quebrados. Sus combinaciones matemáticas son 64. 64 son sus
capítulos, y su aspiración es la de crear o recrear un sistema de lo infinito.
El cubo escénico es una
figura geométrica cuyos lados o paredes ofician al mismo tiempo de puertas, que
se cierran o se abren, muestran u ocultan, definen un exterior o un interior de
sí mismas. En combinaciones. Sobre esas formas geométricas se montan los discursos
de lo cotidiano, lo íntimo, lo revelado a través del detalle que se evoca. Y la
música, en cierta cadencia rítmica, escande las escenas. Creo estas energías no
se suman, no componen un conjunto, sino que permanecen provocando autonomías.
El cubo de diversas paredes-puertas, que me hace estar adentro y afuera a
veces, que me oculta y me devela, me habla de cosas que no conmueven las misma
fibras que fueron estrujadas por las lágrimas de Lorena Vega. El texto provoca
todo el tiempo pequeñas iluminaciones, cuyos destellos tapan el orden
geométrico y obligan a olvidarlo para viajar y contemplar por la triste ventana
de una triste pareja una laguna vacía. Y disfrutarla.
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