El viernes 11 fui ver
TV 60, de Bernardo Cappa, al Teatro Sarmiento (Avda. Sarmiento 2715 / tel. 0-800-333-5254).
Funciones: jueves, viernes y sábados 21
hs, domingos 20 hs.
Sombra terrible del San Martín, voy a evocarte.
El Complejo Teatral de
Buenos Aires es un fantasma, un sombra traslúcida y mortuoria de lo que supo
ser y una triste burla, gesto grotesco que señala la máscara caída de aquello
para lo que fue creado. Sus salas emblemáticas –emblemas no de una
administración sino del esplendor teatral de una ciudad como pocas- están
cerradas. Las pequeñas salas colaterales, como la extraña y querida sala
Sarmiento, aún resisten. A fuerza de la persistencia, la prepotencia de sus
hacedores, y también de su público.
Buenos Aires, otoño de
2010. Kive Staiff renuncia a la dirección del Complejo Teatral, y la
declinación, anunciada por los primeros tres años del nuevo gobierno de la ciudad, pronto
se convertirá en decadencia. No obstante, y como signo tanto de la no linealidad de
la historia como de la resistible debacle que se avecinaba, ese mismo año en esa
misma sala se estrenaba la inolvidable Estado
de Ira, adaptación/recreación/parodia/homenaje a Hedda Gabler de Ciro
Zorzoli[1]. Escribí
una reseña de aquella puesta en la que todo era festejo; incluso llegaba a
decir “En la mítica sala oficial contigua al Zoo de Buenos Aires”, sin siquiera
imaginar la posterior pesadilla.
Seis años después, en
medio de la depredación, el fantasma de Paola Barrientos se levanta y vuelve a
pasear, deslumbrante en el recuerdo, en una nueva puesta del proceso de
creación/recreación actoral; pero así como
el Complejo Teatral, así como la ciudad que lo alberga, así como el país que se
estremece, así como la región que tambalea, esta versión es más patética
que triste, más paródica que estilizante, más decadente que burócrata o, en
palabras de su creador: más “accidente”, más banal, más idiota, más basura. La
notable Laura Novoa es ahora la diva que ensaya –no un clásico sino una
improvisación boba–; la compañía municipal de artistas es ahora un patético
equipo de producción televisiva; los cuarenta son los sesenta; el teatro es la
tele, y Hedda Gabler es un almuerzo con una vieja estrella apagada como conductora.
Comprendemos con dolor,
con humillación, con horror, que estamos en el infierno.
Síntesis argumental
Argentina, mediados de
los sesenta. Aislados en un estudio de televisión, un equipo de actrices,
director, productor, guionista, maquilladora y técnicos sobrellevan la
incertidumbre de un golpe de estado intentando emitir un programa
a gusto y medida del “hombre común”.
Maquillar cadáveres
La inteligencia del
montaje de Cappa propone una primera imagen: estudio de televisión vacío, a
punto de iniciar. Se inicia por el margen, por la maquilladora: asistente de
nadie, aún, porque todo parece vacío; porque en el afuera no se sabe lo que
pasa, y en el adentro estamos perdidos. No es una asistente cualquiera: es la
antigua maquilladora de cadáveres, que incluso –dice– la maquilló a “Ella”. Entre
esta televisión como maquillaje cadavérico y la evocación natural por parte del
público de la inequívoca galería de “divas” sin edad –sin muerte– de nuestra
televisión, hay un puente que es una idea-obra.
La Ira de Dios
Intuir Estado de Ira en TV 60 es pensar que la tragedia y la farsa acaban de anunciar su
matrimonio: ¿a quién no le ha pasado que soñó, armó, preparó, ensayó un
espectáculo el año pasado y, al montarlo en este año, todo queda resignficado?
Delia Beltrán, la
diva, es desplazada por las chicas huecas y su arte es ninguneado hasta reducirlo
a algo que, uno entiende, jamás hizo:
comer. Los planos del montaje de Cappa, como los de Zorzoli, están
superpuestos, y son simultáneos en la profundidad de la sala. La parodia del
método de ensayos se convierte en parodia de una supuesta vanguardia: la de la dramaturgia
del director. Arribar a la parodia es arribar a la consciencia de su reiterativo
predominio, de su actual declinación.
Símbolo hay uno solo; los demás...
Hedda Gabler, de Henrik Ibsen, sutilmente introduce unas pistolas legadas por el
padre, el General Gabler, a su hija mujer. El mismo autor, fascinado por el
poder del símbolo, pone un pato “salvaje”, herido, en un cuartucho contiguo a
la bohardilla en la que viven los protagonistas de su drama, y todos, a su turno,
hablan de él. Ya en sus últimos tiempos,
Ibsen no sólo titula una pieza con su símbolo, “La dama del mar”, sino que directamente pone a un pintor en la Escena Uno a pintarla y luego a todos los personajes a indagarla, tematizarla y exhibirla.
No obstante, y a pesar del énfasis,
el símbolo es uno. El caso de TV 60
escapa hacia la abundancia. Se ocupa de los cadáveres maquillados y los pone en
la mesa, de las divas en decadencia y su conversión a la conversación, del
golpe de estado y el entretenimiento, del hombre común y la electricidad. Gana
en varios finales que se desgranan uno tras otro, sostenidos por la eficacia
actoral. Pierde un poco al bajarse de la muy lograda comedia, esa liviandad que
tan bien le va a la TV cuando sobrevuela con chivos, publicidades y copetes la
crudeza de la realidad social circundante. Cualquier semejanza con la
actualidad es pura coincidencia...
El hombre común
Cappa lo vio venir, y
está entre nosotros: el siniestro hombre “común”, el que no "habla judío” pero lee
a “José” Luis Borges.
El “Alcón”, superhéroe
Vayan estas últimas
palabras para el gran fantasma que sigue honrando la oscuridad hoy en
escombros del teatro San Martín, desde
su sillita de paralítico ciego, desde su fragilidad física final, desde su
Final de Partida, anunciando para siempre en palabras de Beckett aquello que le
pasó al lugar que lo cobijó:
[Bello teatro mío:]
"Un día te quedarás
ciego. Como yo. Estarás sentado en alguna parte, pequeña plenitud perdida en el
vacío, para siempre, en la oscuridad. Como yo. (Un tiempo) Un día dirás: Estoy cansado, me voy a sentar. Y te
sentarás. Y después dirás: Tengo hambre. Me voy a levantar y hacerme de comer.
Pero no te levantarás. Te dirás: me equivoqué al sentarme, pero ya que estoy
sentado, me voy a quedar sentado un poco más, y después me levantaré y me haré
de comer. Pero no te levantarás ni te harás de comer. (Un tiempo) Mirarás la pared un rato, y luego te dirás: Voy a
cerrar los ojos, quizás duerma un poco, y después todo va estar mejor, y los
cerrarás. Y cuando los vuelvas a abrir, ya no habrá más pared".[2]
Pequeña plenitud
perdida en el vacío. Ya no habrá más pared.
[1] Para leer la
reseña de ese espectáculo en este Blog, click aquí: http://la-diosablanca.blogspot.com.ar/2010/12/sobre-estado-de-ira.html
[2] Un jour tu serais aveugle.
Comme moi. Tu seras assis quelque part, petit plein perdu dans le vide,
pour toujours, dans le noir. Comme moi. (Un
temps.) Un jour tu diras, Je suis fatigué, je vais m’assesoir. Et tu iras t’assesoir.
Puis tu te diras: J’ai faim. Je vais me lever et me faire à manger. Mais tu ne
te lèveras pas. Tu te diras, J’ai eu tort de m’asseoir, mais puisque je me suis
assis je vais rester assis encore un peu, puis je me lèverai et je ferai à
manger. Mais tu ne te lèveras pas e tu ne te feras pas à manger. (Un temps.) Tu regarderas le mur un peu,
puis tu te diras, Je vais fermer les yeux, peut-être dormir un peu, après ça
ira mieux, et tu les fermeras. Et quand tu le rouvriras il n’y aura plus de
mur.
Samuel Beckett. Fin de partie.
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