El domingo 28/5 fue a ver REMAR, de Mariano Saba, al Sportivo Teatral
(Thames 1426 / Tel 4833-3585). Funciones domingos a las 20 hs.
Odiseo, Edipo,
Piglia, Poe
En una soleada tarde de invierno, hace muchos más años de los que
sospecho, el gran Ricardo Piglia se paseaba al frente de una clase numerosa,
con su típica e intensa expresión de cabeza inclinada y pensante, y exponía la
siguiente idea, que para mí, si bien no sé si es cierta, es ciertamente inolvidable:
hay desde los griegos sólo dos historias para contar; la de un misterio (quién
mató al Rey Layo, padre de Edipo) y la de un viaje (viajar y volver para contarlo).
El viaje de Ulises, que es un extravío y un regreso.
Desde entonces, no todos los viajes se han contado y no todos los Ulises
han regresado. Uno de ellos es particularmente curioso: aquel viaje de un
acrónimo del autor, narrado en impecable estilo por uno de los más grandes
escritores de una generación de enormes escritores de aquella nación que nacía
a la literatura a mediados del siglo XIX, Edgar Allan Poe. El gran Poe, además
de inventar directamente un género, uno de los más populares géneros que la
literatura (y el cine, y el teatro) hayan dado, el del policial de detectives
(regresando a Piglia y sus misterios, quién mató a las mujeres de la calle
Morgue, dónde está la carta robada), se despachó también con una novela de
marineros. Se trata de “La narración de Arthur Gordon Pym”, novela impecable,
escrita por el propio viajero, que cuenta el periplo marítimo hacia más allá de
las fronteras de lo conocido, hasta llegar al límite y allí…
Y allí se interrumpe la narración de Arthur Gordon Pym (perdón por
spoilear al final de la novela, pero tiene 200 años y es tan célebre que hasta
Julio Verne le escribió una continuación: “La Esfinge de los Hielos”, donde
racionaliza el misterio de lo siniestro).
Milenios más, milenios menos, Maese Mariano Saba, y su banda de teatristas
sportivos reviven el viaje, lo ominoso y el extravío atávico de la humanidad en
este hermoso centro de acción teatral los domingos a las 20 hs. Pasen y vean.
Síntesis Argumental
Dos remeros en
precaria competición pierden el rumbo debido a una sudestada. Lo que no saben
es que han quedado a merced de un dios vengativo, como todos, que subirá al
bote a vengar la muerte de su hijo, cuyo perpetrador fue otro. No parece
importar, pues como cantara otra voz inmortal: contra el destino, nadie la
talla.
Mimitos griegos
Los dioses no existen, pero que los hay, los hay. En este caso, se trata
de Poseidón, el dios griego del mar, que desea venganza sobre quien matara a su
hijo. En la antigua versión narrada por Homero, el héroe es “fecundo en ardides”
–astuto por demás, a punto tal que hasta se le ocurre lo del caballo de Troya-,
y gracias a su desmedida astucia logra zafar y dar muerte al terrible Polifemo
(el cíclope, hijo de Poseidón). El dios ha esperado generaciones y generaciones
de hombres y héroes para encontrar ocasión de venganza. Hasta esta noche. En
este lugar.
Si algo queda claro en el lapso que media entre los tiempos del
ingenioso padre de Telémaco y los del remero extraviado Esteban Rawson es que
la astucia, el ingenio y el coraje no son lo que supieron ser. Tampoco los
dioses. Tampoco el teatro. Tampoco la esperanza. Tampoco la humanidad.
Teatro del mundo
Remar, un destino
impropio, es una de remeros. Y como tal, es también una obra consciente de su
representación, haciendo jugar a su favor la tosquedad sobre la que el teatro
recorta el enorme talento de sus intérpretes: un Poseidón harapiento, que ha
olvidado su griego, añora a su ciclopín pequeñito, foto sepia de bebés de los
cincuenta, mientras oficia de Prólogo de la representación, en la cual anuncia
que participará. Luego, todo se ordena en paralelo con un mundo homérico
degradado: las justas olímpicas sobre un botecito en el Río de la Plata, la
guerra de Troya entre el equipo de remeros de los italianos contra estos
inglesitos que la reman sin avanzar; la sospecha de que Ítaca es un club que ya
ha sido tomado por los otros campeones y Zulma, cual Penélope, está invitada a
la fiesta. La gran mitología helénica tras la cortina berreta de un teatrito venido
a menos. Y a disfrutar.
Por supuesto, Remar no pretende ser una reescritura de La Odisea,
sino simplemente utilizar el paralelo metafórico de esos mitos para un juego
escénico eficaz. La estabilidad estancada de la dupla de remeros que entran en
la zona de calma, inmóvil, se quiebra por la presencia del visitante
inesperado; ironía dramática de por medio, el público sabe perfectamente de
quién se trata, mientras que los protagonistas no. Del desarrollo del equívoco,
de lo desopilante de las situaciones de confusión y paradojas, de la creciente
identificación del público con los pequeños personajes, que despiertan nuestra piedad,
se nutre el desarrollo de la obra, y su mejor oferta.
Nacional y popular
“Hay que remarla”, dice la metáfora cuando quiere hablar de esforzarse,
al borde mismo de la esperanza, o la desesperanza. Soltar los remos, es
sinónimo de morir. Remar es trabajo humano, es tracción a sangre (humana), es
símbolo de esclavitud, devenido empeño, devenido deporte, devenido necesidad.
Remar, remar, remar: hay que remar porque hay que volver. Con la frente
marchita. Volver. Vamos a volver. Oh, vamos a volver. Desde ese mar falso que
es El Plata, vil y letal río de tantas pérdidas, la obra nunca es inocente de
su identidad: el bote bien puede ser un país en manos de un gran equívoco,
puesto que indudablemente Esteban Rawson no es Ulises, y jamás mató al hijo de
un dios. Pero al destino, “ese gil de mierda” de la cita de Lamborghini en el
programa de mano, ¿qué le importa? Polifemo bien sabe que los mortales, por su
estupidez, soportan dolores más allá de lo que les corresponde. Estupidez.
Estupidez. Estupidez. Y para todo el resto: andá a cantarle a Gardel.
1 comentario:
Ayer vi la puesta y me gustaron mucho: Las ideas narrativos , las interpretaciones y ese contexto "pantanoso, hostíl y finalmente glaciar", donde "el destino" lleva a los navegantes.
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