El sábado 5 fui a ver El cuerpo de
Ofelia, de Bernardo Cappa y Pedro Sedlinsky, a Andamio 90 (Paraná 660 /
4373-5670). Funciones: viernes 22.30, Sábados 20 hs.
El cuerpo desaparecido
El 1 de agosto de 2017 alrededor de cien efectivos de la gendarmería argentina,
al mando del Jefe de Gabinete del Ministerio de Seguridad de la Nación, ingresó
violentamente y sin orden judicial a la Comunidad Mapuche Pu Lof en
Resistencia, departamento de Cushamen, provincia de Chubut, disparando balas de
goma y de plomo y quemando las pertenencias de las familias, incluso los
juguetes de sus niños. Según relatan los testigos, el joven Santiago Maldonado
trató de escapar pero fue capturado, golpeado y subido a un móvil a orillas del
río Chubut. Desde entonces, no se supo más de él. Ante los pedidos de
investigación, los recursos presentados a la justicia y el reclamo desesperado
de la familia, las autoridades nacionales respondieron negando que la Gendarmería
estuviese involucrada y presentando el caso como búsqueda de “persona
extraviada”, con lo cual se limitó a ofrecer una recompensa a cambio de
información y dispuso de un operativo en terminales de ómnibus, aeropuertos y
fronteras, como si Santiago se hubiese ido por voluntad propia.
La indignación
creció a la par de la indiferencia y el ocultamiento de los hechos por parte de
las autoridades. El poder judicial a cargo del caso realizó una inspección de la
zona que confirmó el rastro de Santiago hasta el borde del río y tomó registro
de las huellas de los vehículos presentes en el operativo. El 7 de agosto, el
Comité por la Desaparición Forzada de las Naciones Unidas exigió una “acción
urgente” por parte del Estado para buscar y localizar al desaparecido,
solicitando explícitamente que se tuvieran en cuenta los datos proporcionados
por los miembros de la comunidad mapuche; solicitó, además, ser informado sobre
las acciones tomadas. En respuesta, el Ministerio de Seguridad volvió a negar
la detención por parte de Gendarmería y no apartó a la fuerza de sus tareas de vigilancia
y amedrentamiento en la zona. Recién el jueves 11 el juzgado federal realizó un
allanamiento en los cuarteles de Esquel y El Bolsón.
Mientras tanto, la
Ministra Patricia Bullrich ya había puesto bajo sospecha de “violencia
separatista”, “guerrilla” y terrorismo con “financiamiento internacional” a la comunidad
mapuche reprimida, y los medios masivos de comunicación adictos se ocuparon de
amplificar esa caracterización, acompañada de sospechosos testigos que afirmaban
haber visto a Santiago a miles de kilómetros de distancia, en la provincia de
Entre Ríos. Un insólito video de una cámara de seguridad de un negocio fue
emitido por los canales de mayor audiencia, asegurando que el joven que aparecía
era Maldonado. Ni la desmentida del comprador real, Francisco Maestre, impidió
que se siguiera comunicando que las autoridades no podían descartar que se tratara
de Santiago. Hubo, incluso, violentos allanamientos en localidades entrerrianas
en busca –extraviada- de la víctima.
El viernes 11 de agosto, una
multitudinaria manifestación bajo la lluvia exigió, en la Plaza de Mayo y en
otros puntos del país, la aparición con vida de Santiago y el castigo a los
culpables. El presidente de la Nación respondió cansinamente ante la prensa que
estaban trabajando “a destajo” para ver qué había pasado, a pesar de la falta
de colaboración de “esta organización que se declara con lineamientos bastante
poco democráticos y bastante violentos”. Por supuesto, por “organización poco
democrática y violenta” no se refería a la Gendarmería Nacional sino a la comunidad
mapuche, víctima de la represión.
Al momento de escribir esta reseña, Santiago Maldonado continúa desaparecido.
Su caso cumple con la caracterización que la jurisprudencia de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos hace de la “desaparición forzada”, que
conlleva la negativa del Estado a reconocer que la víctima está bajo su control
y de proporcionar información al respecto, con el propósito de generar
incertidumbre acerca de su paradero.
En el país de los treinta mil desaparecidos, una nueva desaparición pone
en cuestión el orden democrático y el estado de derecho, a la vez que visibiliza
las profundas y oscuras raíces de los componentes totalitarios, opresivos y racistas
de su sociedad.
Todo se resignifica a partir del 1 de agosto de 2017. Incluso una notable
versión de Hamlet, en un entrañable teatro de la calle Paraná, en la que el
cuerpo de Ofelia ha sido retirado de la morgue sin autorización, y su
sustracción remite a otros cuerpos, y otros, y otros más.
Síntesis Argumental
En un salón
velatorio, el encargado espera a los deudos de la difunta. No obstante, los
deudos ya están allí, en la misteriosa trastienda que, como truco de doble
fondo, contiene magia y representación. Al velorio llega una médica forense y
reclama el cadáver de Ofelia, sustraído de la morgue judicial sin autorización.
Pero el cuerpo en disputa es una disputa política, una disputa por el relato
que permita reponerlo.
La cuarta pared
La “representación
dentro de la representación” es una de las convenciones (o correctamente
expresado, una convención que devela sus convenciones) característica de ese
tiempo tenso, desgarrado y en agitada transformación que recorre la
sensibilidad artística europea hacia fines del siglo XVI y principios del XVII:
las ficciones develan su ficcionalidad o incluyen la construcción de una
ficción enmarcada al interior de la misma. El Hamlet de William Shakespeare
ofrece no sólo su trama: un príncipe que se finge loco para cumplir con una
venganza dictada por un fantasma; sino también famosas reflexiones sobre la
verdad y la verosimilitud de las emociones del actor, e incluso una
representación teatral al interior de la obra, en la que el usurpador será
espectador de una pantomima de su propio crimen, mientras el protagonista Hamlet
es espectador de la reacción del asesino Claudio ante su reflejo ficcional, al
tiempo que el amigo Horacio observa al príncipe Hamlet observando al rey
Claudio que se observa a sí mismo, ante los ojos atónitos de los espectadores de
cada función. El teatro se llamaba “el Globo”; el teatro era el mundo. Aún no
eran tiempos de realismo, y cuando el propio Hamlet define al arte teatral como
un “espejo de la naturaleza que le muestre a la virtud sus propios rasgos, al
vicio su propia imagen, y a la edad y cuerpo del tiempo su propia forma”, se
puede suponer una inspección a consciencia del instrumento: un espejo con un
propósito. Tiempo después, la representación ocultará sus mecanismos, y se
instaurará la célebre “cuarta pared”, aquella que separa y liga al espectador
de la representación, y en la cual lo representado es inconsciente del público,
o inocente frente a él.
El primer
movimiento de El cuerpo de Ofelia es
derribar esa pared, pero no para regresar al espíritu isabelino, que se ha
perdido, sino para ofrecer una variación, a modo de truco develado que, no
obstante, esconde un truco.
El manco René
Las alusiones
al gran René Lavand, el prestidigitador manco, son formales y temáticas. Su frase
célebre se repite y se repite, en boca del Claudio asesino y prestidigitador de
almas: “no se puede hacer más lento”. El teatro, la representación, el relato,
el dispositivo por el cual se puede, incluso, velar un cuerpo y ponerlo en
duda, todo es un truco. Un truco anunciado por el mago, un truco en el que la
conciencia es atrapada por/a pesar de estar, justamente, atenta a descubrir el
engaño. La célebre frase del príncipe: “el teatro será la soga con la que
atraparé la conciencia culpable del rey” se resignifica en el siglo XXI:
sabemos que todo es un truco, y que hoy vinieron (o faltaron) los actores, y en
tanto estemos haciendo este truco, que no se puede hacer más lento, la obra –como
por arte de magia- sucederá. En sus propios términos, los mejores momentos de El Cuerpo de Ofelia son aquellos en los
que la magia se filtra por entre las telas y luces y sentidos directos de sus
escenas: el magnífico juego espacial que aprovecha la profundidad (real) del
espacio escénico, develada y “sin truco”, es un truco mágico, mucho más
sustancioso que la ficción de los pasadizos por entre bambalinas, aún cuando
éstas sean necesarias para sostener en el relato lo anterior.
Las dos tramas de Hamlet
Como
tantas obras de Shakespeare, Hamlet también tiene dos tramas, que en este caso
funcionan como espejo invertido y, por lo tanto, deformante y consciente de su
deformación. Laertes es Hamlet, devaluado. También su padre ha sido asesinado.
También conoce al asesino, y el asesino está protegido por su investidura
(investidura doble: de loco y de príncipe). La muerte de Ofelia también lo
enardece, porque es su hermana, y su venganza tiene entonces doble motor. El
tratamiento que El cuerpo de Ofelia
hace de esta dualidad es, a su vez, uno de los puntos sobresalientes del
dispositivo: mientras Hamlet aparece estilizado, enloquecido, melancólico,
capaz de cantar canciones de amor-pop al fantasma o cuerpo desplazado de su
amante, o de recitar en un inglés muy británico los versos originales de su
propio drama, Laertes es una composición casi realista, orgánica y sindical (el
detalle de los zapatos que se quita para hacer su primera escena es por demás
intrigante y significativo: allí se des-inviste de su cualidad escénica, como
si en ese territorio sagrado, sólo pudiera decir una verdad).
El abrigo y la ley
Como
(casi) toda composición barroca, El
cuerpo de Ofelia es desmesurada, autorreflexiva e irregular. Quizás no
puede ser de otro modo, puesto que opera con las continuidades, paradojas e
irregularidades del pensamiento y la praxis, de la escena, la representación,
la palabra y su conciencia. Por momentos, los sucesivos planos parecieran
sobrar: dos cuerpos para Ofelia, dos Hamlets, dos asesinos, dos tiempos, dos
espacios, que se hacen tres, cuatro, infinitos como los espejos del ascensor, y
volvemos a empezar, con un sicario que habla italiano –para qué, o por qué, no
lo sé-. Y sin embargo, tiene sentido. Lo establece la propia ley del valor: si
quitarse un abrigo o permanecer con él es una cuestión de estado, el estado
está en cuestión. Así opera El cuerpo de
Ofelia. El resto, desde y por Ofelia, no es silencio. Hábeas Corpus. En
este país, en este siglo, en este teatro, el cuerpo ausente, o presente, no
callará jamás.
1 comentario:
Magistral reseña.
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