miércoles, 17 de marzo de 2010

Sobre LA IRA DE DIOS (Partte I), de Sol Pérez, Mónica Salerno y Susana Villalba

El jueves fui a ver LA IRA DE DIOS (PARTE 1), de Sol Pérez, Mónica Salerno y Susana Villalba, al Rojas (Corrientes 2038). Funciones jueves 21 hs (la PARTE 2 va los viernes a las 21)

Dios
Así como toda obra de teatro (por extensión, toda obra poética) roza el mito o lo atraviesa, puesto que sus modos de significación son análogos, en la actualidad pocas obras se dirigen, versan, convocan o discuten a Dios. Dios como sujeto activo y presente ha casi desaparecido de escena, para convertirse en mera materia de reflexión o marco conceptual, temático, inerte. Dios no parece operar en nuestras ficciones y relatos actuales intra o extra escena, excepto, claro, bajo la forma de la muerte y de las catástrofes. Dios se invoca o se enuncia como agente responsable de aquello a lo que nadie escapa –la muerte y, en sus formas más enérgicas, la muerte absurda: la de un niño, una niña, los inocentes-, y también como agente de lo injustificado, lo injusto, lo arbitrario: el terremoto, el tsunami, la sequía, la peste.

No se trata de la religión, institución evidentemente humana, ni del dogma, esa condensación ideológica de la autoridad religiosa; se trata de Dios, puramente Dios, que se ha retirado. (Incluso la misma Rosa Mística –click aquí- no es en absoluto una obra sobre Dios sino sobre la opresión del dogma funcional a la opresión social).

La Ira de Dios, esta secuencia de obras que se presentan en secuencia sobre el tema de las plagas, no obstante, apunta a Dios y dibuja, tal vez cadavéricamente, su contorno.

Dios y las hembras
En esta ocasión, la convocatoria es a la mirada femenina: seis creadoras teatrales confrontan el bíblico tema de “las plagas” actualizándolo y reflexionando sobre su posible persistencia en nuestro mundo. Es, también, la mirada femenina sobre la “ira” de un dios cuyo dogma no puede no ser funcional a la opresión de género.

Síntesis argumental
Una chica chatea y parlotea absurda en su mundo virtual, mientras la mujer recuerda y recita poéticamente la invasión de langostas. En un taller de costura, las obreras reducidas a la esclavitud charlan y temen la mortal creciente. Romina Tejerina, sostenida sólo por su palabra, vive y sobrevive en una celda para madres.

Las plagas
La ira es lo humano de Dios, del dios antropomórfico que soñó en la oscuridad la tradición occidental; lo propiamente divino sería, claro está, la indiferencia. Un Dios vengativo, arrepentido de la creación, un dios ansioso por la destrucción del género humano es una pesadilla del hombre que exacerba en sus sueños colectivos aquello que más desea y más teme. Y las plagas son la expresión de ese dios terrible y humano, la expresión del poder de la sombra, de lo reprimido, la enorme destructividad de esa región colectiva inconsciente.

En La Ira de Dios se cuelan en formas íntimas a la vida en el escenario. La igualadora inundación se lleva consigo las palabras del oprimido, el guaraní y las diferencias. La langosta evocada, poética, la de la sabiduría y el dolor, no afecta en nada la estupidez, la inmediatez vacía de la hipercomunicación. Y en el extremo del arco, el terror es introyectado y no queda más dios. No hay más plaga: sólo la violada asesina, la madre víctima que acuchilla al primogénito y es ajusticiada.

Dios de la muerte o el agente externo
Dios es dios y el humano un mero pecador digno de muerte. Dios es dios (muerte y catástrofe), pero aún se siente, en la obra, que ya está ausente. Ninguna acción es ejecutada por él. Dios es el discurso quebrado de la condenada que reitera y reitera y reitera. La reiteración, la poética mixtura de la frase bíblica y el residuo coloquial afectan, por su quietud, a lo teatral –esa teatralidad tan sutilmente lograda en la Inundación-; no obstante, la virtud poética de esa palabra remite una y otra vez a la paradoja inexpresable de la víctima filicida.

Y eso afecta al público.

Porque se trata de un reconocimiento. En última instancia, Dios Padre –el cristiano, su opuesto-, es también un filicida: el Padre entrega al Hijo en sacrificio y no responde sino con muerte al último reclamo de su primogénito: “Padre, Padre, por qué me has abandonado”.

miércoles, 10 de marzo de 2010

Sobre ARLEQUINO, de Carlo Goldoni por La banda de la risa

El domingo fui a ver ARLEQUINO, de Carlo Goldoni, por La Banda de la Risa, al teatro La Comedia (Rodríguez Peña 1062 -4815 5665). Funciones vie, sá 23 hs, do 21 hs

La risa y la evolución de las especies
La zoología emparenta con (y diferencia de) los grandes monos al ser humano tanto por rasgos anatómicos como por su comportamiento. No solo nos parecemos -pero no del todo y ahí está la crucial diferencia- a gorilas, orangutanes y chimpancés en la dentición, la forma de las manos y pies, el desarrollo cerebral, el bipedismo y el tracto superior de la laringe que nos permite hablar, sino por nuestra curiosa conducta, que abarca lo simbólico, lo consciente, lo inventivo, lo proyectivo, lo intencional, lo comprometido y… lo lúdico.

Sí, es verdad: los cachorritos juegan. Pero -nos dirá el etólogo- esta capacidad está asociada necesariamente al aprendizaje y no se disocia de él. Dicho de otro modo: la conducta adulta del juego, es específicamente humana. Exagerando (tal vez), se puede decir que mientras hay vida propiamente humana, hay juego. Así, el juego es tan humano, como el humor, como la risa, esa curiosa derivación del llanto, esa expresión que aparece en el bebé humano entre el tercer y cuarto mes de vida, cuando la madre comienza a jugar con él y éste ya la ha individualizado mediante una impronta o apego especial. Hijo, esta es tu Madre; Madre, este es tu hijo: ¡a jugar! (risas –hasta el final de la vida).

Por debajo y por encima de la lucha por la supervivencia, del interés consciente, de la busca del conocimiento, del placer estético, de la satisfacción corporal, e incluso detrás de la propia voz humana, hay un sonido distintivo que nos hace únicos, nos emparenta, nos eleva, nos desploma, nos humaniza. Y de eso, y de una historia viva del teatro universal, se trata la hora y media de la celebración teatral llamada Arlequino.

Síntesis argumental
El hambriento y jocoso Truffaldino, servidor de Federico, arriba con su amo a Venecia, donde se topa con Florindo, que acaba de despedir a su criado. Truffaldino se ofrece a sustituirlo sin saber que se trata del prometido de Beatriz, prófugo de la justicia y víctima de una falsa acusación. Arlequino tampoco sabe que el verdadero Federico ha muerto y que en realidad está al servicio de la mismísima Beatriz, hermana del difunto, que disfrazada llega a Venecia en busca de una última y desesperada salvación.

Lo propiamente humano, y la banda de la risa
Lo bueno del argumento de la obra es su inequívoca condición de olvidable. En la ensoñación casi ebria del final de esta sesión de risas y juegos, un epílogo lo explicita maravillosamente: los celebrantes no esperan la memoria sino el olvido, pues lo que debía suceder ya sucedió. La obra se propuso algo que aconteció en escena y no pervive, porque no es un mensaje a dilucidar a posteriori, ni un encuentro consciente y conceptual con la versión de un mito que iluminará lo oscuro y conocido sino, simplemente, el humanísimo placer de disfrutar y reír.

Disfrutar y reír. Como niños. Lo que nos conduce a la neotenia.

La evolución de los niños: no todo lo nuevo es vanguardia ni todo lo actual novedad
La palabra “neo-tenia” viene del griego “neo” , joven, y del verbo “teineîn”, extenderse, y describe la inhibición o retardamiento de la adquisición de caracteres adultos en algunas especies vivientes, que conservan su “forma de niño”. Aunque el empleo del término ya fuera utilizado a fines del siglo XIX, su actual fama se debe al biólogo Stephen Jay Gould quien sostuvo que el ser humano se distingue de los simios más cercanos justamente por sus rasgos de Neotenia: es decir, por haber mantenido características infantiles en sus ejemplares adultos.

La idea es contundente; tanto como su síntesis: la evolución puede provenir de la conservación de un rasgo infantil en la vida adulta. Una comedia de amos y criados, enredos matrimoniales, en pleno tercer milenio.

Neotenia y la comedia dell’arte
La banda de la risa hace Comedia dell’arte, pero también hace comedia de la buena. Una forma teatral histórica, perteneciente a un remoto tiempo y a un sistema de representación que ha dejado de existir, toma forma y cobra vida, en términos biológicos, en un teatro adulto, de extraordinaria sofisticación. En sus más de mil representaciones (La banda de la risa festeja, con Arlequino, sus 25 años) no busca otra cosa que esas mil risas, “hasta que duelan las mandíbulas”. Cumplir ese objetivo, y hacerlo con creces, requiere talento. Para botón basta una muestra (o dos, o tres, o diez): Osqui homenajeando a un cantautor convertido en mito, Claudio manejando a la platea a su gusto, Silvina cantando y llevándonos al territorio de aquel pariente noble de la risa, el llanto.

Humanos péndex, simios adultos
Una obra que es puro juego, se torna inocente. Pero es adulta. Y ahí, en aquello que no es mensaje ni solemnidad ni significado, hay una explosión de sentido. Los humanos conservamos rasgos neoténicos en relación con los grandes simios: el cráneo redondeado y elevado, la cara proporcionalmente pequeña y el “hocico” no protuberante. Somos monitos-niños. Eso nos permite reír. Nos permite jugar. Y seguir aprendiendo durante toda nuestra vida.

Bonus track: La máscara y el juego
Hemos hablado en este blog sobre la máscara (ver Sobre Un poco muerto, de Mario Segade, click aquí). Arlequino nos lleva a una nueva mención. En el juego por el placer de jugar se juega gran parte de la innovación y de la existencia misma de la ciencia y de las artes. Una máscara es también un juego, una mascarada, y como tal, un camino que, ocultando, devela y libera.