jueves, 8 de diciembre de 2011

Sobre SALOMÉ DE CHACRA y el Premio Teatro del Mundo a La diosa blanca


El mes pasado fui a ver SALOMÉ DE CHACRA, de Mauricio Kartun, al teatro San Martín (Sala Cunill Cabanellas – Av Corrientes 1530, 4371-0111/18). Últimas funciones, sábado 10 y domingo 11 de diciembre. Reestrena en enero.

Premios Teatro del Mundo

Y bien, estimadísimos lectores, La diosa blanca, este blog de teatro que escribo a pulmón (a pasión, a desesperación y, por qué no, a felicidad) desde el 2008, recibió hace unos días la distinción por parte del Área de Historia y Teoría Teatral del CCRRojas (UBA) como uno de los trabajos destacados del año en el rubro REVISTAS (Soporte papel y virtual). Desde aquí, desde el corazón de La diosa blanca, muchas gracias a los críticos y especialistas del jurado por esta distinción. Sinceramente.

Vamos a Salomé ahora.

La palabra del ano

El teclado QWERTY refiere a la vieja distribución de las letras en las máquinas de escribir y posteriormente en las computadoras, patentada por Christopher Sholes en 1868 y vendida a Remington en 1873. Los anglos lo llaman “qwerty” por el orden de las primeras seis letras de la fila superior, orden que sufre algunas variaciones en el teclado francés y en el alemán, pero no en el español. El español, como marca de identidad, presencia y resistencia, le agrega, en la segunda fila, la célebre letra Ñ.

Casi dos décadas atrás, con el advenimiento de la masificación de uso de la PC y el correo electrónico, miles y miles de teclados inundaron el mercado argentino, muchos de ellos sin la letra ñ. Había que hacer una estoica combinación de teclas para que por arte de magia la ñ apareciera en la pantalla de los word perfect, de los e-mails (para los memoriosos: alt +164, o la más moderna alt+crtl+n). O había que escribir la palabra ANIO para decir año. ¿Quién no tecleó alguna vez, en el cansancio o la urgencia o la brevedad o la ceguera, la palabra ANO?

La lengua poética es una torsión del lenguaje común, una tensión producida por procedimientos: la rima, el escandido, la acentuación rítmica, la reiteración, la musicalidad consciente y, por encima de ellas, o al costado, por el sorprendente colapso conceptual de la metáfora. El ojo del AMO que engorda al ganado, en Salomé de Chacra, en la madurez del talento de un autor que devino eximio director, es, entre la charcutería innoble, la palabra del ano.

Poíesis purgamen

Kartun es maestro de dramaturgos. En sus clases magistrales habla del dramaturgo como un poeta de los desechos, aquel que literalmente escarba en la basura para construir, con lo coloquial (la purga desechada por lo estético) su obra de arte. Salomé de Chacra, como El niño argentino, como Ala de criados, expone virtuosamente esta condición y a la vez marca su límite, exhibe su diferencia.

Síntesis Argumental

En un lugar de la pampa, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hacendado, propietario de cerdos, que mantenía cautivo a un anarco profeta en el fondo de un aljibe. Pero el amo propietario escuchaba su palabra, y también era cautivado por él.

Apenas consciente de esta irresistible atracción, el Amo se entrega a otra: la de la sensualidad femenina, que hará cumplir la maldición reafirmante del patriarcado, para bien de ninguno y para mal de todos.

AntiKartun por dos

Ciertos maestros consuman un modo para su arte y se atienen a él. Otros –y este es el caso- salen del perímetro, continúan indagando, toman riesgos. Podría hablar en esta reseña del mito de Salomé, de sus versiones, de su alcance, de la teatralidad, del notable elenco, de la estética visual, de la mano del director; pero muchos, y mucho mejor, lo han estado haciendo. Prefiero atenerme a dos riesgos que limitan y ponen en cuestión, notablemente, algunos fundamentos de la propia estética que el dramaturgo y maestro de dramaturgos predica.

Uno: lo coloquial

In medias res, dice, a lo bruto, el coreuta al iniciar la obra. “In medias res”, locución latina que indica que la acción representada ya se inicia avanzada, “en medio de la cosa”. El coreuta está apaisanado, parodiado. Con él, y con el lenguaje entero de Salomé, se parodia la tragedia. Mauricio Kartun habla en sus clases del uso “coloquial” del lenguaje, justamente aquel que no ha sufrido torsión, aquel “no poético”, como la materia primordial del dramaturgo. Allí donde la gente habla, allí en su cotidianeidad, el dramaturgo escucha, espera, tamiza el barro y encuentra sus perlas. Al noble tamiz le añade forma: el verso en El niño argentino, la reproducción/invención de un habla oligarca de fines de la década del 10 en Ala de criados, en choque con el supuesto coloquial del cuentapropista. Distancias del lenguaje del público, lo importante es que se perciba al mismo tiempo el diálogo y su forma. Salomé comete otro atentado de su especie: abreva de un mito bíblico que ya es literatura y ya es tono, lo sumerge en una pampa bizarra (no la ilustre ganadera –que tras el Matadero es sangre de vaca elevada a la literaturidad; ni la ordenada e hiperextensamente verde de la soja antipolítica, sino la del chancho y el chacinado, baja, innoble, adinerada). Y en un purgatorio del tiempo (en su imaginería conviven aljibes, carros a caballo y autos de carrera), los hace hablar retorciendo los mismos desechos del lenguaje. Lo coloquial prácticamente desaparece. Y su ausencia se hace presencia.

Como la rúcula. La ensalada cáesar. El ojo del ano. El narrador desaparece. Se presenta el coreuta.

Dos: los gordos y el fitness

El teclado qwerty está pensado para lograr que las personas escriban más rápido, distribuyendo las letras de forma tal que se puedan usar las dos manos para escribir la mayoría de las palabras. Hasta ahí, lo obvio. Lo secreto, no obstante, es que el orden responde también, y más profundamente, al viejo mecanismo de martillos pulsados por las teclas: la distribución tiende a evitar que esos martillos choquen y se traben entre sí.

Dice el maestro Kartun que el conflicto dramático (esa tensión de fuerzas en tiempo presente que desequilibran el status inicial y devienen acción) está pensado, secretamente, para atrapar al espectador. Sostener violentamente su atención, no dejarlo escapar, e inocularle la poesía. La célebre imagen de su enorme Clase Uno: una obra teatral es una pelea de Sumo donde un gordo imponente te mantiene (a vos, al espectador) atrapado con la jeta en el piso mientras te recita poesía al oído…

Es sumamente interesante lo que sucede en Salomé. Como en Titanic, todos sabemos que el barco se hundirá, aquí, todos sabemos que la cabeza del bautista será presentada en una bandeja. Así las cosas, el gran James Cameron pone el hundimiento del transatlántico al final; el gran Kartun, en cambio, decapita al deseado promediando la obra. Con ese crimen, la enorme bola de grasa que te aplasta va a Pilates. Se estiliza. Se hace bello, en el sentido griego de la palabra. Muerto el gringuette, muerto el bautista, develados los secretos, acalladas las voces, la obra se planta en el centro del escenario, cual prima donna, y entona.

Me sorprende y me emociona que el maestro asuma este “soy poeta y me la banco”. Salomé cantará y hablará con la cabeza, el gran Ano del Mundo despotricará y se hará más violento. La convención mostrará su atril y el pozo de la orquesta, el dolor que rehúye su presencia y es palabra, se develará poética a secas.

Sí.

Podría haber condescendido. Mantener con vida, como en Ala de criados, como En el niño argentino, lo que tensa y habla para matarlo solo al final. Pero Salomé es otra obra, y es otra cosa. El autor y maestro es director y dramaturgo, y fiel como nadie apenas yo le diga algo, él dirá:

La dramaturgia es un modo de pensamiento.

Patriarca

La sensualidad obligatoria de una Salomé es inusualmente no convencional. Está, incluso, en el tono de la palabra. Y el gran Osqui Guzmán.

En buena hora

Termina el año, estimada gente. En pocos días estaré viajando con mi familia a un descanso de segunda quincena de diciembre, agotado (y satisfecho) de tantas clases, cursos, giras, obras en construcción, en revisión, en reposición. Feliz con 2011, con la bella Luna, mi diosa blanca, espléndida niña de largos tres años, más hermosa que el pasado y que el presente. Un nuevo niño, Vicente Apolo Álvarez, varón y segundo, como su padre, pero más sonriente, más feliz (y más maravillado, si esto es posible). Nació una mañana en casa y yo lo vi nacer, y el peso de los años nunca más será el mismo.

Y la verdad: la verdadera musa rubia, mi mujer y amor, Carolina Álvarez. Entre todos abrimos esta botella de espumante, estimada gente, Caro alumbrándonos con sus ojos, Luna cantando una canción, Vicente aplaudiendo en una sonrisa que estalla y yo, al fin y al cabo, escribiendo con ustedes este brindis. Felicidad. Amor. Crecimiento. Por el año que vendrá.

¡Salud!