domingo, 30 de marzo de 2008

Desnudo de Caro y Luna (por Bonnie Browne)

Al iniciar este blog, quise elegir una imagen de la Luna para ilustrar la "portada". Carolina me sugirió preguntarle a Bonnie si tenía algún dibujo de la luna o con la luna.

Pero Bonnie, maravillosamente, ofreció hacer un dibujo nuevo. "Estuve haciendo una serie de desnudos, ¿te animás?", le dijo a Caro. Con Carolina siempre pensamos en tener alguna foto especial de este embarazo. Ahora tenemos un retrato.
Le estoy sacando fotos con mi camarita de poca resolución (y mala luz), pero apenas tenga una buena foto del cuadro, la subo a la portada.
(Lorena Taibo: ¿qué opinás de esto?)

jueves, 27 de marzo de 2008

Tres trabajos con Alejandra Ciurlanti (III)

TOMA 3. Los padres terribles, 2007

Diciembre de 2005.

-¿Qué tal, Igna? Me llamó Noemí Frenkel para ofrecerme dirigir una obra de Jean Cocteau que se llama Los padres terribles.
-...
- Me parece que puede funcionar; me gustaría que la leyeras.
-...
- Le dije que sí siempre y cuando vos escribas la versión.
-...!
!!!

El joven hijo de Ivonne y Georges pasa fuera de casa la noche entera. Esta nimiedad desata una tormenta emocional en su madre, quien lo aguarda desesperada. A su regreso por la mañana, Nik anuncia su novedad: pasó la noche en la casa de una mujer con la que quiere casarse.

Si la ausencia fue un tormento para Ivonne, la perspectiva del casamiento de su hijo equivale a una muerte. Corridas, idas, vueltas, portazos melodramáticos hasta que, de pronto, Georges -el padre- descubre lo crucial de la trama: la mujer con quien su hijo quiere casarse no es otra que su propia amante.

...

Trabajé enero y febrero de 2006 en la versión -una traducción completa, respetando una por una todas las escenas, fue enviada a los "herederos de Cocteau" para su autorización; una versión más ágil, liviana, posible -decible, actuable- fue entregada a Alejandra y a la producción de la obra para utilizar en la convocatoria del elenco.

La impactante versión escénica de Alejandra iba a tener una función pre-estreno a fines de marzo o principios de abril del año pasado. Esa tarde se inundó Buenos Aires -Carolina, mi mujer, quedó varada de un lado de la Juan B Justo; yo acudí a su rescate desde el norte (en Fitz Roy y Santa Fe el agua me llegó a la cintura).

La función pre-estreno se suspendió. La obra fue (es) un éxito, para felicidad y orgullo de todos los que aportamos algo. Sigue en cartel: jueves a domingo en El Cubo (ver cartelera teatral).

miércoles, 26 de marzo de 2008

Tres trabajos con Alejandra Ciurlanti (II)

TOMA 2. Dios Perro, Centro Cultural Recoleta, sala Villa Villa, 2003

Piso 23 de Palermo. Tarde nublada de principios de otoño de 2002. Alejandra me habla de una antigua obra de la que Alberto Ure siempre hablaba, 'Tis Pitty She's a Whore (Lástima que sea una puta), del dramaturgo isabelino John Ford. "Es una especie de Romeo y Julieta disparatado y sanguinario, donde se enamoran hermano y heraman y él le termina arrancando el corazón y ofreciéndolo en un banquete", dice Alejandra. "Se hizo una película sobre esa obra, Adiós hermano cruel".

Me gustaría escribir una obra original, no una versión de un texto isabelino.

Quizás como punto de partida. El incesto, tabú inmemorial. La genética, misterio contemporáneo.

Entre marzo y julio de 2002 (primer cuatrimestre en las universidades), reemplacé las horas cátedra de por lo menos tres cursos por horas de investigación creativa. Básicamente: textos antropológicos sobre incesto y cultura, textos de divulgación científica sobre genética, texto original de John Ford, traducciones españolas de la obra, y la película.

Quise que los hermanos no pagaran el incesto con sus vidas. Que los hijos gemelos que gestaron siguieran con vida.
Había que ofrecer, para que eso fuera posible, un sacrificio.

El sacrificio, en el texto de Ford, es suicidio. En Dios Perro quiso ser asesinato. Ahora a la distancia, empiezo a creer que el público esperaba y la obra creía mucho más en la autoinmolación.

martes, 25 de marzo de 2008

Tres trabajos con Alejandra Ciurlanti

TOMA 1
Casa de Muñecas, Teatro San Martín, marzo 2001

A mediados del año 2000 algo volvió a suceder con el San Martín (seis años atrás, la súbita disolución de un grupo de dramaturgos jóvenes convocados -y disueltos- por el director J C Gené había dado origen al Grupo Caraja-ji). Con un pie en el fin de milenio, Kive Staiff programa mi adaptación de la novela de Miguel Wiñazki "Sobremonte" para la programación 2001. Y respondiendo a un pedido de Alejandra Ciurlanti, me ofrece el trabajo de "dramaturgia" (versión adaptada) de Casa de Muñecas, de Henrik Ibsen.

Me encuentro por primera vez con Alejandra en el piso 23 de un edificio de Palermo. La velocidad de trabajo es vertiginosa. Ciurli dice que yo remarcaba mis ideas haciendo ruido con los dedos en "puñado" sobre la mesa: toc, toc, toc (por ejemplo: "esta obra pasa del melodrama al realismo", toc, toc en melodrama y realismo). Yo recuerdo que antes de la primera reunión para hablar del texto, Alejandra necesitaba resolver el plan estético... Eso va después. Lo necesito ahora. Eso va después. Me lo piden ahora. Eso va después. Ahora. Después. Ahora.

Diciembre de 2000, Teatro de la Ribera. Mañana de sol. Kive Staiff anuncia la programación 2001 del Complejo Teatral. Yo no conocía a Carolina Fal. La vi por primera vez desde abajo: yo estaba en el hall, ella asomada a la baranda de la entrada del pullman. Pensé: ¿quién es esa chica de flequillo que repite "Apolo, Apolo"? Muy, muy difícil imaginarla interpretando a Nora Helmer.

Tres meses después, ya era (y sigue siendo, al día de hoy) al única Nora posible para mi (nuestra) versión de Ibsen.

Marzo-abril 2001: entradas agotadas, entradas agotadas, entradas agotadas.
Última función, Alejandra y yo en bambalinas, espiando.

Ignacio: No me gusta que Carolina actúe un melodrama al final, ¡que no llore!
Alejandra: ¿Melodrama al final? Explicame por qué una obra que funciona a sala llena las cinco funciones semanales tiene que bajar de cartel y no volver.

PD 1: Alejandra: subí unas fotos de Casa de Muñecas a este blog.
PD 2: esta crónica continuará con Dios Perro

lunes, 24 de marzo de 2008

Guía Simple para este Blog

Hola gente.
La Diosa Blanca es la blanca Luna, por supuesto.
Y este es mi blog.
  • Lo que ya está publicado es una breve historia sobre mi amigo Diego Rodríguez,
  • una reflexión sobre la obra FETICHE de José María Muscari,
  • y unas palabras sobre el espectáculo teatral de Agustín Alezzo "Otros tiempos de vivir", que vi hace un par de semanas.

Por lo demás, en este blog escribiré comentarios de obras que vea o lea, libros, eventos, fotos. Lo usual (?).

saludos y bienvenidos

miércoles, 19 de marzo de 2008

SOBRE OTROS TIEMPOS DE VIVIR

Es bastante cierto, como dice el personaje de “prologuista” que actúa Bernardo en la obra, que pensamos lo menos posible en la muerte, y quizás también en la vejez. Tomamos distancia de la muerte y, sobre todo cuando somos jóvenes, la concebimos contra toda certeza como algo que nunca nos va a suceder.

A mí personalmente la vejez y la muerte me producen, de un tiempo a esta parte, mucha tristeza. No estoy soportando bien el paso del tiempo en esos términos, y tal vez se deba a dos inminencias de sentido arbitrariamente opuesto: la inminencia de mis 40 años (aunque falten 10 meses) y la inminencia del nacimiento de Luna, mi primera hija, para el que faltan un par de semanas solamente. Anticipadamente describo nuestros movimientos en términos familiares: Carolina, Luna y yo fuimos a tal lado. O personifico la panza: Caro y la panza hicieron tal cosa (en este momento, por ejemplo, le quitan la pintura vieja a un mueble en living y se disponen a reciclarlo para nuestro flamante depto con cuarto de bebé). Me divierte también hacer de nuestros últimos pequeños actos grandes ceremonias de carácter irrepetible. Por ejemplo: el viernes pasado Carolina, su panza y yo fuimos a ver esta obra (Otros tiempos de vivir, espectáculo basado en tres obras breves de Thornton Wilder, dirigidas por Agustín Alezzo) y para hacer del episodio en sí algo perdurable, le pedí a la chica de la boletería que nos reservara unas butacas cerca del baño en los siguientes términos: “mi mujer está de ocho meses y medio y tiene muy poca retención de orina, por lo cual seguramente deba ir al baño a mitad del espectáculo”. Obviamente, a la hora de ingresar el acomodador había pasado por alto, o no había sido advertido de la situación, lo que nos ayudó a hacernos notar un poco más: le pedimos a dos personas que nos dejaran sus asientos, y nos pasamos varios minutos charlando con la kinesióloga de al lado sobre panzas, ejercicios y dolores lumbares de embarazadas. Luego, empezó la obra.

La disfrutamos mucho. Nos gustó. Nos conmovió. Coincidimos, al salir, que la primera de las tres, la que narra el viaje desde City Bell a Madariaga, nos había parecido la mejor. Mientras la veía, mi pensamiento de traductor y adaptador juzgó muy buena la idea de trasladar en este caso (no en todos, ni mucho menos) la acción, que seguramente sucedía en el camino entre dos pequeñas ciudades del middle west americano, a una locación bonaerense. Creo que esa medida de lo cercano, de lo casi banal de un viajecito en coche en la década del treinta de una familia tipo a visitar a una hija casada en otro pueblo, nos acerca a la obra y la instala en el interior de nuestros propios recuerdos colectivos.

Esta primera obra de trama sencilla (y notables actuaciones de ambos padres: la exhuberante madre y el escueto padre, tan certero y eficaz como la primera) me venía gustando minuto a minuto en su aparente sencillez y sentido mínimo, pequeño, imperceptible, pero presente, desde el principio. La develación final de la muerte de un recién nacido y el peligro de vida en que había estado su madre no hace más que develar, sin grandilocuencia y con un preciso manejo del encuentro personal, lo que uno sintió presente todo el tiempo.

Por lo demás, y como comentábamos a la salida con Carolina, esa madre excesiva, de discurso pleno, enorme, capaz de contarle su vida al señor de la estación de servicio en medio del campo, es mi madre y es la de todos. Y sin embargo, pienso yo y otra vez es lo que me gusta, de esta y de muchas otras obras, ese hablar permanente no es un discurso al que la obra critique, ni con el que se ensañe para mostrar un defecto caricaturesco; la obra no cae en una sátira a caracteres sociales ni en un costumbrismo criticón, ni mucho menos. Nada de eso. La obra es la apropiación de un discurso “menor”, de una pequeña literatura desdeñable: la de la señora que habla sin parar, plena de lugares comunes y frases hechas, como si quisiera construir en el aire un universo de defensas que, sin embargo, en su aparente intención de ocultar va formando –perfectamente delineada– la silueta exacta de aquello que no puede, y que nadie puede, decir.

Personalmente, un viaje en coche entre City Bell y Madariaga en los años 30 es un viaje entre Rufino y Laboulaye en la extensión de las leyendas de mi familia. El campo chato entre los pueblos dispersos de la llanura. Los surtidores de nafta. Las estaciones de tren. Mis tías abuelas. Mi madre. Quizás yo nunca pueda escribir sobre eso. Quizás.

…………

De la segunda obra, poco puedo decir. La sentí más bien un ejercicio de estilo bien realizado, y con una gran actriz, Lidia Catalano, minuto a minuto, segundo a segundo, texto a texto, cada vez más admirable. Me detuve a observarla a ella, y sólo a ella, incluso y sobre todo cuando no hablaba. Actuar de interlocutor es súmamente difícil; sostener la escucha de los parlamentos del otro, sobre todo cuando el parlamento del otro es extenso, requiere oficio. Lidia no le aporta oficio en este obra: sencillamente le aporta arte.
Quizá por deformación profesional, aquella que hace que como dramaturgo me pase gran parte del tiempo durante una obra escribiendo mentalmente las posibles escenas siguientes y el final de todo lo que veo, “supe” desde mucho antes que la pistola que recorre la obra no es asesina sino suicida. Ese “saber” le quitó eficacia a la trama, pero no me impidió disfrutar el notable artefacto textual de las últimas palabras de Lidia y la obra.

…………

La cena de navidad que vemos al final es la vida y la muerte en sucesión. La señora kinesióloga junto a nosotros la venía a ver por segunda vez, y dijo: “el último acto es un poco fuerte para embarazadas”, pero luego ella misma se río, minimizando el comentario y reconociendo que la llorona que quería celebrar otra vez una catharsis era ella.
Y sin embargo es cierto que una obra sobre bebés que nacen, crecen, envejecen y mueren, inevitablemente, y no reduciendo pero sí sintetizando la vida en un breve cúmulo de imágenes, se parece demasiado “realistamente” a la vida misma sintetizada en un cúmulo de imágenes, que es lo que uno tiene… Qué más. El cúmulo de imágenes, ese cúmulo de imágenes de la memoria en el cuerpo es vida, o la vida. Este día en que escribo comenzó con una revisión del “diario de embarazo” que venimos haciendo desde hace 37 semanas; luego Caro se puso a recortar fotos para el album de recortes con el que preparamos la llegada inminente de nuestro primer bebé. Fotos, pequeñas anotaciones, un aroma, un recuerdo. Un pequeño cúmulo de imágenes.

La muerte, por lo demás, se presenta como explícita representación en el escenario (es una de las pocas cosas que no puede actuarse como experiencia: morir, de los que estamos vivos, no le ha sucedido aún a nadie). Asumimos, entonces, que es la muerte ajena la que nos conmueve siempre. Y no pude no recordar las palabras de Alezzo en ese mismo lugar, sentado en esas mismas butacas, tantos años atrás, hablando de la muerte. Agustín las dijo como citando a alguien y sí, tal vez era una cita. Dijo que lo que más duele de la muerte de alguien querido son todas esas cosas que ya no volverán a suceder.

Lo recordé sentado en el lugar donde pasé mis arduos cuatro años de taller de actuación. “Todas aquellas cosas que no volverán a suceder” se puede aplicar tanto a la muerte de alguien querido como a todo el pasado, claro está. Mientras se sucedía la obra ante mis ojos yo a los actores pero también miraba ese parquet, esas paredes, ese espacio casi idéntico a aquel donde nunca más sucedería lo que sucedió: Lizardo primero, Agustín después, sentados allí mirando, comentando, explicando, enseñando y un joven Ignacio, observando atentamente y conservando un —vital— cúmulo de dudas, desacuerdos y cuestionamientos.

Años (pocos años) más tarde, yo replicaría sus técnicas de enseñanza con mis alumnos en las universidades e institutos. Aún hoy intento hacer por otros lo que ellos hicieron por mí. Valga este espacio como agradecimiento.

FETICHE, LUNA Y EL FUTURO

El 13 de julio de 2007 a las 21 hs Carolina Álvarez, mi esposa, y yo fuimos al teatro Sarmiento a ver el estreno de FETICHE. Recuerdo un par de detalles de esa noche: recuerdo a Alejandra Menalled, la productora de Los Padres Terribles, caminando por la vereda nocturna del zoológico y mirando curiosa mientras yo le tocaba bocina. Recuerdo al señor Kive Staiff en la puerta, saludando de pie junto a Ana María Monti y, por supuesto, recuerdo a José María Muscari haciendo los honores de acompañante de la señora Cristina Musumeci, fisicoculturista, teóloga y diplomada en salud sexual, en su entrada inicial. También recuerdo la obra, por supuesto: fue uno de los espectáculos más interesantes que vi el año pasado. Algo le dije al pasar al autor y director; no tan al pasar, en realidad: tomé posición en la “fila” de salutaciones a la salida de la obra y, esto sí lo recuerdo bastante bien, le dije a JMM que me había encantado el espectáculo y que le iba a escribir algo luego. Pero no lo hice. No lo hice de inmediato; no al menos en los tiempos en los que uno espera que los comentarios de una obra recientemente vista sean hechos. Sólo el 19 de enero del año siguiente, y a propósito de un intento de mangueo de entradas de En la cama, su siguiente obra, le escribí a José María este escueto comentario: “Hola, José María. Quería volver a decirte que me encantó Fetiche; fue una de las mejores obras que vi en el 2007”. Y luego, otra vez, nada. Hasta hoy, 16 de marzo.

En el intervalo que media entre estas fechas, varias veces pensé en la falta: “debería escribirle” o bien “la próxima obra que vea, si me gusta, le escribo”. Pero no. De hecho, con el tiempo me propuse, inspirado quizás por esta curiosa dilación, escribir algún comentario personal sobre cada obra que vea o sobre cada texto interesante que lea, subir el comentario a un blog y, si fuera positivo o valiera la pena y fuera posible, enviárselo al autor o director. Tanto es así que, recientemente mudado y con todo un fin de semana de actividades programadas (instalar, colgar, amurar, acomodar, comprar, pintar, pulir, limpiar, etc) me había reservado un par de horas de esta mañana de domingo para escribir un comentario sobre la novela que terminé esta semana (El entenado, de Saer) y otro sobre la obra que vi el viernes (Otros tiempos de vivir, la tríada de obras breves de Thornton Wilder dirigida por Alezzo). Es más, tengo en este momento abierta una ventana de windows con un documento de word en blanco que dice “Otros tiempos de vivir”. Y sin embargo, algo sucedió. Algo que dice que por fin es tiempo de hablar de Fetiche, de Luna y del futuro.

¿Qué me gustó de Fetiche? En principio, y por sobre todas las cosas, el cariño, el respeto, la sincera fascinación del autor y director para con su personaje. El desprecio, el desdén y la misoginia se me aparecían como una especie de “marco” previo, esperable, inevitable y difícilmente digerible; me decía una y otra vez, hasta el momento mismo de empezar la función, que tal vez sólo atravesando esas barreras encuentraría algo. Notablemente agradecido, no hubo barreras sino todo lo contrario. ¿Quién era el que despreciaba de antemano, el que miraba con desdén, entonces, el que sólo podía concebir una obra misógina sobre una fisicoculturista diplomada en salud sexual?

Allá por mediados de los 90, cuando escribía mis primeras obra sobre minas y “minitas” —Bety Phones Hugo, La historia de llorar por él— tenía la intención de elaborar creaciones valiosas utilizando principalmente materiales que la cultura dominante, prestigiosa o “prestigiante” descartara con desdén, pero evitando escrupulosamente, al mismo tiempo, aquel margen que también presentía de algún modo “canonizado” —debía haber algún tipo de desecho cultural tan ciertamente alejado de los (encantadores) cabarets alemanes de entreguerras como de la murga intelecto-carnavalesca universitaria—. Y así escribí sobre nenas conchetas que se burlan del novio grasa de su camuca, pero queriéndolas; y escribí sobre unas carilinas y un huevo kinder. Y diez años después, José María hace algo contundente, que le gusta tanto a aquel Ignacio como a este: hace una obra sobre una fisicoculturista con su discurso, desde su discurso, para y por su discurso, y deja que su voz diga las cosas de la obra, dialógicamente, sin ponerle el pie encima, sin exhibirla (a ella, a su cuerpo, pero sobre todo, a su palabra) como en una feria. Notable. Porque lo más curioso de la obra es que JM no toma y pone adelante, en primer plano y como tema, lo que uno esperaría de la vida de una fisicoculturista por default: el cuerpo. Toma la voz, el discurso, aquello que sostiene y socava ese cuerpo real tan excesivo, tan exhuberante. “Soy mucha mina”, dice y sostiene y es sostenida por las seis actrices-musumeci. La obra va enlazando, entonando como una canción, como una letanía, pero también como una discusión, una superposición y un canon, miles de palabras tan excesivas como el famoso “cuerpo musculado” que va cediendo, en la imaginación, bajo el peso de tantas otras cosas.
Por último (aunque hay y hubo mucho más), que una voz real resuene, reverbere e incluso se amplifique en una obra de teatro es algo que siempre busco y siempre me sorprende cuando, finalmente, aparece.

¿Pero qué sucedió esta mañana para que por fin escribiera sobre Fetiche? Mh. Como un ejercicio de psicoterapia casera, muevo un poquito la cabeza, asintiendo, relamiendo un pensamiento, y digo, como “confirmando”: mucha mina, mucha mina.

Lo que pasó es que pasó de todo. Esta mañana espléndida de marzo un cambio de hora oficial le añadió un tiempo al tiempo regular. En esos minutos flotantes entre el desayuno y la hora asignada a escribir sobre una obra me entretuve releyendo un “diario” que venimos escribiendo, Carolina y yo, desde hace 37 semanas. La primera entrada de ese diario dice que el 13 de julio de 2007 “vimos Fetiche, comimos en Bokoto y reservamos dos botellitas de champán”. Las botellitas de champán las descorchamos dos semanas después de ese viernes: el sábado 28, cuando el examen de sangre confirmó el embarazo.

La vida intrauterina de Luna Apolo Álvarez, mi primera hija por venir —y a quien esperamos para dentro de un par de semanas nomás—, empezó aquel viernes de Fetiche; lo sabemos con exactitud por el control médico que hicimos de esa gestación.

José María: aquel viernes de tu estreno me propuse escribirte un breve texto sobre mis impresiones de tu obra, que me gustó mucho. Pero en el interín entre aquel 13 de julio y este 16 de marzo sucedió algo que, básicamente, añade sentido y resignifica la propuesta. Intentaré, en el futuro, escribir algunas líneas sobre las obras que vaya viendo y los libros que vaya leyendo. Pero en honor a la gestación de la idea, que coincide con el día de la gestación de mi pequeña, esto debía empezar por aquí.

Mi esposa Carolina corta y pega fotos del embarazo en un álbum que estamos preparando con recuerdos de estos nueve meses; los gatos Dionisio y Electra deambulan por un depto nuevo que, finalmente, tiene una habitación de bebé, y yo, junto a una ventana, tomo mate y uso la mañana para escribir sobre teatro, que es un modo de confirmar el presente y reafirmar el futuro de todo lo que se está gestando.

Te mando un abrazo (y si tenés entradas para En la cama o algún descuento, por favor avisame ahora porque Carolina también quiere ir ¡y nos quedan sólo un par de semanas!)

Ignacio

DIego Embarazado

Pilar, 19 de febrero de 2008.

Hace exactamente cuatro años y dos meses, el 19 de diciembre de 2003, alrededor de las 14.30 hs, Diego Ernesto Rodríguez manejaba un Ford Escort por Panamericana y, doblando en la bajada del “Village Recoleta”, se detenía en la estación de servicio YPF a la entrada del Shopping Las Palmas de Pilar –el mismo en cuyo comedor con wi fi escribo estas líneas ahora–.

Del Ford Escort detenido en la zona de estacionamiento de la estación servicio bajó a toda prisa una rubia de pelo muy corto peinado para arriba, con anteojos de sol y top blanco quien, alzándose una hermosa, impecable, exhuberante falda color rosa estrenada ese mismo día, se dirigió a los saltitos sobre sus “chatitas” blancas –también de estreno– al baño de mujeres.

Un espléndido y amable sol hacía que todo brillara. Los lentes oscuros de Diego Ernesto reflejaban el verde y plateado del entorno, y los rojos, azules y blancos del vestido de la bella morocha, recientemente separada, que también bajó del Ford Escort corriendo detrás.

Hacía calor, pero se soportaba bien. En el auto, detrás del Diego, quedaba el último personaje: pura sonrisa, frente amplia de grandes entradas bajo un pelo oscuro plagado de mechones decolorados unas horas atrás –peinados con cera hacia arriba, como imitando a la rubia–, un morocho flaco de mentón con barbita, traje crudo y camisa a cuadritos rosa hacía algún comentario de conocedor sobre la capacidad de retención de la vejiga de una chica con estrés en situaciones positivas.

Minutos más tarde, el mismo auto se detendría en el portón adornado con flores blancas de una casa quinta de la calle Rauch, esquina Arrayanes, del barrio La Lonja, en el partido de Pilar. El de camisa rosa caminaría raudo hacia el borde la pileta, saludando a los invitados y anunciándoles que la gran entrada estaba por comenzar. La morocha, segundos más tarde, se ubicaría entre los invitados. Según relatos posteriores, la rubia peli-corta de pollera rosa habría tenido que volver a pasar de prisa al baño de la casa antes de iniciar, del brazo del Diego Ernesto Rodríguez –testigo– su entrada nupcial.

Cuatro años y dos meses de calendario exacto han pasado desde aquel día. Al término de semejante plazo –toda una vida para la pequeña Guadalupe, que asistió a la boda con 8 días, recién nacida, o un suspiro para su bisabuela Irma, espléndida de bisnietos por venir–, Natalia Arce, la morocha, encontró un amor esperado e inesperado con quien es feliz. Carolina Álvarez, la rubia, luce un panza de casi ocho meses y espera junto al morocho (sin reflejos, no tan flaco, sin barbita, que escribe este recuerdo), la llegada de Luna Apolo Álvarez a quien, por alguna misteriosa, mística razón, sus padres no le prepararán ningún ajuar, mantita, habitación, cuna, almohada, vestido, escarpín, gorrito o babero de color rosa.

Diego Ernesto Rodríguez, finalmente, testigo fundamental y protagonista de esta historia, trabaja en este momento frente a un monitor de computadora. Dice, o mejor: escribe, que todo lo que puede decir por el momento es “jijiji”.
Diego Ernesto Rodríguez me acaba de anunciar que su mujer Kenia (y él) están embarazados.

Pilar, 19 de febrero de 2008. Abran paso a las nuevas generaciones.

Ignacio Manuel Apolo