sábado, 18 de agosto de 2012

Sobre LAS CRIADAS, de Jean Genet (dir Ciro Zorzoli)


El miércoles 25 de julio fui al estreno de LAS CRIADAS, de Jean Genet, dirigida por Ciro Zorzoli, al Teatro Presidente Alvear (Av Corrientes 1659 - tel 4373-4245 / 4374-9470). Funciones de miércoles a domingo.

Ruinas Circulares
La inigualable enumeración del final de Las ruinas circulares retumba en la mente del adolescente que por primera vez las leyó y que ahora, treinta años después, vuelve a descubrirlas con renovada precisión: “con alivio, con humillación, con terror”, el autor se descubre personaje. Poco -sólo una amplificación de esas palabras- puedo agregar a las emociones que depara en ciertos casos lo metateatral: tanto las emociones del lector como aquellas emociones explícitas de los protagonistas. La diferencia entre apariencia y realidad, entre observador y observado, entre autor y personaje, entre sueño y vigilia se disipan, para alivio de quien cree estar viviendo una pesadilla, para humillación de quien creía ser el pensador pero es solo objeto de otro pensamiento, y para terror de todos: terror (de quienes somos) de no ser, de no haber sido nunca, de que tras el humo que se disipa, se disipe nuestra existencia.
La terrible soledad se soporta con la ficción; el primer juego simbólico del niño con su carrete de hilo representa la ausencia de la madre y también su ansiado retorno, la constancia del juego permite que el tiempo pase, que el fluir desgarrado de la experiencia interior, ante esa pérdida, se soporte. Pero “la mugre no quiere a la mugre”, dicen las criadas, que no pueden quererse. Que solo existen si pueden representar la mirada del poder despreciándolas…  ¿A qué juegan y por qué, entonces?

Síntesis Argumental
Dos hermanas juegan entre sí a reproducir el sometimiento y fantasear con la rebelión ante la señora de quien son “las criadas” y cuyo hombre, preso por la delación de una de ellas, será liberado.

Para existir
La mugre (la servidumbre, el desclasado) no existe. Las criadas asumen que la señora no puede quererlas, y el entre sí, es imposible: “La mugre no quiere a la mugre”. La mugre no existe ni siquiera para sí misma, que no puede mirarse. La respuesta, a la hora de existir, es la ficción. Sólo en la ficción el otro, el superior, puede mirar (de mentira, por supuesto) y sentir algo más que la indiferencia: puede despreciar, puede temer.
El juego de las criadas es una representación, como lo es la obra teatral Las criadas ante el público presente esa noche. Las criadas hacen metateatro para ser vistas por algo que ni siquiera son ellas mismas; sólo el disfraz las devela. La mugre no existe salvo en los mugrientos juegos de los mugrientos, en los que ellas fingen ser sí mismas y ser la señora. Fingen el mundo, y el director Ciro Zorzoli y su puesta en escena toman, desde la inteligencia, este rasgo, para amplificarlo con eficacia.

Desplazamientos
La gran puesta en escena de la imperdible Estado de ira (puede leerse la reseña de esta obra, recientemente reestrenada y en cartel solo un mes, haciendo click aquí), de Ciro Zorzoli, entra en perspectiva de abismo y se desplaza, condensada, en este nuevo acercamiento del director a –lo que podríamos llamar, por qué no- otro clásico. En Ibsen (Estado de ira es, entre otras cosas, una versión de Hedda Gabler), la notable idea espacial superponía los planos de representación y multiplicaba los cuerpos. Todos, en simultáneo, ensayamos y representamos el drama y la precariedad, que es también la vida (hasta que con alivio, con humillación, con terror, el ensayo de la diva en ropa interior terminaba y se asumía sola, en el escenario habitado por un conserje). En Genet, Zorzoli pone en abismo la representación de primer grado, y sugiere la primera y segunda cajas chinas del infinito, pero en pequeño. El principal espacio escénico para Las criadas (la sala de la casa de la señora) está rodeada por el limbo de un “behind the scene” habitado por ese curioso y notable personaje, especie de apuntador e inspector de la Ley del Texto, contiguo a los utileros reales (¿reales?) del Complejo Teatral de la Ciudad de Buenos Aires, cuyos cuerpos en la noche de estreno tímidamente preguntan si tienen que saludar a la par de los actores o, más bien, del equipo técnico.
Pueden verse por debajo de la tarima que sostiene los decorados, el cableado y los tirantes de acero pelados. El proscenio es un enorme páramo de material inerte con aire de Beckett, conceptual.  ¿Qué delimita? ¿Qué es lo representado; lo real? ¿Qué representamos? ¿Dónde?
Con alivio, con humillación, con terror…

El instrumento perfecto
Entra la Señora. Entra de espaldas, a bordo de un decorado que temáticamente –literalmente- se desplaza. Se desplaza de la periferia apilada de decorados hacia el corazón de la representación, que no tiene corazón hasta que entra ella. La señora. Marilú Marini que, basta acercarse al Alvear para comprobarlo, juega a otro juego, en otro nivel.
La señora es un animal de loco pelaje y sin forma, y luego se da vuelta y articula su primera palabra. Y todo lo que creímos teatral hasta el momento, se devela otra cosa. El modo en que esta señora, y ese impecable instrumento que desde adentro la ejecuta, consume todo es un arte elevado. Curioso, casi paradójico. Casi sublime, ajeno a la parodia. Desde allí entra en tensión con la representación dentro de la representación.

De allí en más
Estado de ira fue/es un ápice, un punto de llegada de un recorrido que continúa. Llega a Las criadas y con ellas se resiste a morir. Compone en el vértice, opina que la obra no está adaptada, que es en realidad una puesta en escena “de” Las criadas, de Jean Genet. Y sin embargo se mueve. Por suerte se mueve. En el leve, tenso desplazamiento hacia una jugada de director, la puesta le da vida a lo que, como todo clásico, con la mera lectura se asume suficiente.

La cita
Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo.