miércoles, 16 de febrero de 2011

Sobre ROSA BRILLANDO

El sábado fui a ver ROSA BRILLANDO, de Vanesa Laja y Juan Parodi, a Querida Elena (Pi y Margall 1124, 4361-5040,sábados y domingos a las 19).

Rosa

Stat rosa pristina nomine
nomina nuda tenemus

Este confuso latín me machacó la cabeza durante casi un año, entre mis dieciocho y mis diecinueve. Lo había leído y releído una y otra vez en la calle –caminaba con el pesado libro de Umberto Eco por las cercanías del flamante CBC de San Isidro, cruzando las calles con cierta culpa por remplazar los apuntes de “Sociedad y Estado” por una novela policial postmoderna. También en mi habitación y en el cuarto oscuro de mi cabeza, donde un viejo monje, encorvado en su reducido scriptorium rasgaba una y otra vez su pluma contra el manuscrito. Recordaba otros libros, y a través de esos libros, las palabras, y a través de las palabras, una imagen: una mujer quemada en la hoguera, un cuerpo joven (el propio). Una flor roja por antonomasia. La rosa.

Al año siguiente me presenté a la primera clase de Latin I en la vieja facultad de Letras, pisos y pisos arriba de la antigua sede de Marcelo T, que dicen, fue un sanatorio o una maternidad. El profesor pasó lista y al detenerse en Apolo me pidió que me pusiera de pie.

“¿Así que tenemos a Apolo de alumno?”, preguntó irónico y fascinado.

“Sí”, respondí. Y agregué: “¿Qué significa stat rosa pristina nomine / nomina nuda tenemus?”

No supo qué responderme. Solo alguna vaguedad respecto del “tenemus”, que debería haber sido “habemus”. Del significado… nada.

Como en los sueños, no importa que entre la primera línea del diálogo y la tercera hayan pasado más de tres meses. Veintidós años después, con un click en la barra buscadora de Google me aparecen cuatro traducciones literales posibles de la frase y una cita de las Apostillas al Nombre de la Rosa donde Eco parece aclararlo todo. No obstante, ninguno tiene razón: ni yo, ni Fraschini, ni Umberto, ni el monje, ni el tiempo.

Poética

Enuncian los autores Maja y Parodi que este espectáculo es una “Invocación teatral a la poética de Marosa Di Giorgio”. La antigua rosa, gastada por el tiempo, por el cancionero popular, por las letanías lauretanas, por mi Rosa Mística y todas las rosas, por el viejo monje oscuro, por el nombre vacío, por el nominalismo, se hace cuerpo y flor y brilla.

Síntesis argumental

Una encantadora recitatriz dice poemas de Marosa Di Giorgio e invoca, con su cuerpo y su voz, la sensual exhuberancia sus imágenes. La poética se derrama desde la palabras al silencio: eso también es teatro.

La voz poética contradice la acción

Para la visión más clásica del arte teatral, los límites entre la poesía y el drama son nítidos; este último es el territorio de la acción. La palabra, más allá de sus cualidades poéticas, es utilizada por el dramaturgo como vector de acción, acción que da entidad/estructura a sus personajes –esa imagen me gusta: la palabra como una flecha dirigida, como los crueles dardos de la Fortuna que soportaba (y lloriqueaba un poco por demás) el príncipe de Dinamarca-.

Los personajes, en el arte teatral (en la poiesis dramática), son aquello que su acción expresa –a menudo, ocultando-. La palabra es funcional a la acción (“que la acción se corresponda a la palabra y la palabra a la acción”, instruía el príncipe), definiendo esta última como actos voluntarios regidos por un propósito. La palabra en acción es performática: se dice para hacer. La palabra en la visión más clásica del arte dramático no es otra cosa que una herramienta de modificación, una conducta en terrible tensión contra un objetivo en movimiento.

Cuando la voz poética solo funciona como voz poética, cuando el eje del paradigma se proyecta sobre el sintagma, cuando Vanesa enumera una por una, una por una, una por una, una profunda lista de frutas o de flores, la acción dramática se detiene y el teatro, en su visión clásica, se diluye. La superficie de las aguas no arrastra acción. Es el punto cero del método: eso no es teatro.

La voz poética se condice la acción

Para una visión menos clásica y taxativa, el arte performático es tornasolado: poesía, proyecciones, cuerpo, imágenes, música, forman un continuum cuyas definiciones, si bien necesarias, provienen del exterior –“invocación teatral a la poética de” es, convengamos, algo muy esforzado de enunciar para algo tan naturalmente sencillo de ver y experimentar…

La pregunta, en todo caso, sería por qué escuchar, por qué ver, por qué asistir al hecho de que la intérprete y el músico organicen ante nosotros, en cuerpo/en tiempo presente este recital. La “acción” no lo es todo en la poiesis teatral ya desde principios del siglo XX. Y no obstante, por las grietas de lo enunciativo, la acción se filtra.

Recitatriz

La presencia de la actriz habita el silencio. Verla comer las frutas, ofrecer su cuerpo para el baño de luz e imágenes, cantar en voz bajita, como si no supiera pero todos saben que sabemos, hacernos cómplices, es un hecho teatral. No existe, por supuesto, esa “poesía pura” de la que la tradición teatral quiere separarse. Existe una intérprete minuciosa actuando estado por estado cada respiración y sentido.

Ser convocado y participar de lo que emerge y se despliega en Rosa Brillando bien vale la pena un viaje al corazón de La Boca. Higos, dátiles, florcitas, pulpa, néctar… a temblar.

Repetición

Por último: el mal de la inacción suele la ser la falta de recorrido, un dejo de estatismo, de clímax aleatorio y desubicado. En el artefacto tradicional, el espectador siente la inminencia de la culminación y del espasmo posterior del finale. Una poética muy pegada al “recital”, en cambio, se resiente en estructura, pues al no contar una historia su tiempo no avanza. Solo avanza el tiempo real de la platea, que es el del goce y del disfrute (y del aburrimiento o el deja vu), tan personal y arbitrario. Rosa Brillando, hermosa, sensual, sutil invocación, se inclina sobre su propio decir y parece, hacia su término, estática. ¿Un acorde menos, por qué no un bandoneón, o unas buenas palmas? Porque sí. La rosa es sin porqué, decía el ignoto silesius. Florece porque florece. No pasa nada, convengamos:

Stat rosa pristina nomine
ROSA BRILLANDO TENEMUS

martes, 1 de febrero de 2011

Sobre EL PASADO ES UN ANIMAL GROTESCO

La semana pasada fui a ver EL PASADO ES UN ANIMAL GROTESCO, de Mariano Pensotti, al Teatro Sarmiento (Sarmiento 2715, 4808-9479, jueves a domingo 21 hs)

La Rueda de la Fortuna

Su iconografía es poderosa: la enorme rueda de feria, o más antigua aún, la gran noria a cuyos cangilones los cuerpos mortales están atados, es regida por una diosa caprichosa y cambiante. Fortuna, que es la contracara del Destino o bien su sombra proyectada, destaca lo inestable, lo condenado a cambiar, la “mudanza” en términos del Siglo de Oro, un movimiento impredecible pero obligatorio como el de la Ley de las Mutaciones: no sabemos dónde estaremos mañana... Fortuna es la que arroja sus dardos para que sufra y sopese la existencia el príncipe de Dinamarca; Fortuna liga su nombre al ser o no ser, al oscuro argumento de una vida aferrada a la vida solo por el reverente temor a lo desconocido. Vivir –es decir, sufrir- se soporta solo por una asumida, filosófica ignorancia.

Y la diosa. La diosa hace girar la rueda a su voluntad (a su placer, a su capricho), cambiando las posiciones de quienes están atados a ella: los que ahora están abajo -en el mismo lodo, todos manoseaos-; los que se elevan en beneficios, medran, ganan gloria, poder… solo para volver a caer.

La obra

Teatro Sarmiento, contiguo a las fieras. Principios de la segunda década del tercer milenio. La rueda de la fortuna[1] yace horizontal, pero aún gira. El dramaturgo y director coloca los cuerpos en movimiento dentro del férreo, antiguo círculo. Y aquella rueda, sin poder, aún domina. El destino no es lo que era.

Síntesis Argumental

El futuro cineasta, la actriz errante, el trágico cuentista que abre un paquete que quizás no debió abrir, la hija que consume (y se consume por) los secretos de su padre. Según gira la rueda, distintos episodios de la vida de cuatro personajes autónomos son presentados por los cuatro actores. El marco temporal es tan estricto como el giro: incrustados en el recuerdo cronólogico de la platea, sucede lo que pasa dentro de los diez años que van del 99 al 09.

Un dejo de biodrama

No en vano los cobija la Sarmiento: Pensotti y sus actores se preguntan por la categoría “real” de los acontecimientos públicos de una década, y por lo teatral de los acontecimientos privados de las vidas reales volcadas a la ficción. ¿Ficción y representación? ¿Biografía y relato escénico? Durante la década que evocan, desde aquella idea de Vivi Tellas, el “biodrama” rigió explícita o tácitamente la programación de esta suerte de sala alternativa del Complejo Teatral de Buenos Aires. Los resultados fueron y son dispares e interesantes, con recurrentes ápices de calidad. Fuera de programa, lejos ya de la categoría de “obra de teatro basada en la vida de una persona real”, aún aparece, multiplicado, ese concepto en el punto de partida del proceso de creación –típico de la década representada-: un grupo de actores con una idea potente a cargo de un director/dramaturgo que experimenta y crea un espectáculo. Sólo que en este caso, como supersticiosamente corresponde a la inauguración de una nueva década, el resultado va más allá y se comenta a sí mismo: el modelo pide ya no una vida sino las “grandes ficciones del siglo XIX” y se atreve a la narración de lo grande en lo pequeño, mediante el puntilloso artilugio de la indagación grupal.

¿Es posible en estos tiempos inventar grandes ficciones que contengan lo que imaginamos junto a sucesos reales de nuestras vidas y de las vidas de las personas que conocemos?”

Por lo general, la respuesta retórica es solo un cambio de entonación, una supresión de la pregunta. El Pasado… lo confirma. Pero se destaca a su vez, en este caso, por la rueda plana, que es el giro irónico sobre la década pasada…

La primera década pasada

Debo admitir que soy yo el que busca en las últimas creaciones de los mejores exponentes de una generación algo así como un muestrario de la utilización de las técnicas (mi comentario sobre Estado de Ira que a su vez se vincula con mis comentarios sobre Áspero es un ejemplo reciente de ello). Pero mi sensación no cambia: hay una suerte de mirada retrospectiva que distingue la utilización provocadora, “vanguardista” (a esta altura ya ingenua) de un micrófono de mano y una guitarra de fondo en Open House o en Luisa se estrella contra su casa (en esta última, solo la guitarra), y la sutil, casi necesaria presencia de ese micrófono en El Pasado es un animal grotesco: es un micrófono aceptado, un micrófono tomado casi “naturalmente” del teatro alternativo de la década anterior (la del 2000), para contar otra cosa, que es la misma, pero mucho mejor y en exceso.

Dominio técnico

Estamos hablando de Julieta Vallina, la de tantas funciones en tantas obras de Daniel Veronese. De el mismo Javier Lorenzo lleno de recursos (y a quien el concepto de edad no se aplica del todo). De Juan Minujín, en cuyo micrófono aún resuena el “y a ti te gusta” –desopilante monólogo erótico incrustado en un espectáculo de El descueve-, y también del Juan Minujín de Sucio. De Pilar Gamboa, sinónimo de lo “emergente” en los últimos diez años (Algo de ruido hace, Acassuso, El tiempo todo entero). La rueda gira, los cuadros sucesivos y mutantes no van hacia ningún lado, pero acumulan años significativos que de pronto son una década. Los actores –sus biografías actorales- comparten para el público teatral esos sentidos.

La profundidad

La Rueda es chata. La poética de lo menor existe y conmueve: el karaoke brasileño a cargo de Javier Lorenzo habla del Gran Relato hecho llanura. Las grandes ficciones del XIX arrinconaban lo berreta en el arcón de lo insignificante. Llamados a la arena de un relato grande (diez años en la vida de cuatro personajes) las técnicas del teatro de la década pasada se vuelcan sobre sí mismas y eso, a mi juicio, es la profundidad de la obra: una profundida técnica –dificilísima, útil, tal vez triste.

Las ilusiones del milenio son apenitas individuales, casuales, traumáticas o, a lo sumo, nostálgicas. Los hechos, gérmenes de la nada o coincidencias rabiosas. El modo de contarlo es lo profundo. La capacidad de cuatro actores de actuar desde afuera la conciencia (y la inconciencia) del otro y sus planos de representación alternados: narración, interpretación, monólogo interior, diálogo, testimonio, estado, interacción. Una rueda que ya no reparte infortunios y felicidades sino apenas una vacua sensación de movimiento…

El resto es poco. Con los genuinos elementos a disposición, desenganchados inexorablemente de cualquier posibilidad épica –el reverso sin rencor de nuestros padres setentosos-, El pasado es un animal grotesco se pregunta por el pasado, por el acontecimiento, por el sentido. Lo cual, para una obra tan bien hecha, es –sobre lo que sobre, y falte lo que falte- muy bueno.


[1] Notable dispositivo escenográfico de Mariana Tirantte en la puesta de Pensotti