miércoles, 4 de septiembre de 2019

Sobre LA VIDA EXTRAORDINARIA, de Mariano Tenconi Blanco


El sábado 31 fui a ver LA VIDA EXTRAORDINARIA, de Mariano Tenconi Blanco, al Teatro Nacional
– Teatro Cervantes (Libertad 815/ 4815-8883). Funciones jueves a domingo 21 hs.


Pulsión de muerte

En su artículo de 1920 “Más allá del principio del placer” (varias veces citado en este blog), Sigmund Freud plantea que la meta de toda vida es la muerte: dado que la vida, tal como la conocemos, sería producto de un cataclismo inesperado que desencadenó un ciclo hasta ahora inconcluso, la materia inorgánica habría quedado desde entonces expuesta a la excitación caótica que implica vivir. Todo lo que desea, por lo tanto, esa materia caída del paraíso de la inacción es volver al estado anterior: morir, sin que medie otra catástrofe, en sus propios términos.


La vida, ese acontecimiento extraordinario, es por lo tanto un camino sinuoso hacia el inexorable final. Como los relatos. Pero en el intervalo la vida ha cobrado conciencia de sí y, por lo tanto, conoce su propio final. En el intervalo, la vida se piensa, y piensa que quizás no sería mala idea perdurar.

Y para perdurar, entre otras cosas, la vida escribe. La vida lee. La vida recuerda. Y, en uno de los actos más vitales que la vida realiza, se duplica y actúa: la vida misma da vida a otras vidas. 

Efímeras, bellas, impactantes. En un escenario lateral del gran teatro Cervantes, a sala llena, durante dos horas, la vida imaginaria y narrada por dos actrices sublimes, se vuelve doblemente extraordinaria.


Síntesis Argumental

Dos amigas transmutan sus vidas en palabras: relatos, entradas de diarios íntimos, cartas, poemas, soliloquios, diálogos, fantasías y rituales, desde el confín de la Patagonia hasta el final de todas las cosas. El inexorable final convierte lo banal en extraordinario -como la vida orgánica, que solo busca dejar de vivir y, en ese transcurrir, vive-.


La literatura como teatro en potencia

El teatro no es literatura: es una manifestación performática que requiere cuerpos en escena y otros cuerpos en espectación: al mismo tiempo, en el mismo lugar y durante un tiempo determinado por lo escénico. A la literatura nunca le pedimos tanto: el tiempo de lectura literaria puede estar determinado por el lector, el lugar de lectura también, e incluso el transcurrir de la acción: volver las páginas, detener la lectura, comentar, gozar, sufrir, son potestad de quien lee.


No obstante, la literatura puede participar del teatro. Puede, incluso, incitarlo. La literatura puede producirlo. También puede matarlo. El acontecimiento se juega, en primera y última instancia, en el cuerpo de quienes ponen el cuerpo: son esos cuerpos que pueden estar contenidos o no como hipótesis de escritura, pero que en definitiva son en su acontecer material, el teatro. Allí, la literatura se intuye, pero también se tensa, y también desaparece. Todo esto sucede en La vida extraordinaria que es, entre muchas cosas, también una tesis sobre la literatura y el teatro. “Considero a la dramaturgia como literatura, de la más alta”, escribe el autor en el programa de mano. Puede serlo. A veces imperceptiblemente, escondiendo su gesto; a veces a corazón abierto, como en esta obra.  


Poesía

Consideramos a “la poesía” casi como el sinónimo de la pura literatura: es el arte de las palabras, casi sin más. Y es, a su vez, la actividad literaria más corporal. Como decía Borges, la poesía exige la lectura en voz alta. Es decir, la poesía es, de todas las literaturas, la más “pura” y a la vez sigue siendo mixta, está manchada por algo extraño y personal que es la voz humana. Como la dramaturgia, la poesía es alta literatura que pide cuerpo. Y en el caso de La vida extraordinaria, dos cuerpos. No es ingenuo ese cuerpo duplicado, uno recitando, el otro parodiando el comentario, en contigüidad, cuando llega la “poesía” a la acción dramática.


Lo obsceno

Etimológicamente, lo “obsceno” es aquello que queda fuera de la escena: la sensibilidad, el decoro del espectador, no acepta su representación directa. La literatura entera, por supuesto, es obscena en tanto actividad de lectura no escénica: la representación sucede en la cabeza del lector. El monólogo como forma dramática conserva ese decoro en gran medida, puesto que muchas veces sólo narra, señala, refiere los sucesos, pero no los encarna. La vida extraordinaria habla de deseo, sexo, procreación, crecimiento, desechos, muerte, recuerdos. Lo hace con todos los recursos que los monólogos intercalados le permiten recibir, virtuosamente, de la literatura. En escena, en su decoro, las mismas amigas lo señalan en la hermosa escena del beso entre ellas: eso no.


El fin del mundo

¿Por qué Ushuaia? Tal vez porque es el fin del mundo, nuestro fin del mundo: y toda creación se inicia en una destrucción.


El principio del mundo

Fue un incomprensible estallido en donde no había nada. El universo es inconcebible. Como su final.  

La vejez

Así, finalmente, no es la muerte la que se contrapone a la vida, sino la vejez. La vida, en su extraordinaria versión escénica, lo contiene todo y todo lo transmuta: lo banal es maravilloso, lo reiterativo es único, lo muerto está vivo, lo pasado es presente. Todo, excepto la vejez. Los cuerpos y sus palabras, bellísimos ambos, como el vestuario, como la luz, como los instrumentos y sus músicos, son la perfección apolínea de ese punto medio del camino de la vida desde el que se puede enunciar, apenas, una primera infancia. Pero que no envejece. Nunca.


Como los clásicos.