Luna la pequeña, Luna la bella,
Luna, mi hija Luna, duerme a mi lado.
Tengo 39 años.
Soy padre, finalmente.
No se trata de saber, ni se trata todavía de entender.
Sólo sé que empecé a conocerla. Y que en el nombre de mi hija está toda mi paternidad: mi hija. Mi hija.
Esta cosita que empieza a desperezarse (y desesperarse esperando su teta) es mi hija.
Mi hija Luna.
No pueden entrar más besos en un cuerpito tan pequeño.
Pero no es tanto su belleza mínima, inmensa. Es ese nombre, Luna, como Caro y yo la nombramos desde antes de su llegada.
Y sobre todo, es ir diciendo, de a poco, día a día, minuto a minuto: "mi hija". Esta es mi hija.
Nombrarla es ir convirtiéndome en padre.
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