El viernes fui a ver QUE ESTÁS EN LOS CIELOS, de Fábrica Inaudita de Sonidos, al Complejo Cultural Cine Teatro 25 de Mayo .
El signo cambiante del cielo y los infiernos
Que estás en los cielos es un espectáculo musical, visual, coreográfico. Es, también, un fragmento de la vieja versión de un rezo católico, el Padrenuestro, que solía ser introducido por el cura durante la misa como “la oración que Jesús nos enseñó”. Se iniciaba, al menos en las memorias de mi infancia y mi adolescencia, tomándose uno de las mano con quien fuera que estuviere allí, en los largos bancos de madera de la iglesia, y sin señal de la cruz ni mayor ceremonia, se decía: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre”. Etc.
Así se dijo hasta hace relativamente poco tiempo (muy poco en relación con la edad de la Iglesia). Ahora, hasta donde sé, se dice “en el cielo”.
El Dios Padre está en el cielo, uno solo. Único. Singular (a pesar de la Trinidad y su sangrienta historia). Los cielos, mitológicos, diversos, poéticos, plurales devienen el cielo, prístino, celeste y blanco como la patria. En todo caso, la obra de la Fábrica Inaudita de Sonidos toma la tradición y no la palabra bendecida. Que estás en los cielos es aquello que ya no es, aunque no lo sepamos: fragmento fósil de un signo que persiste pero cuya potencia performática se ha perdido[i].
Un relato de la creación y la creación del relato tecnológico
El discurso místico que se proyecta desde el título sobre las imágenes, sonidos y movimiento -y las organiza- es reforzado por una cita apócrifa que encabeza el programa de mano: “En el principio la tierra era informe y desierta y las tinieblas cubrían el abismo. Entonces apareció la luz revelando las sombras…” Encabezado típico de las cosmogonías, con gramática obligada de tinieblas, luz, principios, tierra, abismo y sombras, el marco invita a leer la obra en esta clave. La sombra y la luz son el principio constructivo (incluso literalizado: en gran parte, Que estás en los cielos es un espectáculo visual de teatro/danza de sombras). La luz, la sombra y su entonación remiten a lo primitivo. No obstante, el abrumador (y notable) sonido, las proyecciones y los efectos de iluminación son nítidamente explícitamente- tecnológicos. Esto provoca una contradicción interesante, en cierto sentido irresoluble. El relato tecnológico no condice con el atávico, las reminiscencias se chocan, lo superpuesto se corre y se yuxtapone. En la mejor versión del espectáculo, lo aparentemente simple, elemental como la tierra y el aire, deviene “tecno”, o informático: el cuerpo se hace superficie proyectada y se sale de sí –las pantallas devienen objetos vulgares que pueden arrojarse y las supuestas sombras proyectadas quiebran la lógica física de la proyección-. En la peor versión del espectáculo, la exigencia de pericia formal del mundo tecnológico, su intrínseca incapacidad de error, se ve superada por lo humano, que es un cuerpo real, contingente, en vivo. Es ese pequeño error en el enunciado, que parece irrelevante y permanece oculto, pero que termina por dominarlo todo : “mundo de ensueños sonoros y visuales humanamente intervenidos”… El ensueño es lo humano. Lo humano humanamente intervenido no se resuelve.
Elogio de la sombra
La sombra es la ceguera paulatina en los poemas borgeanos, algo que ya no se teme porque va aconteciendo, indeclinable, como la vejez. Es intrínseca y opuesta a la luz: es su Yin, su otra parte oscura, un punto de sombra que también está allí, en el medio del fulgor.
La sombra es la fuga de Peter Pan. Es la sombra de lo inconsciente, lo relegado a la oscuridad, a lo profundo. Es el arquetipo de lo olvidado y silenciado que, sin embargo, nos pertenece.
La sombra es la Tierra de Mordor de El Señor de los Anillos, donde el poder del Único atará a los hombres en las tinieblas. Es la sombra terrible de Facundo, evocada por Sarmiento “para que, sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas”.
La sombra es la genial idea de Ursula La Guin, la mayor de todas: aquello cuyo poder destructivo solo se podrá vencer cuando, como Próspero y Calibán, como el Dr. Frankestein y su criatura, como todos nosotros un instante antes (o después) de dormir, decía, terminemos por aceptarlo como propio.
Y lo masculino
Finalmente. La sombra es por lo general asociada al mundo femenino. Es el antiguo territorio uterino, poblado de silencios. Las imágenes de Que estás en los cielos, no obstante, son todas masculinas (no recuerdo ninguna, excepto la de una escultura femenina de cementerio, que no fuera masculina). Que estás en los cielos es el mundo del padre, el de la pelea, el de la presa en la jaula, el cazador furtivo, el cuerpo (justo) a mitad del camino.
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[i] Y los infiernos, en plural… El Credo, la oración-manifiesto de la Iglesia Católica, su creer o reventar, habla del Cristo que “descendió a los infiernos”, un concepto que no equivale, sospecho, al lugar de tormento regido por Satanás sino a aquella región ad inferias, a la muerte misma como territorio… El plural, convengamos, sigue siendo mucho, mucho más bello.
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