domingo, 20 de mayo de 2012

Sobre LA SIESTA, de Mónica Salerno


El sábado  5 de mayo  fui a ver LA SIESTA, de Mónica Salerno, Tatiana Sandoval y Magdalena Yohma, al Museo Fernández Blanco (Hipólito Yrigoyen 1420) Sábados, 17.00 hs- entrada gratuita, presentarse 20 minutos antes. 

Casa Tomada 
Cuenta Borges que un jovencísimo e ignoto Cortázar le acercó a la redacción de la revista que dirigía el manuscrito de un cuento. Quince días después, Jorge Luis le respondió a Julio que el cuento le había gustado y que lo publicarían con ilustraciones de su hermana en el siguiente número. Cortázar, años después, le recordaría que ese fue su primer cuento publicado. Un Borges complacido de haber ayudado a hacer visible a un gran autor, declara finalmente, en su prólogo a una selección de cuentos que muchos años después prologa, que el tema de “Casa Tomada” se tornaría procedimiento en cuentos ulteriores: el creciente dominio de una presencia, hasta la expulsión (léase exilio, locura o muerte) de los protagonistas estaría más insinuado que explicitado. Y eso lo tornaría “más eficaz”.
La historia le dio la razón a Jorge Luis y también lo desdijo. A pesar de los grandes, inmortales relatos del Julio Cortázar de años posteriores, este primer texto más precario, más precoz, devino ícono, emblema y matriz de múltiples reescrituras. A su modo, La Siesta, de Mónica Salerno, que denuncia traficar partículas del universo de Silvina Ocampo, se recuesta sobre lo que sabemos e ignoramos de aquel gran cuento primordial del peronismo.

Síntesis Argumental
A raíz de la desparición de una joya en la mansión, las criadas son sometidas a la vejación de la requisa. En venganza, en justa reinvindicación, en horrorosa puesta en abismo de un cataclismo social en ciernes, el personal doméstico se rebela y se auto inmola, no sin llevarse puestos a los señores y su memoria.

Máscaras y presencias
La lectura más legitimada por la academia de Casa Tomada declara que el cuento sostiene una aguda relación metafórica, casi directa, ferozmente alegórica, con el auge de esas criaturas que el gorilaje vio medrar durante la década fundacional del peronismo. La presencia de ese “otro” en el cuento de Cortázar parecía absoluta e innominable: el “otro” era una tercera persona de vaga identidad, que contrastaba en el relato hasta último momento -cerrada ya la puerta de la casa tomada y tirada por la alcantarilla la llave, no vaya a ser que algún pobre diablo buscando refugio intentara entrar, con la casa tomada- con lo que el periodismo televisivo de la última década y media llamaría “la gente”. El otro que no se puede nombrar no es gente: es esa negrada invisible, desesperanzadora e imbatible.
La obra de Salerno se inicia con las máscaras del carnaval, las máscaras que en la larga y bajtiniana tradición medieval, ocultaban el origen jerárquico del portador, o directamente lo inviertían. El niño bien, aquí, está besándose con una criada, que es casi la “doble” de la niña de la casa. Caídas las máscaras, la división se evidencia. A diferencia del cuento de Cortázar, aquí los otros están adentro; la invisible, la extraña, es esa enigmática princesa, ápice de la representación de la alcurnia, estructuralmente negada a estos adinerados menores que aún portan los emblemas de clase pero en una aldea polvorienta (nótese el uso que Cortázar da al polvo de Buenos Aires) a duras penas arrancadas a la barbarie que la rodea; princesa que vendrá y que partirá, no sin antes perder su “broche” y desencadenar el alud de la revancha.

Naturaleza y burguesía
No sólo hay referencias al carnaval; también a la naturaleza: jabalíes, perros, animales. En el interior de una casa aristocrática, la naturaleza se tensa en la lejanía. Pero en el arco menos visible de la obra -quizás el menos logrado dentro de una obra de bellos momentos e inteligente selección de situaciones-, lo animal toma cuerpo, se hace humano; digamos mejor, el humano se torna animal. Eso sucede arriba de una “Casa Fernández Blanco”, museo que conserva restaurada una casa que se hace tema, que es tema, y que es “intervenida” por la obra teatral de modo eficaz.

El tiempo del relato, el tiempo de la enunciación
Fiel al origen literario, a un mundo literario, La Siesta sugiere la presencia  de una voz narradora. La voz no puede materializarse, lo sabemos, porque el teatro por definición carece de esa voz: un cuento narrado no es más que la acción presente de esa narradora en su acto, en tiempo teatral, de contar un cuento. El tiempo dominante es el del presente: en teatro, el abstracto tiempo de la enunciación se encarna en un cuerpo real, con voz real, con presencia real, ante espectadores reales. Esta distinción entre cuento y monólogo teatral, entre historia y obra teatral, entre narrativa y dramaturgia, es empujada todo el tiempo, puesta en crisis, puesta en duda, y no obstante, se sostiene.
Al sostenerse, sostiene una constante renovación, giro y reciclado de procedimientos teatrales. En el caso de La Siesta, son estos esquivos tiempos en los que la princesa vendrá, la princesa vino, la princesa partió. Ese sutil juego de cosas que suceden dos veces, cosas que a decir de un cuento suceden una sola vez, pues en la narrativa, un momento duplicado es el mismo momento. No así en teatro. Lo imposible en el teatro es convocado desde la literatura.
El resultado aludido es imposible. El resultado presente, real, es un hallazgo.

No hay comentarios: