El sábado 29 fui a ver
Entonces Bailemos, de Martín Flores
Cárdenas, a El Camarín de las musas (Mario Bravo 960 – tel 4862-0655).
Funciones sábados 23 hs.
Entonces narremos
El narrador literario
no tiene cuerpo. En sentido estricto, la narrativa elimina el cuerpo y lo
sustituye por una voz incorpórea, esa saussureana huella de la ausencia: allí
donde el cuerpo es referido, el cuerpo no está. Por eso puedo leer del mismo
modo una novela en el baño, en el subte o en la cama. La novela no cambia. Está
escrita para ser leída en esos lugares, en silencio, mentalmente y sin cuerpo.
Ustedes me dirán: Ignacio, ¿un cuerpo que defeca, que viaja aplastado por
metrovías o que yace expectante en la cama no está presente? Bueno. No estoy
diciendo que el cuerpo del lector no se modifique por la lectura; todo lo
contrario. Es posible que nos duela la panza, que nos emocionemos, que se nos
ascelere el corazón o que se nos caiga el libro sobre la nariz al quedarnos
dormidos. Pero todo, absolutamente todo, sucede en nosotros, lectores: dentro y
con nosotros. Afuera no hay nada. El libro es una interfaz, una señal, un
registro, lindante al vacío, que indica lo que no está, y permite que se
constituya en nosotros. Se trata de nuestro cuerpo. Solamente. El resto es
ausencia.
El teatro, por el contrario, sólo tiene cuerpo presente y exterior. Es materia tridemensional, organicidad física, sonora, visual. Sensorial. Los actores están ahí, fuera. Son sus cuerpos. Y lo que sus cuerpos hagan. No hay ninguna interioridad. Y ustedes me dirán: pero Ignacio, los actores lloran, los personajes se enojan, Norah Helmer comprende su vida en un instante escénico. Y yo diría: bueno, eso es creerles demasiado. Equivale a la ilusión maravillosa de que podemos comprender al otro, de que podemos conmovernos con el otro, que podemos empatizar. Y está bien. Pero es el otro. Su cuerpo, su invisible interioridad, en juego con nuestras emociones. No hay voz interior, a menos que uno crea que escuchar a un personaje en escena decir “soy feliz” es la confirmación literaria de su felicidad interiror.
El teatro porteño (una buena parte de su heterogéna microdiversidad, digamos) se inclina últimamente por las narraciones a público en detrimento del viejo truco de la interacción dramática. Buena parte –y la selección de obras de CABA para la Fiesta Nacional del Teatro en Jujuy, que perpetramos el gran Román Podolsky, la aguda Majo Gabin y yo, da buena cuenta de esto- se para frente al público y dice (o implica): “te cuento una yo”.
El acto es un desplazamiento. Es un moderno retorno a uno de los orígenes del arte escénico –la narración oral-, y una mirada distante, algo crítica, sobre la vigencia de las convenciones de la dramática tradicional, aristotélica, donde los personajes se presentan ante nosotros en acción.
Entre las infinitas
variaciones, riesgos y hallazgos posibles de este desplazamiento, Entonces Bailemos es una lúcida
manifestación finamente ejecutada.
Síntesis argumental
Cinco actores y un
músico relatan amores, paradojas y desencuentros alrededor de un sommier
riutal, con guitarra country de fondo -y de frente-. Cuando todo se eleva, los
cuerpos bailan.
Raimundo y las paradojas
Martín Flores Cárdenas
ha trabajado sobre la narrativa, en interesantes adaptaciones de Carver. La paradoja del hombre común, lo sugestivo
apenas narrado de aquello que está a punto de suceder, o que sucede un poco al
costado, un poco adentro, un poco en algún lugar inaccesible, es una virtud que
Martín pone en escena. Recuerdo la (también bailada) adaptación breve, exquisita,
llamada Quienquiera que hubiera dormido
en esta cama, cuya reseña puede leerse haciendo click aquí: http://la-diosablanca.blogspot.com.ar/2009/06/sobre-quienquiera-que-hubera-dormido-en.html
En Entonces Bailemos al “Martín Carver” explícito le da pudor y se esconde debajo del sombrero country de Julián Rodríguez Rona. Pero se esconde como esos niños que quieren ser vistos. Ahí estás. Piedra libre. ¡Buen trabajo!
Emoción, llanto, inacción
Unas pocas reflexiones
más. Esta es sobre el llanto. Más de dos décadas atrás Federico León puso en
escena la mítica Cachetazo de campo
donde dos mujeres lloraban a explícito moco tendido desde el principio de su diálogo.
Moco a moco dialogaban e interactuaban. El llanto era terriblemente real;
Federico llegó a declarar que la obra surgió directamente de la insólita
capacidad de estas actrices de llorar así como así. Por supuesto, el llanto
podía provocar risa, algo de asquito, y algo de curiosidad. Pero no empatía; no
conmoción. El vínculo platea-escenario no es directamente empático.
En esta línea, las historias que la obra de Flores Cárdenas narra provocan distintas emociones en la platea. Los actores, con gran eficacia, trabajan las variaciones entre su propio estado, su complicidad con el público, y la materia que narran. Los casos de extrema evidencia son los del (notable) Marcelo Mininno, cuya actitud narrativa tensa el contenido hacia una interioridad suspicaz, y la de Florencia Bergallo, reedición clásica de aquellos llantos del campo, disociados del contenido de la narración.
Guitarras
Otra de las evidencias
que deja el precioso debate del jurado de esta Selección de Obras para la
Fiesta de Jujuy es la omnipresencia del número musical –en su mayoría,
levemente parodiado-. Dicho burdamente: si no pelás guitarra y micrófono en
medio de tu obra, no entendiste cómo hacer teatro en el Buenos Aires de esta
década. Reviso a velocidad: Entonces
bailemos tiene la guitarra country, Malditos
Todos Mis Ex, guitarra más el tierno potpurrí noventoso de la biografía de
sus autores (tan bien ejecutado). La
Fiera (próxima reseña en este blog), está “más cerca del arpa que la
guitarra”: literalmente, su exquisita banda musical en vivo estiliza las
cuerdas. Hay también piano y percusión. Y dentro de los 12 seleccionados de la
muestra, además de estos tres, A mamá,
de Cacace, tiene guitarra y canción. Siento
cosas por mí, tiene, al igual que Entonces
bailemos, un guitarrista constante. Perro,
mujer, hombre, tiene tecladista y cantante que, en cierto momento,
condesciende a las cuatro cuerdas. Mau
mau, o la tercera parte de la noche
es, bien vista, una continuidad musical puesta en crisis. Tengo algunas
hipótesis de la razón dramática de esta saturación. Comparto una de ellas, que
dice así:
La progresión dramática de una acción central ha dejado paso, en muchas de estas obras, a la yuxtaposición de: a) tópicos independientes –Entonces bailemos, b) momentos fragmentarios de un campo temático –Mau Mau, Siento cosas por mí, Malditos…- c) cuadros sucesivos de una misma situación o variaciones sobre ella –A mamá; Perro, mujer, hombre. El momento musical, o fondo musicalizado, comenta con ironía, pone de relieve o esconde la argamasa que une los distintos cuadros.
El cuerpo ritual
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