lunes, 5 de junio de 2017

Sobre REMAR, un destino impropio, de Mariano Saba

El domingo 28/5 fue a ver REMAR, de Mariano Saba, al Sportivo Teatral (Thames 1426 / Tel 4833-3585). Funciones domingos a las 20 hs.

Odiseo, Edipo, Piglia, Poe
En una soleada tarde de invierno, hace muchos más años de los que sospecho, el gran Ricardo Piglia se paseaba al frente de una clase numerosa, con su típica e intensa expresión de cabeza inclinada y pensante, y exponía la siguiente idea, que para mí, si bien no sé si es cierta, es ciertamente inolvidable: hay desde los griegos sólo dos historias para contar; la de un misterio (quién mató al Rey Layo, padre de Edipo) y la de un viaje (viajar y volver para contarlo). El viaje de Ulises, que es un extravío y un regreso.

Desde entonces, no todos los viajes se han contado y no todos los Ulises han regresado. Uno de ellos es particularmente curioso: aquel viaje de un acrónimo del autor, narrado en impecable estilo por uno de los más grandes escritores de una generación de enormes escritores de aquella nación que nacía a la literatura a mediados del siglo XIX, Edgar Allan Poe. El gran Poe, además de inventar directamente un género, uno de los más populares géneros que la literatura (y el cine, y el teatro) hayan dado, el del policial de detectives (regresando a Piglia y sus misterios, quién mató a las mujeres de la calle Morgue, dónde está la carta robada), se despachó también con una novela de marineros. Se trata de “La narración de Arthur Gordon Pym”, novela impecable, escrita por el propio viajero, que cuenta el periplo marítimo hacia más allá de las fronteras de lo conocido, hasta llegar al límite y allí…

Y allí se interrumpe la narración de Arthur Gordon Pym (perdón por spoilear al final de la novela, pero tiene 200 años y es tan célebre que hasta Julio Verne le escribió una continuación: “La Esfinge de los Hielos”, donde racionaliza el misterio de lo siniestro).
Milenios más, milenios menos, Maese Mariano Saba, y su banda de teatristas sportivos reviven el viaje, lo ominoso y el extravío atávico de la humanidad en este hermoso centro de acción teatral los domingos a las 20 hs. Pasen y vean.

Síntesis Argumental
Dos remeros en precaria competición pierden el rumbo debido a una sudestada. Lo que no saben es que han quedado a merced de un dios vengativo, como todos, que subirá al bote a vengar la muerte de su hijo, cuyo perpetrador fue otro. No parece importar, pues como cantara otra voz inmortal: contra el destino, nadie la talla.  

Mimitos griegos
Los dioses no existen, pero que los hay, los hay. En este caso, se trata de Poseidón, el dios griego del mar, que desea venganza sobre quien matara a su hijo. En la antigua versión narrada por Homero, el héroe es “fecundo en ardides” –astuto por demás, a punto tal que hasta se le ocurre lo del caballo de Troya-, y gracias a su desmedida astucia logra zafar y dar muerte al terrible Polifemo (el cíclope, hijo de Poseidón). El dios ha esperado generaciones y generaciones de hombres y héroes para encontrar ocasión de venganza. Hasta esta noche. En este lugar.

Si algo queda claro en el lapso que media entre los tiempos del ingenioso padre de Telémaco y los del remero extraviado Esteban Rawson es que la astucia, el ingenio y el coraje no son lo que supieron ser. Tampoco los dioses. Tampoco el teatro. Tampoco la esperanza. Tampoco la humanidad.

Teatro del mundo
Remar, un destino impropio, es una de remeros. Y como tal, es también una obra consciente de su representación, haciendo jugar a su favor la tosquedad sobre la que el teatro recorta el enorme talento de sus intérpretes: un Poseidón harapiento, que ha olvidado su griego, añora a su ciclopín pequeñito, foto sepia de bebés de los cincuenta, mientras oficia de Prólogo de la representación, en la cual anuncia que participará. Luego, todo se ordena en paralelo con un mundo homérico degradado: las justas olímpicas sobre un botecito en el Río de la Plata, la guerra de Troya entre el equipo de remeros de los italianos contra estos inglesitos que la reman sin avanzar; la sospecha de que Ítaca es un club que ya ha sido tomado por los otros campeones y Zulma, cual Penélope, está invitada a la fiesta. La gran mitología helénica tras la cortina berreta de un teatrito venido a menos. Y a disfrutar.

Por supuesto, Remar  no pretende ser una reescritura de La Odisea, sino simplemente utilizar el paralelo metafórico de esos mitos para un juego escénico eficaz. La estabilidad estancada de la dupla de remeros que entran en la zona de calma, inmóvil, se quiebra por la presencia del visitante inesperado; ironía dramática de por medio, el público sabe perfectamente de quién se trata, mientras que los protagonistas no. Del desarrollo del equívoco, de lo desopilante de las situaciones de confusión y paradojas, de la creciente identificación del público con los pequeños personajes, que despiertan nuestra piedad, se nutre el desarrollo de la obra, y su mejor oferta.

Nacional y popular

“Hay que remarla”, dice la metáfora cuando quiere hablar de esforzarse, al borde mismo de la esperanza, o la desesperanza. Soltar los remos, es sinónimo de morir. Remar es trabajo humano, es tracción a sangre (humana), es símbolo de esclavitud, devenido empeño, devenido deporte, devenido necesidad. Remar, remar, remar: hay que remar porque hay que volver. Con la frente marchita. Volver. Vamos a volver. Oh, vamos a volver. Desde ese mar falso que es El Plata, vil y letal río de tantas pérdidas, la obra nunca es inocente de su identidad: el bote bien puede ser un país en manos de un gran equívoco, puesto que indudablemente Esteban Rawson no es Ulises, y jamás mató al hijo de un dios. Pero al destino, “ese gil de mierda” de la cita de Lamborghini en el programa de mano, ¿qué le importa? Polifemo bien sabe que los mortales, por su estupidez, soportan dolores más allá de lo que les corresponde. Estupidez. Estupidez. Estupidez. Y para todo el resto: andá a cantarle a Gardel.

1 comentario:

La Libo dijo...

Ayer vi la puesta y me gustaron mucho: Las ideas narrativos , las interpretaciones y ese contexto "pantanoso, hostíl y finalmente glaciar", donde "el destino" lleva a los navegantes.