miércoles, 2 de octubre de 2019

Sobre TESTIMONIOS PARA INVOCAR A UN VIAJANTE, de Patricio Ruiz


El viernes 20 fui a ver TESTIMONIOS PARA INVOCAR A UN VIAJANTE, de Patricio Ruiz, al Teatro Nacional – Teatro Cervantes (Libertad 815/ 4815-8883). Funciones jueves a domingo 18 hs.



Small World

Treinta años atrás, el escritor David Lodge publicaba una desopilante “novela de campus universitario” llamada Small World, criteriosamente traducida al castellano como “El mundo es un pañuelo”, cuya particularidad residía en el periplo del protagonista enamorado: al modo de los antiguos caballeros andantes, pero a escala mundial, el joven poeta e intelectual se lanzaba a los aeropuertos de los cinco continentes tras las huellas de una enigmática y bellísima mujer que había conocido en un congreso literario en su Inglaterra natal. Las escalas del viaje son las de los congresos más prestigiosos del calendario académico; sus personajes, la desmedida fauna intelectual del ambiente universitario; su trama, la del viaje a través del tiempo y el espacio que, en determinado momento, se pliegan sobre sí mismos y en otro, cambian de sentido para volverse de modo imposible hacia el inicio que se perdió.


Esta trama, la del objeto de amor perdido -o que apenas fue encontrado y que ya se juzga, en su recuerdo y su ilusión, verdadero y capaz de darle sentido a la vida misma-, es mítica. Nos acerca un significado ancestral, algo que las sucesivas generaciones se obstinan en recordar: que el amado ha partido, que algo esencial se ha perdido, pero que la búsqueda tiene sentido, no en la restitución sino en el desplazamiento: hallaremos siempre otra cosa, pero el sentido está en el movimiento.

Una luminosa, festiva y a la vez melancólica variación de esta trama se ofrece en el teatro Cervantes, con dramaturgia de Patricio Ruiz y dirección de Maruja Bustamante: Testimonios para invocar a un viajante.  



Síntesis Argumental

Un joven en tránsito por la ciudad de México conoce o recuerda haber conocido el breve amor de un viajero. No lo ha vuelto a ver, pero resuelve ir tras sus rastros en otros rostros (y manos, y habitaciones), grabando testimonios de quienes lo conocieron.



La construcción del ausente

El teatro es un arte escénico y, por lo tanto, un arte de la presencia. A diferencia de la narrativa, que es un vasto procedimiento lingüístico que evoca a sus personajes a través de palabras, el teatro pone en cuerpo presente su materia poética: actuar es estar, aquí y ahora, función tras función. Y el público teatral es exigido con una contrapartida similar: debe concurrir al teatro y permanecer; no puede llevarse el libro a la cama, al autobús o al baño y leerlo en el tiempo que desee. Estar en cuerpo presente, por ambas partes, es la premisa. Y tal vez por eso mismo la “construcción” del personaje ausente es uno de los procedimientos esenciales de la dramaturgia y, por extensión, del arte teatral: ¿cómo invocar en la percepción e imaginación del espectador, a través de los actuantes, a aquél que no está?


Las respuestas son múltiples, son técnicas y suelen ser sencillas: la espera, la expectativa del encuentro, la alusión al pasado, el comentario cuestionado, las versiones que difieren, el mensaje que llega, el mensaje que desmiente.


A veces, el personaje ausente se hace centro de la escena y todo gira alrededor de él. A veces, incluso, es su tema. En el caso de Testimonios para invocar a un viajante, el ausente se invoca a través de la palabra de quienes lo conocieron, y esa palabra se torna testimonio registrado en una cámara por quien lo busca.


La invocación

La invocación es un ritual, grupal o personal, explícito o íntimo: un llamado a una fuerza que uno juzga superior, para lograr de ella un beneficio o señal. El llamado es indirecto por definición: convocando, llamamos a la presencia; invocando, rogamos una concesión.


La obra está hilvanada por estos testimonios indirectos que no pueden construir del todo al ausente pero sí invocarlo a través de lo que dejó: el amor en las manos temblorosas de un padre que no lo comprendía, el recuerdo de las plumas de las gallinas que hicieron su primera estola, una mujer con la que tuvo una hija, una vieja amiga o compañera Drag Queen.


El amor

El impulso que mueve al protagonista a perseguir los testimonios y las huellas, se dice, es el amor.  Amor encontrado una noche y perdido una mañana, como si se tratara de un sueño. El amor no tiene cuerpo; como los sueños, está hecho de imágenes del pasado. Es lo que se dice que fue. Y lo que se espera, en algún momento, que alguna vez será. No hay presente en el amor. Los cuerpos en Testimonios para invocar a un viajante mutan y se desplazan: las Drag Queens se montan, pero también se desmontan, los personajes o sus intérpretes se feminizan, se masculinizan, envejecen, rejuvenecen, se hacen niña, se hacen vecina, se hacen torta o madre alemana, se hacen espectáculo.


En un momento de la novela de Lodge, tres aviones surcan el cielo por las mismas coordenadas pero a distintas altitudes, llevando a distintos personajes en direcciones diversas. Están, por un instante, en un mismo lugar que no es un lugar para nadie, que nadie conoce y donde no hay tiempo ni espacio. Ese concepto de no-lugar, de convergencia de diferencias anuladas, fueron, durante la segunda mitad del siglo pasado y la primera década de éste, por excelencia los aeropuertos. Ahora, en su paroxismo, son las redes.


Mientras tanto, mientras el cuerpo real del amante andante tras las huellas de lo perdido toma testimonios, el teatro es, en oposición, una presencia, un lugar concreto, con cuerpos concretos que, a su manera, operan como resistencia.


Tal vez el amor no necesite un cuerpo. Sólo pueda ser dicho en pasado. Pero el teatro, que es su invocación, sucede en un lugar y en unos cuerpos en transformación: los que construyen esta sensible y obra.

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