martes, 5 de mayo de 2009

Sobre EL BESO DE LA MUJER ARAÑA, de Manuel Puig


El viernes fui a ver EL BESO DE LA MUJER ARAÑA, de Manuel Puig, a El Cubo, Zelaya 3053 -4963-2568

Yada yada yada/Antidentite/Merlot
En el agudo artículo El Eje –de cómo Seinfeld y otras series cambiaron la televisión–, publicado en un dossier sobre las series americanas de la última década (revista El Amante Nº 202), Manuel Trancón invita a ver el capítulo Yada yada yada/Antidentite/Merlot[1]

“para ver cómo lograron 1) no perder ni un segundo de tiempo en explicaciones y no frenar en los veintipico de minutos, 2) conjugar al menos tres líneas narrativas y que todas funcionen en paralelo e interactúen entre sí. Y que no haya ni 15 segundos sin un gag visual o verbal brillante. Eso para no hablar de la forma en que usaban el montaje para cortar el remate de gran parte de los gags, y así no perder ni tiempo ni ritmo con información redundante[2]”.

El autor sostiene luego que, de Seinfeld en adelante, los capítulos enteros de sitcoms tradicionales (Friends o Mad About You)

“resultan lentos, melosos y muy reiterativos, podrían encajar el doble de chistes en el mismo espacio”

–donde Trancón escribe “espacio”, sugiero reponer “tiempo”–.

Hay algo vertiginoso en la voraz competencia por la atención del espectador en la medición del rating. No hay segundos que perder. Son veintitrés, veinticuatro minutos sin pérdida, sin explicaciones, sin freno. No llega a pasar más de un cuarto de minuto sin un chiste; el propio remate, la distensión del gag, la transición situacional –montaje mediante– se eliminan (como los archivos mp3 eliminan gruesos megabytes de información sonora original para que pesen menos y se transmitan a toda velocidad). Lo veloz, lo compacto, lo vertiginoso es, por default, la actual medida del valor. El tiempo, fugaz, se maximiza (¿o minimiza?, esta metáfora me pierde); su incesante paso se percibe, sin lugar a dudas, como un enemigo.

¿Pero enemigo de quién? ¿Enemigo de qué?

El símbolo de la araña
La araña es la lenta, la paciente tejedora. Sus delicados y mortales hilos brillan a la luz de la luna; las gotas de rocío, que el pausado tiempo de la noche condensa, atraen a las presas.

La tejedora no es veloz; por el contrario: es Penélope demorándose en la espera, es el paciente tejido de los hados, la trama incesante de la historia en el reverso del tapiz. Es el mundo que el filósofo explica creado no en el tiempo sino con el tiempo.

Síntesis argumental
Molina, preso por “corrupción de menores” –personaje que condensa lo femenino, lo débil, lo diferente y desplazado– y Valentín, preso político –condensación de lo masculino, lo erecto, lo sustitutivo–, un militante comprometido en la lucha armada en plenos años setenta, comparten la celda. En el lento transcurrir de los días y las noches, ambos universos se descubren, se encuentran, se comprenden. A través de la palabra, de la abundancia de la palabra y del silencio. A través del cuerpo, de lo bajo –el dolor, la suciedad, las heces– y lo elevado –la cópula y el beso–. Y finalmente, a través del destino: el sacrificio del hombre-heroína (al fin y al cabo se trata de la Argentina sacrificial) y del sueño final, “corto pero feliz”, de una revolución sin lugar.

El beso de la mujer araña, la perdurable novela de Puig, se condensa en forma teatral a lo largo de aproximadamente una hora, con Humberto Tortonese en el papel de Molina, Martín Urbaneja como Valentín, y dirección de Rubén Szuchmacher.

Non in tempore, sed cum tempore
Casi todo, o todo, es bello en la concepción de la escenografía y el espacio de Jorge Ferrari: las zapatillas del guerrillero, los coquetos pantalones -tal vez pijamas- del delicado encantador de fieras. Y todo es espacioso, amplio. El encierro está en el tiempo, quizás, no en el espacio. La obra, con la técnica y minuciosa precisión de su director, transita los momentos esenciales, los núcleos narrativos indispensables del relato-marco (aquel que encierra los múltiples relatos de la red): el encuentro, enfrentamiento, unión y sacrificio de esta cópula imposible que a través de la muerte perdura. El relato final, el conmovedor epílogo hecho de voces y de sombras, queda latiendo en la mente y en el cuerpo al terminar la función.

Sin embargo, queda también la sensación de que no ha habido tiempo. Tiempo para estar allí, para ser y devenir. Quizá no haya tiempo en ningún lado, tal vez el tiempo haya mutado en bien escaso y esté vertiendo sus últimos granitos de arena. Pocos meses atrás, el Central And South American Theatre Festival de Londres me pidió la presentación y recomendación de obras de autores argentinos contemporáneos[3] de dos horas de duración con no más de ocho actores requeridos y, para una sección alternativa de la muestra, obras de aproximadamente una hora diez para elencos de no más de tres actores. Les expliqué que solo podía referir obras de Buenos Aires (que es el teatro que conozco) y que, de obras de dos horas o más, poco podría aportar. Por múltiples y complejos motivos –modos de producción, dimensión y cantidad de salas teatrales, políticas de subsidios, formación e idiosincrasia de los artistas– la duración estándar de la obra de nuestros dramaturgos/directores (en los que ciertamente me incluyo) es de cincuenta minutos a una hora y veinte. Ilusoriamente, a mi juicio, terminamos creyendo que el público no tolera más que eso, incómodamente sentado en las banquetas de plástico de nuestras mínimas salas, relojeando o cabeceando a cada instante. Y puede ser cierto; quizás nuestras obras sean intolerables más allá de ese límite (y a veces dentro de él). Pero el fenómeno se expande. De un tiempo a esta parte, el teatro comercial americano, británico, francés, está siendo cada vez más adaptado de sus dos horas (o más) estándar a nuestra hora y veinte, límite porteño. Los adaptadores (una vez más me incluyo: mi versión de Los padres terribles, de Jean Cocteau, duraba hora y veinte) devoramos consciente o inconscientemente el capítulo Yada yada yada de Seinfeld para no perder un segundo, no frenar, conjugar las líneas narrativas, y rescatar (en el mejor de los casos) un gag visual o verbal brillante. Pero allí no hay butacas incómodas, ni salas frías o sofocantes. No hay limitaciones de producción (al menos no las del teatro subsidiado). Hay solo una sensación de competir contra algo que es más valioso. El tiempo fuera. El tiempo de afuera. (¿La tanda? ¿La comercialización de productos? ¿La profana productividad del capitalismo?).

El tiempo lúdico, –o sagrado, como suele explicar el maestro Kartun–, no nos pertenece. Está claro que no nos pertenece. Y creo que es hora de reclamarlo. O de expropiarlo.

Apostillas
El beso de la mujer araña es, entre muchas cosas, la hermosa y fascinante seducción de un contador de historias. No podría ser breve ni veloz. La felicidad de su lectura es comparable a la de Big Fish, de Tim Burton, pero hecha intimidad y hecha política.

Los taxativos setenta no habían incorporado aún el valor político de la diferencia sexual. El beso de la mujer araña se entiende como relato histórico de una época. Imposible de ser trasladado a la actualidad sin perder sentido.

La delicadeza, la fragilidad, la envolvente femineidad que encierra a la pantera es suave, muy, muy poco freak. El militante que “pasa a la acción” sería y es capaz de usar un arma y matar.

Referencias
La referencia latina proviene del capítulo VI de Civitas Dei, La Ciudad de Dios, de San Agustín: “si litterae sacrae maximeque veraces ita dicunt, in principio fecisse deum caelum et terram, ut nihil antea fecisse intellegatur, quia hoc potius in principio fecisse diceretur, si quid fecisset ante cetera cuncta quae fecit, procul dubio non est mundus factus in tempore, sed cum tempore”[4]. AUG. Ciu. 11.6.

Las primeras palabras de la novela de Manuel Puig son: “A ella se le ve que algo raro tiene”. Las últimas: “Este sueño es corto pero feliz”.
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[1] Capítulo de la serie Seinfeld, claro está.
[2] La misma frase “un segundo de tiempo” contiene información redundante; basta decir “un segundo”. Para una ampliación del concepto de “redundancia”, puede verse en este mismo blog: http://la-diosablanca.blogspot.com/2009/04/sobre-el-batacazo-de-mauricio-dayub.html
[3] El requisito, más precisamente, era “obras escritas en este milenio”.
[4] “Ahora bien, si los escritos sagrados y del todo veraces así dicen, que al principio hizo Dios el cielo y la tierra, de modo que se entiende que nada fue hecho anteriormente, porque más bien se diría que eso se hizo al principio, si hubiese hecho algo antes de todo lo demás que hizo, sin ninguna duda el mundo no fue hecho en el tiempo, sino con el tiempo”.

4 comentarios:

A los medios! dijo...

Hermosa observación sobre la aceleración del tiempo del teatro local. Hay también un contrato no escrito que dice que el espectador de teatro tiene que tolerar cierta incomodidad ambiental. Mientras el cine se hace cada vez más confortable, aun en las salas de cine arte, en el teatro pareciera que cuanto más incómoda la butaca, más cultural el encuentro. ¿Será eso?

Anónimo dijo...

El comentario de "A los medios" sin duda proviene de esas bocotas pequeño burguesas que prefiere el aburrimiento ceremonial de las butacas cómodas. Butacas que deben tener un dinero importante que las compre y las sostenga, mientras tanto los miles de estudiantes de teatro ¿deberían esperar durante años para tratar de hacer sus obras? , es decir la opción sería ¿ejercitar el arte del teatro, que implica Acción y público, estudiando años y años , esperando o practicando en los estudios y así favorecer a la mafia pedagógica de los GRANDES MAESTROS?

Te pregunto A los Medios¿ esa sería la solución ? Que desaparezcan los espacios pequeños o incómodos según tus asentaderas, en función de un arte más "profundo" o "bien hecho"

Recuerdo con gran alegría Les Ephemeres , profundamente incómoda desde sus asientos de dúrisíma madera tanto como de muchas de sus escenas.

La cosa es como dice un amigo: "en el teatro independiente falta un Tinelli o un Wal-Mart" que con el dinero que tiene sí podrían construir los teatros soñados para los que bregan por un teatro cómodo.

No te preocupes A los Medios la crisis económica que se aproxima va a barrer con ese montón de negros e ignorantes, actores y público, que disfrutamos de esos espacios pequeños e incómodos, porque esos espacios ya no van a poder pagar los alquileres.

Y entonces retornará la calma para los cómodos culos burgueses.

teatrodenegros

Anónimo dijo...

Y no me vengas con la gansada de la cobardía del Anónimo , debatí la idea.

Por si no sabías hay persecución ideologica.

teatrodenegros

Está muy bien... dijo...

Ni muy, ni tan... A lo mío!
Buena reseña, me diste MAS ganas de verla más allá de lo corta e incómoda, aunque ya disfruté de alguna obra en El Cubo y no recuerdo ni como eran los asientos, se ve que la obra era buena... o corta! ;o) En fin, no creo que eso tenga que ver... opino.

Capo quiero entradas!!!!

Seguís escribiendo obras geniales?

Besos Lunáticos x 3!

N.N.