El sábado fui a ver B3CK3TT 3obrasbreves de Samuel Beckett (dir Cecilia Propato), a NoAvestruz (Humboldt 1857) Próximas funciones en el Festival Beckett.
El asombro
Año 1991, quizás 92. Un reproductor de VHS y un televisor en una fría, fría aula de la Facultad de Filosofía y Letras recientemente trasladada a la ignota calle Puán. No hay tradición. Nadie ha estado el tiempo suficiente para acostumbrarse ni para recordar. No hay generaciones pasadas. Somos pocos porque es un seminario especial, de tema fascinante: Shakespeare y Beckett. La vieja Inglaterra, la no menos vieja Irlanda. A principios de los noventa no había aún celulares en todos los bolsillos y carteras –faltaban diez años, o más-; no había computadoras en todas las casas –mucho menos notebooks, netbooks, blackberries–; las monografías se escribían a máquina, los mensajes se grababan en contestadores, existían aún, pero agonizantes, las cartas y se escribían a mano. No había Youtube; nadie, personalmente nadie, estaba en un video on line. Allá arriba, en el tercer piso de Puán, en el aula oscura, una profesora ponía el video de una puesta en inglés de Rockaby, de Samuel Beckett…
La absoluta incomprensión, y el amor. Allá lejos, a primera vista.
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Síntesis argumental
Las obras de Beckett, sobre todo las obras breves, son un mecanismo: un mecanismo visual, rítmico y lingüístico de precisión, reticente a la síntesis. B3CK3TT es una obra hecha de tres obras breves del mismo autor: Come And Go, Footfalls y Rockaby. La puesta las ofrece en sucesión, sugiriendo un conjunto.
Quizás sus imágenes ayuden: Come And Go. Tres mujeres sentadas codo a codo en un banco (¿tres señoras? ¿a la intemperie?) mantienen una breve conversación que simétricamente se entrelaza hasta la paradoja. Footfalls; una mujer camina minuciosos pasos arriba y abajo mientras mantiene un diálogo (¿en el mismo tiempo? ¿en el mismo lugar?) con la voz de una anciana postrada. Y la imagen inmortal: Rockaby, la vieja en la silla mecedora pide (¿exige? ¿suplica?) escuchar una y otra vez la voz que le narra, una y otra vez, el breve lapso de…
Fémina
En las tres obras no hay ni un solo varón.
Belleza
Las tres mujeres en el banco, que parecen conocerse desde la infancia, cuyos extraños nombres (Flo, Vi, Ru) guardan reminiscencias de flores y antiguas canciones shakespereanas, son curiosamente anónimas y coloridas. En sus palabras resuena el saludo de las tres brujas de Macbeth, cuya voz engañosa es el destino. La puesta es pulcra, neta, pictórica, y quizás refuerza el costado simbólico del juego, más que su humanidad.
El sonido y la furia
Footfalls es una obra de sonidos; toda obra de teatro lo es –en la extrema Breath (Aliento), de 35 segundos, sólo hay un llanto de bebé y un jadeo-. El propio Beckett dirigió la primera puesta de Footfalls en el mítico Royal Court Theatre de Londres en 1976; se cuenta que le puso papel de lija a las suelas del calzado de la actriz Billie Whitelaw para asegurarse que los nueve pasos arriba, nueve de regreso, se escucharan.
El texto original está plagado de juegos de palabras y el propio director sugería a su actriz matices de pronunciación que acentuaban esta oscuridad[1]. Tal vez esos sonidos, ese sabor de una vieja irlanda pueblerina, sean inaccesibles. Algo precioso queda oculto en una puesta que, no obstante, le hace honor.
El tiempo
El tiempo duele en las obras de Beckett; el mecanismo –desde Godot hasta Rockaby- está diseñado para hacerlo sentir. “Es hora de parar de ir de aquí para allá”, dice la voz que mece los oídos de la viejita y del público. De aquí, para allá, de aquí… para allá. En el vaivén. En las horas finales.
El lenguaje es tan seco, está tan desprovisto de todo gesto de piedad que se torna, paradójicamente, la piedad en sí. En aquella fantasmagórica, casi mitológica puesta en abismo de la obra en Puán –la tele, el aula, el frío, el incomprensible inglés original- la silla mecedora se mecía sola. Tenía un mecanismo que la hacía mecer; sobre ella, inmóvil, apenas viva, Billie Whitelaw.
El sábado al atardecer (la hora del crepúsculo que tan bien concuerda con la muerte), Chunchuna Villafañe se mece y se escucha a sí misma, inolvidable, en el borde de la expresión que se ciñe, se contrae, se hace árida. Es, otra vez, la piedad.
Morir donde se nace
Se mece la anciana, se acuna el bebé. La distancia y el tiempo que median entre el Lullaby (canción de cuna) y esa mecedora es, en última instancia, una vida.
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[1] La segunda parte de la obra comienza con la repetición de la palabra “Sequel” (secuela), que Beckett quería que fuera pronunciada como “Seek well” (busca bien)…
1 comentario:
Muy bueno che.
El mes pasado vi LA MAS FUERTE y me quede con gans de mas.
Saludos!
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