jueves, 26 de agosto de 2010

Sobre POSTPARTO, de Laura Gutman, Ignacio Apolo y Florencia La Rosa

El domingo 5 de septiembre se estrenará POSTPARTO, de Laura Gutman, Ignacio Apolo y Florencia La Rosa –dir. Ignacio Apolo-, en el Teatro Del Nudo (Corrientes 1551 / reservas al 4373-9899). Domingos a las 18 hs.
Las horas previas
Sé que hay alguien allí, del otro lado. El lector de este blog, que a veces se expresa brevemente y con respetuoso afecto. El lector que recorre la columna de la derecha buscando alguna imagen asociada a la obra que vio o a la que verá. El lector que mira las fotos, aquel que se pregunta y especula si me gustó o no la obra sobre la que escribo. El lector colega, que me devuelve su mirada y su palabra. El lector conmovido que me pregunta, tras leer la oscura reseña Sobre Rey Lear, cómo está la pequeña Luna. Y aquella lectora que en un despacho del primer piso de la Escuela de Arte Dramático me dijo, mirándome a los ojos, “me conmueve cómo escribís sobre tus mujeres”. Hay alguien allí, del otro lado.

De este lado, estoy yo… y mis mujeres, las dos, la pequeña y la grande, que son a la vez la grande y la pequeña. Desde ellas, que están conmigo, hacia ustedes, que están allá, quiero tender un puente. Y ese puente es Postparto.

A mis mujeres
Luna tenía poco más de un mes y medio. Era un mediodía tardío y el sol oblicuo del otoño se colaba sobre la cama, en la habitación de una familia recién nacida, cobijándonos. Caro dormía, como dormía por aquellos tiempos, en los períodos alterados de las puérperas. Luna, junto a ella, respiraba y sentía, y yo… Con esta laptop en la cama, recibía un mail de Florencia La Rosa invitándome a trabajar junto a Laura Gutman en la escritura de una obra sobre la maternidad.

Decía Flor: “Gutman es la más importante terapeuta especializada en este tema, y tiene 3 libros editados de gran éxito en Argentina, España y Uruguay”. Y agregaba: “no te quiero poner en un compromiso, todo bien si pensás que no te da o no tenés ganas ahora, en serio”.


Nunca me pregunté por qué me escribió ese mail a mí. Por qué a un varón. Por qué a este varón. Por qué justo ese mediodía de siesta y de puerperio…

Ahora, a la distancia, supongo que estaba escrito, como el irrevocable futuro de las mutaciones. Dos días después de aquel e-mail, el 30 de mayo de 2008, di mi última clase de publicidad y renuncié a la docencia universitaria que me había mantenido durante quince años. Renuncié con una bebé recién nacida en brazos, con una mujer en licencia por maternidad que se extendería cinco meses sin goce de sueldo. Y vendí el auto. Y me encomendé a la protección de la Diosa Blanca (que por entonces nacía, además, como un blog). Y me sumergí en el vértigo de la dedicación exclusiva al teatro.

Mis mujeres estuvieron allí. Las dos.

Esa Luna que duerme en la foto junto a mi chica ahora aprendió a hablar, y por la noches dice “papá está ‘n el tiatro; papito ‘tá ‘nsayando”.
La historia de este amor está a punto de parir.

Postparto
Nunca ninguna obra me costó tanto esfuerzo, dolor, locura. Los que me conocen lo saben. Tal vez eso también estaba escrito.

Lo que sigue es un anticipo del texto que imprimiré, como co-autor y director, en el programa de mano. Desde aquí hasta mi puerperio, a mediados de septiembre, tal vez no pueda escribir muchas reseñas más en este blog.

Quienes suelen leerme me comprenderán. Estoy con mis mujeres, tendiendo un puente.
Hasta entonces.


La historia que nadie cuenta (Sobre Postparto)
Se dice que las “mejores historias jamás contadas” se resumen en el lema hollywoodense boy meets girl (un chico conoce a una chica) y siempre terminan con el beso final de los protagonistas, nunca con las peripecias de la convivencia.

Asimismo, todas las historias de ilusión y búsqueda de la maternidad terminan en el parto, jamás en los primeros meses de crianza. Lo posterior no le interesa al discurso tradicional: el parto es la escena luminosa; lo que sigue es silencio…

Postparto es una obra sobre ese silencio. Es nuestra apuesta amorosa, artística y política: poner el cuerpo en escena para mostrar esa experiencia. La de la madre y su bebé, la del bebé y sus adultos.

La voz del varón y el mundo masculino
Postparto es una obra para adultos que bien podemos ser padres (o no), madres (o no). Todos fuimos bebés. Qué hacemos con ellos es la gran pregunta con la cual la humanidad se juega incesantemente su destino. La nuestra no es una obra para madres o para mujeres que quite a los varones de escena. Es, sencillamente, el modo que tenemos de indagar lo profundamente humano navegando aguas femeninas, pero con la crucial presencia de la voz de nuestros varones y de su mundo, que es, como el de las mujeres, el nuestro.

jueves, 19 de agosto de 2010

Sobre AURELIANO, de Román Podolsky

El sábado fui a ver AURELIANO, de Román Podolsky, al Abasto Social Club (Humahuaca 3649 / 4862 7205) Los sábados a las 21.

La caja
En 1997, en el mítico Callejón de los Deseos, Luis Machín y Alejandro Catalán, bajo la dirección de Omar Fantini, estrenaban una extrañísima pieza teatral que se convertiría en un clásico probado por una rúbrica curiosa y, a mi juicio, inédita: su público, a lo largo de los años, la rebautizó bajo otro nombre. La obra en cuestión trataba sobre dos queribles personajes de lenguaje y cuerpo quebrados, que trataban, dentro de una caja que alguna vez contuvo una heladera, de reconectar un aparato doméstico –probablemente una TV con antena aérea-. Debido a un cortocircuito, uno de ellos pasaba a la otra dimensión –al más allá-, y desde allí permanecía conectado en escena. La obra se llamaba Cercano Oriente y, personalmente, nunca desde entonces volví a ver a dos actores concibiendo y ejecutando con tanta precisión un lenguaje alternativo de semejante eficacia. Sólo chispean en mi memoria, por distintos motivos –siempre celebratorios- un fragmento de Varios pares de pies sobre piso de mármol (aquella versión de obras de Pinter que Rafael Spregelburd adaptara un año antes, en el Centro Cultural Borges, con el inefable Machín de protagonista), en el que Luis jugaba, vestido de smoking, a una especie de ping pong con pelota de tenis. También un fragmento de La pesca, de Ricardo Bartís, donde el mismísimo Machín salía al balcón a remedar a un Perón de manos amputadas que saludaba, risueño, a los “compañeros” en la plaza. Y, por supuesto, a Carolina Tejeda, sola en la planicie y en el tiempo, desgranando Harina, de Podolsky.

Cercano Oriente, la querible, la inolvidable, fue rebautizada como “La caja”, y la dupla Catalán/Machín la siguió ofreciendo aquí y allá, en un rincón de Buenos Aires, en una sala de Rosario, en una gira por Francia, en Caracas, en España, hasta 2005. Desde entonces, guarda silencio.

Harina (2005, de Tejeda y Podolsky - click sobre el nombre) se organizaba en una casa cuadrada con una especie de ventanal cuadrado, y dos espacios que referían el recorte en la llanura perdida del tiempo y el olvido. En Aureliano regresa esa caja escénica cuadrada que recorta el espacio, con el ventanal ahora al costado, por el cual sólo puede huir el recuerdo, para volver. Y porque esta obra es consciente de su teatralidad y de sus referencias, la caja, la caja de cartón, la de las heladeras y los hombres refugiados en ellas, retorna como cita y como imagen, junto al colchón y la vida de la mujer que narra.

Síntesis Argumental
Una mujer de mediana edad acaricia recuerdos y los interroga. Sola con su colchón, sus vestidos y su planta, permanece acompañada. La compañía es la palabra, el pensamiento, la música y un cuerpo incómodo y secreto.

El tiempo
No es casual la insistencia sobre Harina, ni en este artículo sobre Aureliano ni en las reseñas de la crítica y la prensa. Aureliano comenta Harina. La primera establece un lenguaje, un modo de decir, un modo de habitar, un modo de teatralizar. Aureliano, al comentarla, lo indica, lo establece. Digámoslo como fórmula: como el Kafka de Borges, Aureliano crea a su precursora. La sensación es aquella: en cualquier momento el vestido se transforma en diapositivas, la planta en harina, Roxana en Carolina.

Por qué subimos una montaña
Comparativamente, la primera es el clásico, la segunda una variación. El valor es el lenguaje, que Román cristaliza. Se lo discuto a cualquiera. Aureliano tiene momentos mágicos, perlas como la reflexión metafórica sobre el trekking o ese destilado perfume chik lit de la relación entre los vestidos y los estados de ánimo. También tiene momentos de fuerte incongruencia, como la conversión en cuerpo=chamamé de lo que era una vaga y notable referencia fronteriza al Paraguay. Insistir en la figuras hasta tornarlas ilustrativas es un riesgo asumido pero ese riesgo vale la pena: también se lo discuto a cualquiera. El “modo Podolsky” –como aquella matriz Open House de principios de la década que se recicla en todo o como las variaciones sobre Raymond Carver que saturaron los 90 y salpican el presente- merece ser seguido de cerca. Yo lo sigo.

Paraguay y el catch
Paraguay es la frontera evocada. Harina era el desierto de Sarmiento, que murió en el Paraguay. Aureliano es El viaje de Chihiro, que nos retorna al living. El cuerpo masculino es muy raro, pero es innegable: está allí, y emite su diferencia. La caja golpeada por una tela femenina que provoca la huida de un varón por la ventana lo justifica todo –incluso el catch, que se me escapa-.

Berco y Pecoraro
Esto es anecdótico y notable. Vinieron a la función China Zorrilla, y también Susú Pecoraro. No me digan que Roxana Berco y Susú no parecen hermanas. Son una talentosa variación, una de la otra y viceversa. De lo mejor.

viernes, 6 de agosto de 2010

Sobre VIAJE DE INVIERNO, de Alejandro Tantanian y Diego Penelas‏


El viernes pasado fui a ver VIAJE DE INVIERNO, de Alejandro Tantanian y Diego Penelas, al Metropolitan 2 (Corrientes 1343 – 5277 0500) Los viernes 23.30 hs.

Berlín, postales en sombra
Otoño de 1995. Scala de San Telmo. El joven dramaturgo –colega y actor- Alejandro Tantanian nos invita a ver una obra suya basada en canciones de Kurt Weill, que por aquel entonces era para mí una vaga referencia musical de algunas obras de Brecht, y a partir de allí sería casi un sinónimo, por años, de la potencia interpretativa de un cantante. La pequeña sala se expandía, junto a la experiencia. El tono en mi memoria es azul, como el mar de aquella canción, “azul, azul”. Y la imagen es el sonido atronador de una lágrima, que pocos años después se transformaría en tema y clásico de su repertorio musical.

Durante una década y media, las cualidades interpretativas, el criterio de las versiones y arreglos musicales, y la eficacia emocional de estos espectáculos perdura. No se tratará este artículo, entonces, de una reseña de “Viaje de invierno” -cuya síntesis argumental (¿?) ofrezco a continuación-, sino una pequeña, sencilla celebración de lo que este viaje en proceso, desde el 95 hasta ahora, continúa provocando.

Síntesis Argumental
Composición tema “Viaje de Invierno” –ciclo de canciones de Schubert- como punto de partida. El maestro Diego Penelas toca el piano y hace voces. Rodrigo Quirós, batería y voces. Alfredo Zucarelli, cello. Y Alejandro Tantanián actúa (e interactúa), canta, baila (sí) e invita a actores a cantar.

Luna y Lacan
¿Por qué canta el homo sapiens? Creemos saber por qué habla: habla porque no es redondo y completo como los inmutables planetas. Habla porque le falta, porque es incompleto, porque el otro amenaza con mordernos y mutilarnos en pedacitos y para subsistir, para resistir, para alimentarnos -dientes adelante, manos y uñas y fonemas-, mordemos y mutilamos en el ansia. Hablamos porque deseamos, hablamos para producir un mundo material que nos contenga. Hablamos para ser desde el otro, para estar con los otros. Hablamos con. Entre. Somos plural.

Luna, la pequeña Luna de dos años y medio, habla hasta por los codos, repite y relaciona todo. Habla conmigo, con mamá, con Silvia, con Inés, con la abuela y las muñecas. Dice mucho, piensa, juega. Y de pronto canta.

I sing myself
Los niños pequeños, durante el lento desarrollo y adquisión del lenguaje, cantan casi tanto o más de lo que hablan. El habla se torna, con los años, signficativa, intelectual, referencial, fática. El canto, en cambio, permanece lúdico.

Todos los adultos cantamos a solas. Signo de cordura, de bienestar emocional, de ducha caliente, de recuperación del placer sensorial, los adultos cantamos como un desborde. Yo creo (y que Lacan me parta con su rayo) que el sujeto habla porque le falta, pero canta porque le sobra. Canta porque le sobra.

-Jacques, levántate y anda: De lágrimas, De Protesta, De Noche, Viaje de Invierno.-

De Lágrimas
2002. La notable precisión del artista plástico Jorge Macchi en la antesala de El Club del Vino. El férreo concepto en las ideas de Tanta y Rudnitzky. El bombo peronista que decía todo lo que luego, junto a Brecht, se abrirá a un espacio escénico desmesurado. De lágrimas es el clásico indeleble. Alejandro, el cantor, el bufo, el asombro.

De protesta
2004. El Teatro San Martín recibe la idea de un teatro de concepción musical. Este espectáculo de canciones “de protesta” prefigura la dimensión de “Viaje de Invierno”, aunque no su intimidad. Los momentos revolucionarios, políticos, que atraviesan como tema lo escénico, seis años después destilan el notable “enganchado” de temas del Viaje

De noche
2008. O la intimidad. Lo que la escena tenía de exhuberante ahora se condensa en un piano, y obliga al cuerpo y la palabra a expandirse y exhibir. El actor se despliega, comenta, y hace De Noche.

I celebrate myself
Y Viaje de Invierno. Ya Tantanian es Tantanian. Ya su público puede congregarse en las 600 butacas del Metropolitan, ya sabemos lo que habrá. Sí, sabemos. Es otro espectáculo más. Y sin embargo, nos damos cita. Vamos, confirmamos. Nos sorprendemos (la “performance” de las moscas… bueno).

¿Por qué canta el homo sapiens?
¿Por qué ir una vez más a ver un espectáculo de este intérprete?

Luna canta otra vez sus canciones de ayer. Su ayer es breve. El presente se reafirma. Y se celebra en el desborde. En otra escala, nuestro ayer también es breve. Y el canto es una celebración. Vamos todos juntos entonces, que esta la conocemos:

I celebrate myself, and sing myself,
And what I assume you shall assume,
For every atom belonging to me as good belongs to you.
I loaf and invite my soul,
I lean and loaf at my ease observing a spear of summer grass.
My tongue, every atom of my blood, formed from this soil, this air,
Born here of parents born here from parents the same, and their parents the same,
I, now thirty-seven years old in perfect health begin,
Hoping to cease not till death.
Creeds and schools in abeyance,
Retiring back awhile sufficed at what they are, but never forgotten,
I harbor for good or bad, I permit to speak at every hazard,
Nature without check with original energy.
Walt Whitman

[Me celebro y me canto a mí mismo.
Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti,
porque lo que yo tengo lo tienes tú
y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también.

Vago... e invito a vagar a mi alma.
Vago y me tumbo a mi antojo sobre la tierra
para ver cómo crece la hierba del estío.
Mi lengua y cada molécula de mi sangre nacieron aquí,
de esta tierra y de estos vientos.
Me engendraron padres que nacieron aquí,
de padres que engendraron otros padres que nacieron aquí,
de padres hijos de esta tierra y de estos vientos también.

Tengo treinta y siete años. Mi salud es perfecta.
Y con mi aliento puro
comienzo a cantar hoy
y no terminaré mi canto hasta que muera.
Que se callen ahora las escuelas y los credos.
Atrás. A su sitio.
Sé cuál es su misión y no la olvidaré;
que nadie la olvide.
Pero ahora yo ofrezco mi pecho lo mismo al bien que al mal,
dejo hablar a todos sin restricción,
y abro de para en par las puertas a la energía original de la naturaleza
desenfrenada. 

Walt Withman.

(Versión de León Felipe)]