El domingo fue a ver LA PATRIA FRÍA, de Andrés Binetti y Mariano Saba al teatro Anfitrión (Venezuela 3340 - 4931-2124). Sábados 19 hs, domingos 20.30
Barroco, grotesco y abismo
Plantear una obra de teatro dentro del marco ficcional de una obra de teatro es un mecanismo muy al gusto de la sensibilidad barroca, para la cual lo directo es sospechoso. Por el contrario, los contrastes, los reflejos, las correlaciones entre universos distintos, conocidos y por conocer, es casi una garantía –paradójica en su forma- de honestidad: no sabemos si esto es en última instancia cierto, diríamos, pero sí sabemos que puede ser comparado con aquello, que puede ser sujeto y objeto de metáforas y también de puestas en abismo. Cuando la representación dentro de la representación se toma a sí misma como sustancia, cuando el pintor Velázquez se refleja a sí mismo al fondo de su composición en un temático espejo, la pintura misma deviene espejo ideológico de otro espejo, que a su vez es sólo un espejo de[1]… El poder, la descendencia, la humanidad, el mundo, el arte, reflejan un objeto que es presente, pero es esquivo. El objeto innegable es, a la vez, una intuición.
He aquí el Peronismo.
He aquí la Patria.
Síntesis argumental
Un paupérrimo circo, en patética gira por el interior, compite con el tren de Eva Duarte, el tren de la alegría y de los dones.
La máscara explícita
La Patria Fría se enuncia a sí misma como “grotesco ambulante”. Cuando una obra “de género” remarca su condición de tal, haciéndola parte de su discurso y subrayándolo, la fase epigonal de la evolución de estas formas –el período en el que la forma dominante , a fuerza de repetición, dominio y consciencia, pasa con un dejo de ironía a primer plano– la acerca a su propia parodia. No es, por supuesto, el caso del grotesco y, a la vez, sí lo es. Nadie podría decir que el grotesco constituya una forma dominante en el múltiple panorama teatral de una ciudad saturada de pequeñas producciones; al mismo tiempo, nuestro gusto por el grotesco no ha cesado a través de las décadas, y se hace presente en formas sutiles en producciones que de alguna manera han marcado hitos en esta saturación.
La Patria Fría cruza lateralmente la idea de representación dentro de la representación con la idea de la caída de la máscara, eje estructural del grotesco. La carpa del circo es contigua a la pista de la representación, pero el público real rodea, como si lo contiguo fuera el centro, esta extra escena. La inteligencia de la dupla Saba-Binetti ubica de un lado la alusión a otro público, un público pituco y gorila que, como gesto político, asiste a la estúpida representación circense para oponerse al otro circo (que además, como la Roma de los césares, ofrece pan). Porque del otro lado se alude a la gran convocatoria del público popular, ese populacho que debería ser fiel a los payasos y acróbatas pero que elige la mitología peronista (pelotas y máquinas de coser arrojadas desde un tren) por encima de la mitología europea, berlinesa, de un tira cuchillos tuerto y un falso enano–bala arrojado locamente por sobre la paupérrima arena.
En el medio está la máscara -a medio sacar, a medio poner-. A través de la extra escena, los mundos del peronismo mitológico y el desierto de circos ambulantes y seres perdidos se oponen, sí, pero solo para reflejarse.
Y a sus pies, por si fuera poco, a sus pies rendido un león (raquítico y con nombre cristiano, pero león al fin).
Esto es una cooperativa
La Patria Fría abunda en alusiones al teatro, al sistema actual de micropoéticas en miniproducciones subsidiadas de teatro independiente que reflejan la empobrecida producción de máscaras a medio caer. En una hora de duración todos los componentes son aludidos, en un exceso más afín a la farsa y la denuncia que a la metáfora. Todo es pobre, excepto lo oficial: el circo es pobre, la crítica es miserable incluso en su gesto ampuloso, el escasísimo público es pobre, el elenco más numeroso que la platea es pobre, el único espectador remanente es pobre y su descendencia es idiota. La opulencia, o al menos la posibilidad de supervivencia, o al menos el show real, el productivo, viene del estado en el tren de alegría. Y es ajeno. El resto somos nosotros. La cooperativa. Con la máscara a medio caer.
Alegorías
El peronismo es una farsa, una puesta en escena a lo guaso, una Fuerza Bruta, una creencia. O como dice la literatura periodística de estos tiempos: UN RELATO.
La inteligencia de los autores -también la sobre actuación, también el rejunte de elementos, también la gran eficacia de momentos y también la dispersión- reúnen multitud de elementos en esta puesta. El mono con cáncer que es nuestra Evita transgeneracional se llama Hamlet y es un príncipe loco y trágico: el peronismo nunca permite la supervivencia de herederos.
Todo sucede en un viernes santo. La religiosidad pagana de este circo me conmueve, y sólo aquí (¿sólo aquí?) me pongo personal: la paraguaya cogida por todos excepto por quien se hará cargo de la paternidad del machito arma innegablemente una Sagrada Familia y el nacimiento de quien, otro viernes santo, será entregado a la muerte. El enano es José. La paraguaya contorsionista celebra su inmaculada concepción: el hijo de todos los espermas, que es ninguno. Y le reza, a su modo, a Santa Evita, a quién hay que tenerle fe. La embarazada de todos.
Menotti invertido
Finalmente, dice el manual del fútbol que para atacar hay que desordenarse. A lo Bartolo, la Patria Fría es fiesta patética, fin de fiesta, remanente celebratorio pero con firme consciencia, desde el principio, de que no hay destino. Curiosamente, a diferencia del modelo (¿por qué no pensar La Patria Fría como un espejo lateral, inverso, de El Box?), lo que Bartís desordena, Saba/Binetti lo acomodan, y viceversa. Lo enérgico en el creador de La pesca es suave en el Grotesco Ambulante y al revés. Quizás por eso ambas empiezan con la música lateral de la representación, pero lo que lleva a un paroxismo de gran finale (desde El pecado que no se puede nombrar hasta la mencionada El Box, cuyo artículo en este blog puede leerse en aquí) en La Patria Fría es suave réquiem para todo lo caído.
El león
En los últimos años, el coloquio de ingreso (bienal) al Curso de Dramaturgia de la EMAD propuso el mismo corpus de obras para que los postulantes elijan (una) en su presentación. Marathon, de Ricardo Monti, pasó en cuatro años de ser elegida por menos del 20% de los postulantes a arañar el 54% de electores en la última convocatoria. Es un signo menor, pero signo al fin, de que el teatro de contenido político, con fuerte sentido alegórico, de larga tradición en nuestra producción, recupera el favor de los lectores.
La Patria Fría ganó el Concurso de Proyectos Teatrales del FIBA VII (el séptimo Festival Internacional de Buenos Aires) y la Mención Especial en el 12º Concurso Nacional de Dramaturgia del INT (Instituto Nacional del Teatro). Vaya esta estrofa silenciosa de nuestro himno como homenaje y celebración:
Se levanta a la faz de la Tierra
una nueva y gloriosa Nación
coronada su sien de laureles
y a sus plantas rendido un león.
Muertito. Muertito quedó.
[1] He aquí el propósito de la actuación, en palabras del Maestro: the purpose of playing, whose
end, both at the first and now, was and is, to hold as 'twere the mirror up to nature:
Hamlet Act 3, scene 2, 17–24 (el propósito de la actuación, cuyo fin, tanto al principio como ahora, fue y es constituirse en espejo de la naturaleza…
1 comentario:
Muy interesante la lectura. Me extrañaba encontrar tan poco contenido político en algunas críticas... Sigo leyendo
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