El sábado fui a ver 2040,
de Elisa Carricajo, a El camarín de las musas (Mario
Bravo 960, 4862-0655), Sab 20.30 hs.
La poción de la eterna juventud
La edición on line de
uno de los principales diarios argentinos reproduce hoy, 5 de julio de 2012, un
artículo de un diario español que titula: “En 20 años más, cumplir los 140
podría ser realidad”. El artículo se trata, principalmente, del reportaje a
todas luces publicitario de un nuevo (?) tipo de extractos naturales que el
“prestigioso dietista, inmunólogo y pediatra” Manuel Jiménez Ucero está
promoviendo. Como toda pócima de esta Era de la Ciencia, el nombre no puede no
ser un neologismo de raíces griegas; en este caso, los “nutricéuticos”, que se
definien como una “nueva generación de extractos de nutrientes que prometen
alargar considerablemente la vida”, y “también ayudan a mantenerse joven”.
Nada es novedoso.
Pociones de rejuvenecimiento, cosméticos antiage,
retratos de Adobe Dorian Gray & Photoshop, abundan saturando lo clásico. Pero
el curioso impacto a primera vista de esta nota en la pantalla se siente por
una particular composición de imagen y titular: la imagen es la de una bella
anciana de rostro feliz, ojos cerrados, pelo encanecido y cara arrugada, que
amorosamente apoya su cabeza en el hombro de un hombre mayor a quien abraza. El
titular citado: en 20 años más, cumplir los 140 podría ser realidad.
No estamos hablando entonces
del mito inicial, la eterna juventud, sino de su reverso: la inevitable,
postergada y, tal vez mucho más convincente, prolongación de la vejez.
Síntesis
Argumental
En un futuro cercano,
una ¿joven? instructora e investigadora de técnicas corpo-cosmo-espirituales
protagoniza un cisma en su grupo de pertencia. En consecuencia, recibirá en su
casa a un discípulo con quien puede continuar la búsqueda. Pero en esa casa
plástica, de césped artificial y cuencos con semillas orgánicas, habita su anciana
y extraordinariamente conservada madre…
El mito ancestral en ropas de vinilo
Sabemos que lo mejor
de todo imaginario futurista está en la renovación de las más antiguas
preguntas. El replicante que “muere” hacia el final de la vieja Blade Runner se pregunta y nos pregunta
por qué, de dónde, hacia dónde y qué sentido tiene todo esto. La película
parece mirar a su espectador y sostener un “¿acaso vos sos diferente?”
Aún cuando esos mundos
alternativos del futuro (aclaremos: 2040
es una hipótesis paródica de ambientación futurista) parten por definición de
la amplificación de un aspecto del presente (el cambio climático y los procesos
de desertificación actuales, por ejemplo, convocan los clásicos desiertos del
futuro o las tierras totalmente inundadas; los desarrollos de la genética o la
robótica traen consigo los androides asesinos o protectores de la humanidad), decía,
aún cuando parten de una hipótesis de amplificación, lo atractivo nunca es la
sensación de que “por este camino terminaremos así”, sino ese otro “insgiht”,
más íntimo: ya somos esto, aunque no querramos verlo.
La simpática parodia
física y verbal del New Age, la vampírica aparición de esa Nacha Guevara
absurda y perdida en el cuerpo y rostro de la siempre desopilante Mónica Raiola
y, sobre todo, esa sensación de que en algún momento lo parodiado se estiliza,
y el ritual de despedida deja de ser un chiste para ser un sutil y real adiós,
dan cuenta de la curiosa atracción que 2040 provoca en el espectador.
Indicios estructurales
La obra está dividida
en escenas separadas por elipsis de distinta magnitud; esa primera sucesión permite
tejer y seguir el desarrollo de su anécdota, hasta cierto punto puesta en un
primer plano lineal: permite contar quién es la protagonista, qué busca el
visitante, cómo alguno de ellos o ambos conseguirán sus propósitos, cómo éstos
se tuercen y qué tipo de vínculo resulta de tal torsión. Hasta ahí, una
estructura. Pero hay otra, que se combina: la de la escena y la extra-escena.
La escena es el territorio de la hija, donde dará sus clases o hará sus
entrenamientos, búsquedas y rituales. La extraescena es el oculto territorio de
la madre, que duerme en una conservadora, con brillantes reminiscencias de los
ataúdes de los vampiros. El choque, el cruce, la intervención de esa presencia
extraña, o mejor dicho, la batalla tácita desplegada en el territorio de la
hija de las dos “fuerzas”: la madre y el otro intruso (discípulo, deseado,
deseante), organizan el segundo relato, en simultáneo.
Lo sintomático, lo que
a mi juicio es marca de una época en tanto resultado de un modo de indagación
teatral, es que ninguno de los dos relatos se “resuelve” en un arco total, sino
en puntos previos: los dos jóvenes se juntan antes, la anciana desaparece. La
obra, no obstante, continúa. ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Para qué?
Buenos Aires, tercer milenio
Las respuestas provisorias
apuntan a mi hipótesis de un tiempo y de un modo de hacer teatro en nuestros
bellos sótanos y micro-salas del Buenos Aires del tecer milenio. En estas
obras, por un lado, asciende el ritual purificado, celebratorio y teatral.
Continuamos en escena por la maravilla de la imagen y la energía de los
cuerpos, casi como una danza. El plástico y las hermosas luces, los cuerpos y
las inflexiones de esta 2040 se
bastan a sí mismos en última instancia –y no es casual que de esa instancia final
no participe la desopilante verba de Mónica Raiola-. Por el otro lado,
perduramos en escena como subproducto de los métodos de composición vigentes: la
precaria fragmentación, no exenta de belleza, de un recorrido que es el de los potentes
ensayos sucesivos, no el de la unidad subyacente del autor.
Galaxia nova
La madre, la hija, y el
pájaro que se escapó. El alumno freak devela lo freak que hay en mí. La
estructura clásica de la madre que se trinca al novio de la nena. Nada organiza
el conjunto. No es época de conjuntos organizados; el encanto pervive y es otro.
Música brasileña de conserva
Una encantadora resolución
de este espectáculo es su musicalización que, como en todo ritual, pasa a
primer plano. Pero no es solo ritual. Es temática y, locamente, enunciativa.
Esa música “en conserva”, toda brasileña, toda bien, toda mal, dice cosas. Y
por esas cosas y otras cosas, se disfruta y agradece.
O mais futurista
El poder evocador del
signo “Brasil” abarca desde las exóticas bananas en un sombrero hasta el guacamayo de animación de la Fox, desde la
playa, la música y el fútbol, hasta aquella notable película futurista de culto
del gran Terry Gillian, con Johnathan Pryce y Robert De Niro.
La escritora,
terapeuta y compañera de aventuras dramatúrgicas Laura Gutman me dijo hace un
par de años: “Brasil es el país del futuro; si yo fuera joven, me iría a vivir
allá”.
Otra vez la juventud. Otra
vez la promesa. Otra vez el futuro. Que no habla de otra cosa, sino de nosotros
aquí, ahora, en el preciso límite del presente, en el incierto sentido de
nuestra historia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario