El sábado 7 de julio fui
a ver ESCANDINAVIA, de Lautaro Vilo y Rubén Szuchmacher a El Kafka (Lambaré 866
/ 4862 5439). Vie y Sáb 21 hs.
Small Talk
Esa expresión de la
lengua inglesa, “small talk”, que podría traducirse literalmente como “charla
pequeña”, designa en realidad una específica destreza social, muy querida por
los anglosajones: la de poder entablar conversaciones superficiales, de casi
pura función fática, como parte del buen comportamiento, de la “feliz” realización, diría la pragmática,
de lo que se espera del sujeto en determinada situación. Es un modo de
cortesía, cuyo fin es la cohesión y, por supuesto, el ocultamiento de lo crudo,
lo ominoso, lo aplastante.
Escandinavia comienza con un sutil hilvanado de “pequeñas” frases de circunstancia
que, en su repiqueteante yuxtaposición, dejan al desnudo lo que pretenden
ocultar: la soledad, el dolor, la desesperanza del viudo en un velorio. Un
hombre solo enhebra esas (y sólo esas) locuciones con tristeza, con buena y
educada resignación, y el público ve, en los intersticios, que lo innombrable
acecha.
Síntesis Argumental
R.Sz. despide a su
pareja, que ha fallecido, evocando y desesperando por cumplir una última
voluntad que se estrella contra la coraza de lo que creemos conocer.
El trozo de madera del Stradivarius
Trabajadas por el
tiempo, por el ritmo inconsciente de generaciones de trabajo humano, y por la
intemperie, las maderas de un viejo trozo de remo abandonado dan cuerpo y
resonancia a un milagroso violín Stradivarius. El maestro de dramaturgos Mauricio
Kartun cita este caso una y otra vez como analogía de la palabra oral tomada
del barro y del desecho de lo coloquial y subida a escena como quintaesencia
del arte: aquel fragmento de remo, incesamente sumergido y retirado, secado y
humedecido, forzado y descansado, es nuestro cotidiano coloquio del que el
dramaturgo toma una pequeña charla, y el sentido resuena y se amplifica.
Lautaro Vilo, diestro discípulo, no solamente inicia el drama jugando con esta
paradoja: promediando la obra la exhibe, la critica, y la cierra con la demostración
de una tesis oculta. Esa tesis, traducida, sería esta:
El cuerpo del actor y
el cuerpo lingüístico de una obra pueden elevar un extraño y desechable
fragmento de mala literatura en el ápice poético de la pieza nueva que integra.
Venga, gilipollas, cambiad esa cara…
Dice el vilipendiado
fragmento que lee Rubén del best-seller “Escandinavia”, traducido por la
máquina editorial de la península. Se trata, comentan el autor y el oficiante,
de una frase dicha por combatientes finlandeses de la resistencia en el helado
campo de batalla de la segunda guerra mundial. Gilipollas…
La muerte
La muerte nos
envuelve. Para una mente binaria, para una lingüística de opuestos, para la
lógica comprensión de un hecho, sólo percibimos intensamente por contraste. He
hablado mucho de la muerte como presencia recurrente en las obras teatrales de
los últimos años en nuestra ciudad, una presencia casi obligada de rituales,
muerte y significación, (ver, entre otras reseñas, Sobre
Hasta que la muerte nos separe) y también del peso de la biografía humana y de
la autobiografía en la profusión de “bio”dramas de la escena porteña
contemporánea (ver, entre otras, Sobre
Mi vida después). Sería casi obligatorio hablar de muerte y vida real,
una vez más, ante ESCANDINAVIA, pero lo que queda para agregar no es mucho,
aunque quizá sí reiterativo y central. Es tal vez una pregunta, un espíritu que
aletea sobre la superficie de las aguas de nuestro teatro contemporáneo, que ya
no ama la representación como tal, una cuestión irresuelta y primordial:
¿qué sucede con la
suspensión de la incredulidad, con la misma categoría de ficción, opuesta al
ritual sanador –del alma, de la memoria, incluso del cuerpo- que el
autobiografista acomete? “La actuación como medio para liberar algo y poder
seguir adelante” es una frase, en este caso, de oficiante de un ritual propio,
de algún modo explícito, verdadero. Es un testimonio, una elaboración.
El teatro vuelve al
rito. Lo sagrado no puede no estar presente.
Técnicas en Vilo
Ya habíamos visto,
hace años, la destreza con la que Lautaro Vilo escribe monólogos. Véase para
ampliar, esta antigua reseña, una de las primeras que escribí: Sobre
La Gracia. En Escandinavia Vilo va de una técnica a la otra, invocando,
leyendo, hablando con los muertos, con los ausentes, con los presentes, con los
invocados. Y lo hace, además, con humor. Se agradece, se disfruta. Y nos acerca.
Pero en este artículo
yo quería sencillamente (si es que la sencillez le cabe) referirme a esa tesis
implícita en el título, en la técnica de la cita, y en la frase-desecho
convertido en perla. “ESCANDINAVIA”, se dice, es un libro no recordable, y solo
presente porque fuera la última lectura de aquel que ahora ha muerto. Podemos
citar un fragmento y podemos reír, burlonamente.
No obstante al final
de todos los caminos, en ese umbral luego del cual la luz (metafórica y real)
se apagará, ese desecho literario como
los remos largamente sumergidos ha tomado del cuerpo de la obra y del cuerpo
del actor tal sentido, que deviene en aquello que no es posible decir de otra
manera.
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