El sábado fui a ver MIEMBRO DEL JURADO, de Roberto Perinelli,
al Teatro Nacional Cervantes (Libertad 815, 4816 4224, 4815 8883 al 6, int
121). Funciones vie y sáb 19 hs, dom 18.30
Homo sapiens crudelis
Hacia el final de un capítulo de la bellísima serie documental
sobre el planeta tierra
de la BBC, narrada por la amable y maravillada voz de David
Attenborough, se muestra un numeroso grupo de chimpancés en la selva de Uganda
yendo al combate contra otros de su misma especie por una disputa territorial.
El grupo más numeroso, protagonista de la secuencia, rodea sigiloso a los
invasores, que están demasiado concentrados en comer los higos de las copas de
los árboles como para advertir el peligro. El ataque es feroz; los simpáticos
chimpancés se tornan bestias feroces, capaces de destrozar rivales a golpes,
zarpazos, tirones y mordeduras. La secuencia alude a una hembra que esquiva a
último momento a varios atacantes y salva su vida de milagro. Y luego refiere
el desdichado destino de un ejemplar más joven, que no pudo escapar. La imagen
es familiar: cuatro o cinco chimpancés rodean a la víctima caída. Hasta ahí, el
mundo animal. Incluso la animalidad humana contrastada: la imagen se parece
demasiado a un grupo de barrabravas pateando y liquidando a un “enemigo
territorial” en disturbios de tribuna. Pero hay un epílogo. Una vez restituido
el silencio y la calma, la cámara enfoca
a uno de los chimpancés muy tranquilo masticando el ensangrentado omóplato de
la víctima, quitándole el cuero y mordisqueando la carne, mientras otros hunden
sus dedos en un pedazo de cráneo que aún tiene rostro. A espaldas del
protagonista, en una soleada, bellísima rama de la copa de la selva, un
compañero toca su brazo y le extiende su mano. El comensal lo mira como a un
viejo amigo, chupa un pedacito más de chimpancé asesinado, y comparte el plato.
A pesar de las recientes discusiones sobre porcentajes -si es
el 95%, si es el 97% de material genético compartido entre nosotros y ellos-,
está claro que el chimpancé es nuestro pariente más cercano. El documental
dice: “las disputas, incluso a muerte, por territorio son frecuentes y vitales
en el mundo animal. No obstante, la ciencia aún no puede explicar por qué estos
monos se comen a los caídos”.
Es probable que esa conducta animal inexplicable ya sea humana.
“Miembro del jurado”, como antesala y ritual de violencia, explora esa zona
desgarradoramente humana donde sólo nos queda, como refugio de nuestro propio
horror, el grito y la oscuridad.
Síntesis argumental
Simón, ex convicto recientemente liberado, espera en una oscura
cerrajería de barrio el llamado de un desconocido “jefe” que le ofrecerá un
trabajo. Mejía, dueño del taller y único contacto con el jefe, lo acompaña. La
tensión va creciendo, solo atenuada por la música de las comparsas de carnaval
que suben desde la calle. Pero quien llega a la cita no es quien el convicto
esperaba.
Dinámicas de la dupla
“Miembro del jurado” es una complejo dramático compuesto por
tres partes bien diferenciadas. Una primera, estructurada en lo que describiré
como “dinámicas de la dupla”, con los personajes de Mejía y Simón en escena;
una segunda, con el ingreso de Ester a escena, pero con un monólogo recortado
de la interacción, y una parte de final, donde Ester se incorpora a la dupla,
aún con la tensión de la forma monólogo, e interactúa y ejecuta la antesala de
su ritual.
La primera parte es la más extensa y, a su modo, la más clásica
en sus procedimientos; es la que más abreva en modelos dramáticos del manejo de
la dupla. Presenta a los personajes y su locación, y enseguida los “encierra”:
no podemos salir, porque está por llamar el jefe. Esa primera estructura, de
tradición insigne, permite a su vez aludir al “jefe” misterioso, jugar con su
identidad, incluso con la ambigüedad de su existencia. También permite la
reposición de la “pre-historia”, es decir, de las circunstancias y la acción
anteriores a la llegada de los personajes a escena; estructura que mantiene,
además, una unidad de tiempo: un tiempo real, que hace coincidir el tiempo de
la acción con el tiempo cronológico de la platea.
La dinámica de la dupla encerrada (no importa que sea “a
puertas cerradas”, de alguna manera Vladimiro y Estragón, en medio de un campo,
bajo un árbol, también están encerrados por la espera), permite ejecutar,
además, rituales -hacer juegos, bailar, “matar” el tiempo, en un sentido
metafórico y lúdico-. Permiten, a su vez, incentivar las distintas hipótesis
sobre quiénes son, qué hacen allí, y qué se predisponen a hacer los personajes
en escena. Y sobre todas las cosas, y esto el dramaturgo lo sabe muy bien,
permiten poner en juego lo obligatorio de toda dupla escénica: el juego de
poder, la disputa de quién domina, con su conocimiento, con su fuerza física,
con su potencial de presión, al otro. Y a través de esa lucha, la escena
termina reconstruyendo lo extra escénico, en tanto espacio (qué hay más allá) y
en tanto tiempo (qué sucedió y qué esperamos entonces que suceda).
Dinámicas del monólogo
La segunda parte suspende esta dinámica. Mueve, con la
incorporación de un procedimiento de otra estirpe, la dinámica de la causalidad
escénica y del tiempo real (esto es: que todo lo dicho y hecho en escena tiene
consecuencias dinámicas en escena, en tiempo natural). La notable Silvina
Bosco, instrumento extraordinario para estos fines, acentúa el cambio, de la
mano de la iluminación y de su ubicación en la puesta: en primer plano, con luz
propia, de cara al público, Silvina ejecuta su primer monólogo. Esta segunda
parte suspende la continuidad de la acción en su tiempo “corrido” y se detiene
en la interioridad del nuevo personaje, explora la expresión de un mundo
interior, siempre complejo, a través de la palabra y el cuerpo de la actriz. A
su modo, también, la escena adquiere súbitamente un carácter tan lírico (tiene,
incluso, música no incidental) que modifica la base de sustentación de lo
puesto: ahora son dos expresiones, de distinto tenor, en pugna por la
significación. El monólogo es interior y es a público. Es dolorosísimo, y hace
del cuerpo y la expresividad de la
actriz un instrumento de una nueva verdad. Cambia la obra, cambia su eje, opera
como una nueva obra dentro de la obra: el tema es el mismo, el tratamiento se
corre, colisiona, quizás comenta. .
Dinámicas del trío
Pese a su brevedad, esta segunda parte es muy, muy intensa. En
a última, el tiempo de la acción vuelve al tiempo sucesivo de los
acontecimientos como causa efecto. Ester se reincorpora a la situación
original. Finalmente, hay tres personajes en escena. La palabra retorna a
Simón, Mejía organiza la situación y Ester calla. Es el momento de reponer, en
forma de relato, el primer acto de violencia horrorosa. El relato es un crudo
monólogo que busca auto exculparse de lo que repone -misión imposible en el
teatro, puesto que lo evocado se torna realidad escénica. Y su realidad
escénica tiene consecuencias: el acto ritual de violencia final.
Murgas
La extraescena (lo que está más allá de la ventana y de la
escalera), se representa mediante la alusión -los personaje hablan de lo que
está pasando afuera- y mediante la incorporación del sonido. El acento, el
gusto, la contigüidad real del público actual con las comparsas de los barrios,
en estas tres décadas y media transcurridas entre el primer estreno de “Miembro
del jurado” y el Buenos Aires vaciado de carnavales (tristemente repuestos a
fuerza de decretos sin contenido), no deja de hacerse notar a mis ojos y mis
oídos. Pienso qué vivencias profundas despertaría el bombo de una comparsa en
aquel teatro Payró del 79 -hacía sólo tres años la dictadura lo había
prohibido-, y qué signos análogos podrían acercar a nuevas generaciones a aquel
campo interesantísimo de sentidos asociados.
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