jueves, 25 de abril de 2013

Sobre MIEMBRO DEL JURADO, de Roberto Perinelli



El sábado fui a ver MIEMBRO DEL JURADO, de Roberto Perinelli, al Teatro Nacional Cervantes (Libertad 815, 4816 4224, 4815 8883 al 6, int 121). Funciones vie y sáb 19 hs, dom 18.30

Homo sapiens crudelis
Hacia el final de un capítulo de la bellísima serie documental sobre el planeta tierra
de la BBC, narrada por la amable y maravillada voz de David Attenborough, se muestra un numeroso grupo de chimpancés en la selva de Uganda yendo al combate contra otros de su misma especie por una disputa territorial. El grupo más numeroso, protagonista de la secuencia, rodea sigiloso a los invasores, que están demasiado concentrados en comer los higos de las copas de los árboles como para advertir el peligro. El ataque es feroz; los simpáticos chimpancés se tornan bestias feroces, capaces de destrozar rivales a golpes, zarpazos, tirones y mordeduras. La secuencia alude a una hembra que esquiva a último momento a varios atacantes y salva su vida de milagro. Y luego refiere el desdichado destino de un ejemplar más joven, que no pudo escapar. La imagen es familiar: cuatro o cinco chimpancés rodean a la víctima caída. Hasta ahí, el mundo animal. Incluso la animalidad humana contrastada: la imagen se parece demasiado a un grupo de barrabravas pateando y liquidando a un “enemigo territorial” en disturbios de tribuna. Pero hay un epílogo. Una vez restituido el silencio y  la calma, la cámara enfoca a uno de los chimpancés muy tranquilo masticando el ensangrentado omóplato de la víctima, quitándole el cuero y mordisqueando la carne, mientras otros hunden sus dedos en un pedazo de cráneo que aún tiene rostro. A espaldas del protagonista, en una soleada, bellísima rama de la copa de la selva, un compañero toca su brazo y le extiende su mano. El comensal lo mira como a un viejo amigo, chupa un pedacito más de chimpancé asesinado, y comparte el plato.

A pesar de las recientes discusiones sobre porcentajes -si es el 95%, si es el 97% de material genético compartido entre nosotros y ellos-, está claro que el chimpancé es nuestro pariente más cercano. El documental dice: “las disputas, incluso a muerte, por territorio son frecuentes y vitales en el mundo animal. No obstante, la ciencia aún no puede explicar por qué estos monos se comen a los caídos”.

Es probable que esa conducta animal inexplicable ya sea humana. “Miembro del jurado”, como antesala y ritual de violencia, explora esa zona desgarradoramente humana donde sólo nos queda, como refugio de nuestro propio horror, el grito y la oscuridad.  

Síntesis argumental
Simón, ex convicto recientemente liberado, espera en una oscura cerrajería de barrio el llamado de un desconocido “jefe” que le ofrecerá un trabajo. Mejía, dueño del taller y único contacto con el jefe, lo acompaña. La tensión va creciendo, solo atenuada por la música de las comparsas de carnaval que suben desde la calle. Pero quien llega a la cita no es quien el convicto esperaba.

Dinámicas de la dupla
“Miembro del jurado” es una complejo dramático compuesto por tres partes bien diferenciadas. Una primera, estructurada en lo que describiré como “dinámicas de la dupla”, con los personajes de Mejía y Simón en escena; una segunda, con el ingreso de Ester a escena, pero con un monólogo recortado de la interacción, y una parte de final, donde Ester se incorpora a la dupla, aún con la tensión de la forma monólogo, e interactúa y ejecuta la antesala de su ritual.

La primera parte es la más extensa y, a su modo, la más clásica en sus procedimientos; es la que más abreva en modelos dramáticos del manejo de la dupla. Presenta a los personajes y su locación, y enseguida los “encierra”: no podemos salir, porque está por llamar el jefe. Esa primera estructura, de tradición insigne, permite a su vez aludir al “jefe” misterioso, jugar con su identidad, incluso con la ambigüedad de su existencia. También permite la reposición de la “pre-historia”, es decir, de las circunstancias y la acción anteriores a la llegada de los personajes a escena; estructura que mantiene, además, una unidad de tiempo: un tiempo real, que hace coincidir el tiempo de la acción con el tiempo cronológico de la platea.

La dinámica de la dupla encerrada (no importa que sea “a puertas cerradas”, de alguna manera Vladimiro y Estragón, en medio de un campo, bajo un árbol, también están encerrados por la espera), permite ejecutar, además, rituales -hacer juegos, bailar, “matar” el tiempo, en un sentido metafórico y lúdico-. Permiten, a su vez, incentivar las distintas hipótesis sobre quiénes son, qué hacen allí, y qué se predisponen a hacer los personajes en escena. Y sobre todas las cosas, y esto el dramaturgo lo sabe muy bien, permiten poner en juego lo obligatorio de toda dupla escénica: el juego de poder, la disputa de quién domina, con su conocimiento, con su fuerza física, con su potencial de presión, al otro. Y a través de esa lucha, la escena termina reconstruyendo lo extra escénico, en tanto espacio (qué hay más allá) y en tanto tiempo (qué sucedió y qué esperamos entonces que suceda).


Dinámicas del monólogo
La segunda parte suspende esta dinámica. Mueve, con la incorporación de un procedimiento de otra estirpe, la dinámica de la causalidad escénica y del tiempo real (esto es: que todo lo dicho y hecho en escena tiene consecuencias dinámicas en escena, en tiempo natural). La notable Silvina Bosco, instrumento extraordinario para estos fines, acentúa el cambio, de la mano de la iluminación y de su ubicación en la puesta: en primer plano, con luz propia, de cara al público, Silvina ejecuta su primer monólogo. Esta segunda parte suspende la continuidad de la acción en su tiempo “corrido” y se detiene en la interioridad del nuevo personaje, explora la expresión de un mundo interior, siempre complejo, a través de la palabra y el cuerpo de la actriz. A su modo, también, la escena adquiere súbitamente un carácter tan lírico (tiene, incluso, música no incidental) que modifica la base de sustentación de lo puesto: ahora son dos expresiones, de distinto tenor, en pugna por la significación. El monólogo es interior y es a público. Es dolorosísimo, y hace del cuerpo y la expresividad  de la actriz un instrumento de una nueva verdad. Cambia la obra, cambia su eje, opera como una nueva obra dentro de la obra: el tema es el mismo, el tratamiento se corre, colisiona, quizás comenta. .

Dinámicas del trío
Pese a su brevedad, esta segunda parte es muy, muy intensa. En a última, el tiempo de la acción vuelve al tiempo sucesivo de los acontecimientos como causa efecto. Ester se reincorpora a la situación original. Finalmente, hay tres personajes en escena. La palabra retorna a Simón, Mejía organiza la situación y Ester calla. Es el momento de reponer, en forma de relato, el primer acto de violencia horrorosa. El relato es un crudo monólogo que busca auto exculparse de lo que repone -misión imposible en el teatro, puesto que lo evocado se torna realidad escénica. Y su realidad escénica tiene consecuencias: el acto ritual de violencia final.

Murgas
La extraescena (lo que está más allá de la ventana y de la escalera), se representa mediante la alusión -los personaje hablan de lo que está pasando afuera- y mediante la incorporación del sonido. El acento, el gusto, la contigüidad real del público actual con las comparsas de los barrios, en estas tres décadas y media transcurridas entre el primer estreno de “Miembro del jurado” y el Buenos Aires vaciado de carnavales (tristemente repuestos a fuerza de decretos sin contenido), no deja de hacerse notar a mis ojos y mis oídos. Pienso qué vivencias profundas despertaría el bombo de una comparsa en aquel teatro Payró del 79 -hacía sólo tres años la dictadura lo había prohibido-, y qué signos análogos podrían acercar a nuevas generaciones a aquel campo interesantísimo de sentidos asociados.



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