El sábado 5 fui a ver
MALDITOS (todos mis ex), de Mariela Asensio y Reynaldo Sietecase al Teatro del
Pueblo (Av Roque Sánez Peña 943
-4326-3606). Funciones sábados 20.30 y 22.30.
El cuerpo padecido
Desde aquellos viejos
tiempos de Mujeres en el baño (para
leer el comentario en este blog, click aquí),
la identidad femenina se despliega, según Mariela Asensio, en múltiples
cuerpos. Ciertamente, no son personajes: son facetas de algo que se fuerza
hacia una identidad recortada contra la múltiple frustración, identidad encerrada
en un espacio que deviene metáfora: el baño, que es la intimidad. Su “hermano”
José María Muscari, por aquellos mismos años, tomaba la misma idea, pero ya
sobre un personaje que era una vida real, que era un biodrama, en su obra Fetiche (para leer la reseña de aquella
obra –la primera reseñas de todas las de este blog, click aquí).
Allí, una identidad constituida por el exuberante cuerpo de una físico
culturista se desplegaba en cinco diversos cuerpos. Años después, la memoria
maldita de “todos mi ex” se articula en un cuerpo/voz narradora y tres avatares
pasados, cada uno con un diverso cuerpo femenino. Y tres varones que, cuando
miran, no son vistos, y cuando son mirados, no pueden mirar.
Síntesis argumental
Una mujer recuerda y
presenta a las mujeres que fue, desplegadas en distintos cuerpos según el
sueño, la plenitud o la decepción del hombre que proyectaron como amor.
La intimidad
El cuerpo de estas
mujeres, en el sub-subsuelo del Teatro del Pueblo, está a tan corta distancia
que parece a punto de entrar en contacto. Estos cuerpos se visten, se
desvisten, hablan, seducen, sufren. Pero, sobre todo, permanecen expuestos,
desde la primera imagen, desde el ingreso del público, hasta la consumación
final. Y esa exposición, simultánea, repetitiva como el mantra musical que se
entona desde el principio, les quita movimiento y deseo, los cosifica, los hace
exposición (plástica). La estética, la obra entera, parece decir: este el
cuerpo padecido, el resto corporal de ese misterio inaccesible que es la
intimidad.
¿Cómo crecer?
La pregunta es
temática y técnica. Temáticamente, la mirada retrospectiva sobre la adolescente
que fui, la joven que fui, la mina que fui, es una pregunta sobre el sedimento
del tiempo, sobre la incidencia de mi biografía en mi presente. En ese sentido,
el presente se detiene. Y toma la forma de una maldición arrojada hacia fuera,
que indudablemente retorna.
“Cómo crecer” también
es una pregunta técnica: ¿cómo una obra que parte de un expandido cuerpo masculino,
pelilargo y musical, con una voz inmensa que habla de pornografía, y de un
cuerpo femenino desnudo, perfectamente modelado y en movimiento, puede crecer?
La emoción es una cosa
La respuesta es más
una curva que una línea recta. Si bien el paso del tiempo pareciera un flujo de
aquello que se pierde, la narradora está detenida en el centro de un círculo
alrededor del que todo gira sin alejarse demasiado. Los estados emocionales,
esa constante, sufrida, inusitada energía de Raquel Ameri, la precisión
delicada de Marina Lovece, conducen una y otra vez hacia la narradora eje, que
será abandonada, pues nada puede, nada influye, nada incide. Todo es lo que
queda. Sobre el escenario. Ropas usadas. Un poster de Bon Jovi por quien
sufrir. Mientras cantan y tematizan la memoria.
Declaración testimonial
Malditos todos mis ex es un recital, una declaración y una
retrospectiva sobre los momentos significativos que vacían el presente. La
imagen del programa de mano es por demás elocuente: la reunión de cuerpos,
ropas y muñecos bajo los pies de lo que queda.
El discurso es divertido, intenso, elocuente, sostenido por el amargo
sabor del desencanto, que tal vez en la repetición se pierde. No crece, pero es
cierto que no pretende hacerlo. Todo lo que se proyecta sobre “él”, regresa con
dolor y trastoca el cuerpo central, femenino, que queda como último desecho en
una escena abandonada, intensamente expresiva, tratando –como en todos nuestros
balances- de significar.
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