El sábado 21 fui a ver
SUDADO, de Facundo Aquinos, Julián Cabrera, Belén Charpentier, Jorge Eiro, Facundo
Livio Mejías y Paul Romero a Timbre 4 (funciones
especiales antes de su participación en el FIBA 2013) En FIBA: 15 de octubre a
las 13 hs y 18 de octubre 23.30 hs –comprar entradas, click aquí)
(Repugnantes)
Costumbres argentinas
Desde 1995 hasta 2005 di clases de
Expresión Oral en la carrera de Periodismo de la Universidad de Belgrano. Tuve
alumnos notables, ciertamente, y aprendí mucho. Uno de los mejores, sino el
mejor, fue Lucho Dolber, a quien en esta reseña aprovecho para reconocer como
tal. Fue mi alumno muy al principio de su carrera; al recibirse se comunicó
conmigo para darme también su reconocimiento. Luego perdí el contacto. Volví a
encontrarlo en este nuevo mundo de las redes sociales hará un par de años: había
pasado por Editorial Perfil y por la Agencia Télam, y actualmente vive en
Miami, y es editor de contenidos en un grupo de noticias y padre de un precioso
niño de algo más de un año. Tipo de notable inteligencia, rapidez y sentido del
humor, me llamó la atención no obstante el giro cómico de su perfil público. Sus
posteos y tuits vinculados con el minuto a minuto de la actualidad son absolutamente
desopilantes, tanto que me dio la impresión de que se había corrido del
periodismo al humor. Terminé aceptando que la diferencia entre esos géneros (el
terror, el policial sangriento, la comedia, el stand up y el periodismo) no es tan
evidente como pensábamos.
El post en cuestión dice: “amigos, creo que
las últimas discusiones futboleras en mi facebook fueron un poco subidas de
tono. Me gustaría que tratáramos de debatir con pasión, pero con respeto. En
especial, con los hinchas de Boca que hacen un gran esfuerzo por conectarse
desde su país”. A continuación se habla
de los “boli” o “bolitas”. Si uno resiste la náusea y lee con atención, verá
que todos (incluyendo a Lucho Dolber) alimentan el xenófobo, clasista y público desprecio hacia
bolivianos y obreros que viene repitiéndose desde los posts anteriores de ese
mismo día. Para botón, vaya esta muestra del tal Nicolás Zubiaur, comentando el
post de Dolber a las 16.25 del 28 de septiembre de 2013: “muchachos, ustedes
los hinchas de boca, mañana laburan temprano en las obras o en la verdulería.
Vayan a dormir, bolis.”[1]
Uno podría decir, indulgente, que son las
típicas expresiones violentas del odio anónimo que destilan las redes sociales.
Pero veámoslo más de cerca. En primer lugar, los posteos son leídos y
comentados por el periodista en cuyo facebook personal son subidos (no se trata
de la versión on line de un diario, ni de una página web que revise muy de vez
en cuando los comentarios). Y el encabezado público con que se inicia la ráfaga
de odio es suyo. No se trata de una conducta inventada a propósito de un suceso
actual, de una noticia de la semana. La AFA, desde hace años, les pide a los
árbitros que suspendan los partidos mientras haya cantos xenófobos en las
tribunas. Esto no es nuevo, y no proviene de la “cultura del aguante”, baja y delictiva.
Estamos en el perfil público de un periodista que trabaja para una agencia
internacional; su actual ídolo máximo y referente –véase la foto encabezando su
portada-, dijo micrófono en mano en conferencia de prensa, el 7 de abril de
1999:
Ramón Díaz: Todos los argentinos nos van a apoyar contra el Deportivo Cali.
Periodista: ¿Los de Boca también?
Ramón Díaz: Argentinos, dije.
La frase fue pública, dicha a los medios por
el entonces ya consagrado DT de un club con miles y miles de hinchas, festejada
y replicada en peñas, clubes, familias, amigos y canales de transmisión social
previos a las redes. Hoy en día, el sitio taringa! aloja una serie de
comentarios bajo el título “frases millonarias” donde el anónimo autor,
glosando la agresión del riojano, aclara: “Ramón Díaz dijo estas palabras en una
conferencia de prensa anterior al partido con Deportivo Cali por la Copa
Libertadores de ese año y haciendo referencia a que la mayoría de los hinchas
de Boca no son argentinos sino bolivianos, paraguayos, etc.”
El racismo argentino es repugnante. Su odio de clase lo complementa. En
este país, en este momento, en esta ciudad, Sudado
toma esa brasa candente para ofrecer su ritual.
Síntesis
Argumental
Dos empleados de la construcción realizan remodelaciones
en un restaurante peruano del Abasto. Las obras han quedado a cargo de Alejo,
hijo del antiguo jefe que acaba de morir. Trabajo y anécdotas, música y cerveza,
son los tácitos ritos masculinos con los
que se lidia, como se puede, con la tragedia.
Son
así, son así
Nos sentimos diferentes, somos diferentes.
La impecable calidad actoral de esos obreros y el detalle con el que transitan
la fealdad y el error de sus refacciones, tiñen de belleza poética el mundo del
“diferente”. La platea es una platea intelectual. Estamos en Timbre 4, un
sábado a las 20 hs. Mi mujer, risueña y conmovida por el reconocimiento de las
tretas con las que los obreros se justifican frente al jefe (o frente a ella,
en una refacción del baño de casa), me dice “pero tal cual, son así, son así”. Yo
lo admito. Son lo que no somos. Son la mano de obra de lo necesario e
imposible. No hay odio allí; no se trata de aquella frase de clase media con la
que una señora se coloca por encima de su doméstica (“si no le estoy detrás, no
me limpia como yo quiero; para eso lo hago yo”). Es, más bien, la impotencia
del artista y docente de humanidades (yo) frente al diagnóstico de un mecánico
(“no es un problema de retenes, acá tenés que cambiar la tapa de cilindros”). Sudado expresa, desde el interior, el
mundo de ese Abasto que ya no es arrabal, que ya mutó su tradición, ahora
invisible; que ha perdido el glamour y entra en esa zona estigmatizada por el
porteño: la del extranjero desdeñable, albañil (not for export). Y lo hace con
conocimiento y sensibilidad, no para contar una historia, ni siquiera para confirmar
una tesis o denunciar una opresión. Lo hace, secretamente, para esconder un
ritual.
El
juego de las lágrimas
La imagen por excelencia de la implosión de
diciembre de 2001 es, para mí, la de Wan Cho Ju llorando frente a las cámaras
mientras saqueaban su autoservicio de Ciudadela. Nada cuesta imaginar una
familia de inmigrantes, refugiada con sus niños en una piecita de atrás,
durante un saqueo. Pero el hombre de 40 años, rodeado de cámaras de televisión,
llorando y balbuceando una lengua que no le pertenece, mientras decenas y
decenas de personas se llevaban hasta los ventiladores empotrados en las
paredes, elevó al paroxismo la violencia de la debacle: la situó en el interior
de todos nosotros. Una cámara, embobada, mira con nuestros ojos (porque
permanecemos fijos e impertérritos observándola, obnubilados) a esa criatura
extraña que, súbitamente, se devela humana… El horror, el desprecio, el temor, está en
nosotros. Mirá: el chino llora.
The
Wall
El durlock es un simulacro de pared. Todos
lo sabemos. Sudado se inicia con los
secretos cuerpos de los obreros abriendo una ventana en el durlock. Están
inundados de ruido, como toda la platea, y ocultos tras el bloque de material
de descarte. La escena misma de los cortes sobre el durlock, comentados por las
voces vagas de los muchachos, es una prefiguración de lo que vendrá: un agujero
en un muro falso que develará el rostro oculto de los hombres.
El duelo
Vengo repitiendo la palabra “ritual” a lo
largo de esta reseña fragmentada. Por un lado, expresa lo que pienso de la
estructura de Sudado: esquivos a la
historia, no sostenidos por la anécdota, los personajes hiperrealistas se
entregan completamente a lo que no dicen; están allí, y por lo tanto son.
Pueden cantar Chayanne, contar la más irrelevante de las anécdotas, intentar
una reparación, echarse desodorante y hacer una glosa de la imagen del
backlight de las ruinas perdidas del Macchu Pichu. No están allí para eso.
Están bancando el duelo, sosteniéndolo hasta que se realice en sus cuerpos.
Por el otro lado, la muerte. Empecé hace
unos años a observar la cantidad de obras en cartel que se inician con una
muerte, que son desencadenadas por ella[2].
El conteo se transformó en aluvión, y ya no pude contarlo. Solo constatarlo. En
este caso, el duelo masculino, el duelo de los compañeros y el hijo del jefe,
no tiene ritual en el cual descansar y realizarse. La máscara que lo oculta es
de durlock. El público acompaña, disfruta y sostiene para que el durlock se
convierta en agua.
Actuación
Como la mayoría de las obras que provienen
de la dramaturgia actoral, el potente estado y la precisión técnica sostienen
cierto alejamiento de toda trama visible. En sus resultados menores, estas
obras habitan la frontera del ejercicio. En sus resultados más firmes, borran
la progresión del entretenimiento y nos acercan al sacramento.
Epígonos
Mi padre Ángel Virgilio Apolo Ramírez nació
en Piñas, El Oro, Ecuador, a mediados de los años ’30. La mitad de mi familia
es ecuatoriana –mi tía Maguita, allá en Guayaquil, hace el ceviche más rico que
probé en mi vida-. Yo nací en Villa Martelli, donde viví 20 años en un primer
piso por escalera que lindaba con una fábrica (nunca supe de qué). Los
muchachos que salían a las cinco, peinados al agua y con sus sobres/cartera
bajo la axila, jamás nos dijeron una palabra sobre los cientos de miles de
pelotazos que hicimos estallar contra la cortina metálica de su entrada, mítico
arco del picado. Escribo esta reseña por todos y por mí.
[1] Pueden entrar al post haciendo click aquí: https://www.facebook.com/lucho.dolber/posts/10151852168311112
Si para cuando accedan a esta nota los posts no han sido borrados, podrán
recorrer también los anteriores, con sus correspondientes comentarios del 27 y
28 de septiembre.
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