el viernes pasado fuimos con Ale Ciurlanti a la sala Timbre 4 a ver "Cielo Rojo, el sueño bolchevique", un espectáculo dirigido por Helena Tritek con más de una docena de intérpretes -estrenado en el Rojas en un ciclo que homenajeaba el octubre rojo de la revolución rusa de principios del siglo pasado.
El espectáculo, según explica un curioso programa de mano (que consiste directamente en un suplemento de Página/12 20 años que contiene toda la información que habitualmente va en un programa), está inspirado en la vida y obra del poeta ruso Maiacovski. Comienza con un monólogo claramente improvisado de la señora Teresa Cura, una simpática afiliada al partido comunista cordobés que cuenta directa y sencillamente al público algunas pocas experiencias de su ingreso al partido y sus recuerdos de tertulias intelectuales, y expone extensamente algunos de sus pensamientos sobre la época de su afiliación y los personajes destacados. Luego, durante los sesenta minutos siguientes, los actores recitarán individual y coralmente poemas traducidos, cantarán algunas canciones (en ruso y en francés) y representarán algunos episodios: el fusilamiento de las hijas del Zar, la muerte del poeta. En algún momento, la voluntad de relato aparecerá en la voz de alguien que oficia de narrador, situando época y episodio, pero por lo general esto no sucede. Los intérpretes del poeta se multiplican y superponen, la voz se postula, por momentos, como una voz colectiva, la voz de un pueblo.
Charlamos largamente al término del espectáculo con Alejandra: discutimos el vestuario, la narración, la estética, el espacio, el lenguaje. Más allá de acuerdos y objeciones, mi opinión -no hablo en representación de los dos- es que la poesía en este espectáculo no adquiere teatralidad, y todo -lo actoral, lo visual, lo sonoro, lo narrativo, todo- se resiente. Me parece que el espacio -tan íntimo, pequeño y presente (el patio, los vidrios, las paredes descascaradas de Timbre 4, pero sobre todo, la cercarnía "carnal" del público con los actores) conspira contra el tipo de representación que pretende: los actores están "caracterizados" según ciertos íconos visuales de lo que llamaríamos principios de siglo XX (colores marrones, ocres, tapados, gorras, camisas, faldas, mantillas, muy estilo inmigrante) y pretende, con ciertos detalles, remitir a rusia: abrigos, alguna piel bajo algún gorro, algún sombrero, algunos guantes con dedos cortados y mucha bandera roja. Pero la cercanía y la falta de conjunto devela la pretensión de ilustrar el momento. Me preguntaba qué pasaría si, decisión estética mediante, en lugar de intentar representar lo difícilmente representable en condiciones teatrales (lo "ruso") los actores hubieran estado sencillamente vestidos de jean, remera, buzo -como la señora militante estaba vestida de un "civil" contemporáneo... Uno no habría estado haciendo el esfuerzo por recordar qué imágenes de película ambientanda en la rusia de los veinte vendría a rescatar las imágenes que la escena no podía terminar de evocar o, más precisamente, hacer presentes. La poesía traducida, por lo demás, es un objeto verbal muy problemático, sobre todo para un recital. Pero el recital de poemas tampoco se da. La voluntad de representar y aludir escénicamente hace que, excepto en alguna canción y en el primer poema de todos, la aparición de los poemas no esté dirigida a la platea sino a un grupo de interlocutores-espectadores internos, caracterizados como rusos de la revolución y obligados, así, a "actuar de muchos", como alguna vez lo oí decir a Szuchmacher: representar una multidud en escena intetando agruparse, ser rusos por alguna afectación emocional con la cual se deben jugar palabras carentes de acción o de sostén. El espectáculo no llega a despertar, provocar o evocar la emoción que uno siente que todo el tiempo está intentando. Parece querer decir algo que está dicho en el papel y estuvo dicho en la historia, pero su eco no hace presente en el escenario, a menos que exista la voluntad del público y una buena, muy buena predisposición.
El espectáculo, según explica un curioso programa de mano (que consiste directamente en un suplemento de Página/12 20 años que contiene toda la información que habitualmente va en un programa), está inspirado en la vida y obra del poeta ruso Maiacovski. Comienza con un monólogo claramente improvisado de la señora Teresa Cura, una simpática afiliada al partido comunista cordobés que cuenta directa y sencillamente al público algunas pocas experiencias de su ingreso al partido y sus recuerdos de tertulias intelectuales, y expone extensamente algunos de sus pensamientos sobre la época de su afiliación y los personajes destacados. Luego, durante los sesenta minutos siguientes, los actores recitarán individual y coralmente poemas traducidos, cantarán algunas canciones (en ruso y en francés) y representarán algunos episodios: el fusilamiento de las hijas del Zar, la muerte del poeta. En algún momento, la voluntad de relato aparecerá en la voz de alguien que oficia de narrador, situando época y episodio, pero por lo general esto no sucede. Los intérpretes del poeta se multiplican y superponen, la voz se postula, por momentos, como una voz colectiva, la voz de un pueblo.
Charlamos largamente al término del espectáculo con Alejandra: discutimos el vestuario, la narración, la estética, el espacio, el lenguaje. Más allá de acuerdos y objeciones, mi opinión -no hablo en representación de los dos- es que la poesía en este espectáculo no adquiere teatralidad, y todo -lo actoral, lo visual, lo sonoro, lo narrativo, todo- se resiente. Me parece que el espacio -tan íntimo, pequeño y presente (el patio, los vidrios, las paredes descascaradas de Timbre 4, pero sobre todo, la cercarnía "carnal" del público con los actores) conspira contra el tipo de representación que pretende: los actores están "caracterizados" según ciertos íconos visuales de lo que llamaríamos principios de siglo XX (colores marrones, ocres, tapados, gorras, camisas, faldas, mantillas, muy estilo inmigrante) y pretende, con ciertos detalles, remitir a rusia: abrigos, alguna piel bajo algún gorro, algún sombrero, algunos guantes con dedos cortados y mucha bandera roja. Pero la cercanía y la falta de conjunto devela la pretensión de ilustrar el momento. Me preguntaba qué pasaría si, decisión estética mediante, en lugar de intentar representar lo difícilmente representable en condiciones teatrales (lo "ruso") los actores hubieran estado sencillamente vestidos de jean, remera, buzo -como la señora militante estaba vestida de un "civil" contemporáneo... Uno no habría estado haciendo el esfuerzo por recordar qué imágenes de película ambientanda en la rusia de los veinte vendría a rescatar las imágenes que la escena no podía terminar de evocar o, más precisamente, hacer presentes. La poesía traducida, por lo demás, es un objeto verbal muy problemático, sobre todo para un recital. Pero el recital de poemas tampoco se da. La voluntad de representar y aludir escénicamente hace que, excepto en alguna canción y en el primer poema de todos, la aparición de los poemas no esté dirigida a la platea sino a un grupo de interlocutores-espectadores internos, caracterizados como rusos de la revolución y obligados, así, a "actuar de muchos", como alguna vez lo oí decir a Szuchmacher: representar una multidud en escena intetando agruparse, ser rusos por alguna afectación emocional con la cual se deben jugar palabras carentes de acción o de sostén. El espectáculo no llega a despertar, provocar o evocar la emoción que uno siente que todo el tiempo está intentando. Parece querer decir algo que está dicho en el papel y estuvo dicho en la historia, pero su eco no hace presente en el escenario, a menos que exista la voluntad del público y una buena, muy buena predisposición.
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