jueves, 30 de octubre de 2008

sobre OPEN HOUSE, de Daniel Veronese (8º año)


El lunes fui a ver OPEN HOUSE, función celebración de sus 8 años en cartel, a la Sala Beckett Teatro –Guardia Vieja 3556.


Open House y los artistas visuales
Los artistas visuales se llaman a sí mismos “artistas” a secas. Lo sé, entre otras cosas, porque en los años finales del milenio estuve de novio con una. Además de abundar en una (personalísima) obra individual, la bella y joven artista integraba un grupo de artistas llamado Fosa que operaba dentro del amplio y difícilmente clasificable territorio de la performance. Me costó buena parte del bienio que duró nuestra relación llegar a comprender de qué se trataba ese concepto (disciplina, especialidad, área de trabajo); creo, además, que no lo llegué a comprender; aún hoy me pregunto, maravillado, absorto, irreverente, en qué consiste.

En los años que van desde entonces hasta ahora he visto ciertas cosas que los artistas y las instituciones legitimantes dieron en llamar “performances”. Cito, entre otras:


a) una mujer vestida de monja en un aula de la New York University que abría las piernas, se introducía una muñeca de plástico en la vagina y se cosía con hilo grueso los labios mayores, dejando la muñeca adentro, para terminar levantándose y saliendo del aula.
b) una regordeta chicana, en un despojado salón de conferencias de la misma universidad, que se envolvía metódicamente el cuerpo con bolsas llenas de agua, atándolas a sus miembros superiores e inferiores, caderas, torso y cuello, hasta finalmente introducir la cabeza en una última bolsa y sellar el borde a modo de escafandra invertida: el agua adentro y el vital e inalcanzable aire afuera. Mientras resistía en apnea, la chica daba dos, tres, cuatro penosos pasos fronterizos con el desmayo.
c) un grupo de performers que solicitaba permiso, en un hipermercado lindero al Campo Argentino de Polo, para acostarse en distintos lugares entre las góndolas a la hora de apertura, y dormir o fingir dormir mientras eran grabados ( “registrados”) en una cámara de video.

Y luego me topé con Open House. Un grupo de actores y actrices que se compromete públicamente a hacer funciones de una obra sin reemplazar a aquellos que la abandonen (incluyendo el abandono del público) hasta que la obra muera de “muerte natural”.
La experiencia cumplió, esta semana, ocho años. Y va por más.

El organismo vivo de Lola Arias
Escribe la directora, dramaturga y actriz Lola Arias en su texto homenaje del programa de mano que, a partir de esa decisión, “Open House deja de ser una obra de teatro y se convierte en un organismo vivo”. Concuerdo, desde días, semanas, meses antes de ver la obra, con esa afirmación.

No había tenido hasta ahora una experiencia de anticipación de obra tan triste como esta. Quiero decir: no me daba fobia (¿qué decimos cuándo decimos ese disparate en nuestro bobo lenguaje cotidiano?), no me daba “fiaca”, ni “paja”, ni tedio, ni rechazo, ni ansiedad, ni entusiasmo ir a ver Open House. El concepto de la obra se transformaba en mi anticipación en un sentimiento prístino, puro: tristeza. A saber: una obra que está viva porque va muriendo. Como todo lo que vive porque va muriendo. Muriendo inexorablemente, y no hay dios que lo salve. Como mis abuelos. Como mis padres. Como mi esposa. Como mis amigos. Como yo. Como mi hijita Luna, que a pesar de haber nacido recién ya está …
Por eso.
No puedo ver una obra que está muriendo.

Fui igual, claro.
Fui a la función-festejo de su octavo aniversario. Nombres tachados en el programa de aquellos que han abandonado. O muerto. Y un discurso a medias irónico, a medias tristón y a medias rencoroso sobre las pérdidas –reales– en un mundo escénico que se justifica a sí mismo por la ficción que aún contiene pero que ya casi no la tolera.

Non fiction Theatre
La operación Veronese-Open House es asesina. Se trata de matar una experiencia, o de la experiencia de matar -como dioses creadores que condenan a su pobre, indefensa (y no obstante culpable) criatura, por el solo hecho de vivir, a morir, o justamente, por el hecho de poder morir, a una vida imponderable-.

Impresionante observar esa experiencia. Quizás se trate de la única performance que finalmente cobró sentido para mí. Una obra deja de ser teatro para convertirse en un organismo vivo. En él, lo real le gana a lo ficcional hasta reducirlo a una excusa inexcusable: tenemos que repetir estos viejos monólogos, tenemos que hacer estos desgastados números, replicar con la mejor onda que se pueda esas canciones. Todo para que se vea lo que ya no está. Para señalar lo irrepresentable, que de todos modos ya sucedió. El resto está entremedio y en ninguna parte.

Egresar o no egresar
Todas las fábulas terminan vaciadas de sentido –incluso el mito de origen, envejecido–. Es notable: un grupo de actores a punto de egresar del instituto instala su trabajo “final” en el plano que lo contradice: el de la eternidad, la perpetuación, la permanencia.

Todo envejece en Open House (de esto también habla Lola en su artículo). Actores, objetos, decorados, público, recursos, estética, textos, música, país. Algunos de sus gestos más vanguardistas (los actores con micrófono hablando neutros a público, el play back de canciones semi-alternativas, la indecisión ficción-autorreferencia) fueron copiados minuciosamente, diría casi impúdicamente, por otras conocidas obras en estos ocho años, y si uno no supiera que lo que ve es lo que queda de los pioneros condenados a la repetición diría: mirá cómo se copiaron (de sus propios imitadores).

Extraña condena humana. Envejecer es (será) repetir lo fijado y comentado que se vacía de sentido, de belleza, de interés, a cada paso, cada año. Y persistir. Hasta que solo
se pueda significar lo que se fue, todos perdemos todo. No creo recordar casi nada de la obra. Y sin embargo, es una de esas obras que nunca olvidaré. La experiencia Open House es asesina.

Y Charly García es Nirvana
Lou Reed es un loop, una eterna verdad, un long play que persiste en su encantamiento.
Estaría, sí, tentado a terminar este (raro) texto parafraseándolo -la obra entera lo hace-.
Homenaje a Open House, la obra que va muriendo.
Pero el que me canta la cabeza en esta “Casa” es otro paulatino moribundo.

Dicen del nirvana que es como la gota de agua que se funde en el mar.
El mar allí es sinónimo de la totalidad indistinguible. No hay uno, no hay dos. No hay dolor, no hay alegría, no hay tristeza. No hay deseo. No hay muerte. No hay vida. Es Nirvana. Hacia el final.

“Esta canción durará por siempre
por eso mismo yo la hice así.
una canción sin amor
sin dolor
la canción sin fin”
Charly García (1951 –…?)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

me encantó todo lo que decís, también está muy vivo como openhouse!
saludos
cecilia

Anónimo dijo...

Encuentros cercanos

Desde Salta:

Leo todas las críticas que publica Ignacio, desde que conozco el blog.

Además, las edito en www.salta21.com

Entre los últimos artículos que escribí en Salta 21, figura:

"Encuentro Regional de Teatro del NOA: un espacio de intercambio"

Recomiendo que lo lean (un adelanto: Ignacio viene como invitado especial)

Sobre Open House:

Me impactó lo de "la experiencia de ver Open House es asesina"; me gusta el desafío de dejar morir una obra de teatro de "muerte natural".

Tengo una pregunta para vos Ignacio: ¿por qué los títulos de tus críticas tiene la misma estructura?

Sobre....., de .......

Como periodista "inquieta", además de dramaturga "osa-hada" me parece que podrían tener otro título, más sugerente, más llamativo. Es mi "humilde" punto de vista.

Actualmente, Ignacio es mi maestro de dramaturgia, les cuento a los lectores...

Es super exigente y nos estamos encaminando hacia un semi-montado con las obras que hacemos en el laboratorio. Nos llamamos "Los mancos del espanto", a pedido de numeroso público (del grupo... claro)

(De atrevida que soy, le hago esta pregunta.)

Al editar tus notas, pienso que el contenido es rico y están basadas en una amplia bibliografía, además del conocimiento y la profesionalidad desde donde están elaboradas.

Pero siempre me quedo pensando en el título.

Te envío un fuerte abrazo.

Romina Chávez Díaz

Salta, 31 de octubre de 2008 (trasnoche)