martes, 24 de marzo de 2009

Sobre EL CALOR DEL CUERPO, de Agustina Muñoz


El domingo fui a ver EL CALOR DEL CUERPO, de Agustina Muñoz al Camarín de las Musas, Mario Bravo 960, funciones: domingos 20.30 hs


Nothing comes from nothing
En una mítica ceremonia en la que un rey descabezará su corona y descuartizará su reino entre sus tres hijas, el celta Lear le pide a Cordelia, su hija preferida, cuya fama es la humildad, que lo adule como ya lo han hecho sus otras dos hermanas; a cambio, le dará una parte de su reino. ¿Qué puedes decir –le pregunta con confiada expectativa–, que merezca una retribución más opulenta que la de tus hermanas? Habla. Y Cordelia responde: Nada, mi señor.


Luego, las célebres líneas, que tal vez no sean más que una imponente serie irónica, colérica, filosófica, magistral de la reiteración.


CORDELIA: Nothing, my lord.
KING LEAR: Nothing!
CORDELIA: Nothing.
KING LEAR: Nothing will come of nothing. Speak again.


“De la nada no vendrá nada”, traducen algunas versiones, puesto que el español necesita negar con insistencia –el inglés, en todo caso, luce más afirmativo, como si sugiriera, a la vez, que es la nada aquello que vendrá…

Ex nihilo nihil fit
El Rey Lear podría, entre las variaciones tornasoladas de la significación de un clásico, tratar también sobre aquello que puede o no provenir de la nada, sobre lo inmotivado de la lealtad, del amor o de la destrucción. Shakespeare pone en boca de su rey senil una variación de la tesis de Parménides respecto de la imposibilidad de un universo creado a partir de la nada y cuyo destino pueda ser la nada; la destrucción de algo es, en todo caso, su transformación en otra cosa. La obra en su totalidad es destructiva, tempestuosa, inclemente. Pensar en obras –como la obra de Cordelia, que consiste en una palabra reiterada hasta la torsión de su significado: nada, nada, nada vendrá de nada- que provengan de (o conduzcan a) la nada es casi imposible, porque atentan contra la noción de acción/drama y, quizás, contra la expectativa misma de ver aquello que es algo, recortado del continuo indiferenciado de lo real. Quizás El calor del cuerpo, de la dramaturga y directora Agustina Muñoz, sea un breve aporte moderno a esta categoría.


Síntesis argumental
Un lánguido, bello, bronceado joven comunica a sus dos socias (jóvenes también, más lánguidas aún anque no tan bellas, no tan bronceadas) que abandona el rubro “ensalada de frutas” para pasarse al de “artesanías en coco”. A lo largo de una luminosa jornada en la playa, en la que no falta ni sobra la aparición de un (a veces) deseado hombre mayor que terminará por marcharse, el joven revisará su decisión y volverá a la seguridad de su sociedad con las mujeres.


Realismo, nihilismo, laxitud, exposición, experiencia
Históricamente, las propuestas formales que modifican o atrofian un principio constructivo imperante suelen dar la sensación de atentar contra la existencia misma del arte o la disciplina a la que pertenecen y a la que provocan. Al mismo tiempo, manifiesta o secretamente, amplían el campo de posibilidades que se había estrechado. El gesto realista que, a fines del siglo XIX, puso por primera vez a un actor de espaldas en una obra de teatro propició, tal vez, el inicio de la gran tradición de autonomía de la puesta en escena, del reino de los directores. El perturbador clásico beckettiano -la espera, la peligrosa inacción- sacudió un principio pero sembró un campo. Quizás ahora, con una dramaturgia y puesta de cuerpos laxos, de tiempo regular, regulado, igual a sí mismo hasta el hartazgo, se esté sembrando un campo de sentido cuya apariencia aún es tenue, cuyo resultado es un escozor algo abúlico. O tal vez se trate solo de lo imperceptible. En la obra de Muñoz el tiempo es una pausa monótona, un presente sin cambios, una mirada de lo banal hacia lo reiterado. Nada se mueve, nada se acelera, nada se ralenta. Nada vendrá de la nada. Ni siquiera cuando los cuerpos, sacudidos apenas por una incomodidad pasajera, salen correteando hacia foro y vuelven con alguna dudosa noticia (que el viejo volvió, que el viejo se fue, que el viejo se irá). El viejo no es un viejo. Es un actor de cierta edad, más inexpresivo tal vez que los jóvenes por la propia expectativa defraudada de su diferencia. Todo es lento y leve y, a veces, ligeramente irreverente. No obstante, se reconoce, este anodino presente continuo e insignificante es signo y es síntoma, es la manifestación genuina de la producción teatral más actualizada, en el sentido web del término: lo puramente presente. Tiene su público, tiene sus referentes, y por más que el manual del dramaturgo (y la paciencia) protesten, se impone.


La planta(ción) escénica
Un apartado para destacar la planta escénica. La obra de Manuel Ameztoy, la vegetación de fibra sintética y colores prohibidos, amarillo y rosado, y las luces y espejo que le dan intensidad de vida (o muerte) suspendidas son absolutamente funcionales, expresivas, y disfrutables.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

un bajon

Anónimo dijo...

muy bien Apolo, me atrebo a preguntar como espectador, ¿de que vale la lentitud, la pausa y la espera como procedimiento, si produce en un espectador promedio (como yo) aburrimiento y posterior dispersión? o sea, si termino sin creer en lo que veo, sin creerme la mentira, el juego teatral?
La pregunta es para el público, para mi esta obra fue un intento fallido, no hay que matarla ni glorificarla.
Coincido que la escenografia es genial. Saludos

Anónimo dijo...

cuando hay nada para decir
cuando no se quiere arriesgar
cuando es mejor se lindo y cul que desprolijo y valiente
suceden cosas
que agradan a muchos
y llenan a pocos