viernes, 22 de octubre de 2010

Sobre OSTENDE, de Sol Rodríguez Seoane

El jueves fui a ver OSTENDE, de Sol Rodríguez Seoane, a Elkafka (Lambaré 866, tel 4862 5439). Jueves 21 hs.

Geografía mutante
Se cuenta que los médanos de la zona de Gesell, Pinamar, Ostende, Cariló –anti-míticos lugares de veraneo y márketing- alguna vez fueron salvajes y móviles. Como en la parábola del Cristo predicador, el viejo Gesell levantaba su casa en la arena, no en la roca, y el sueño se desmoronaba. Aquel médano que al atardecer estaba al oeste, al amanecer se había trasladado. Para poder “fijar” el mismísimo suelo, para detener la tierra móvil bajo los pies, para que prevaleciera la razón robinsoneana sobre el mundo salvaje a conquistar, el viejo Gesell plantó un bosque, quintaesencia de lo ominoso,oscuro, diabólico…

El bosque es tan artificial como un parador de Reebok. Pero su metáfora prevalece.
Síntesis argumental
Una pareja aparenta huir pero inexorablemente llega a Ostente, un bosque ominoso con una casa en su corazón, que es el origen paradojal del misterio. Lo interior, allí, está afuera.

Metáforas
Ostende trabaja por acumulación de metáforas, símbolos y paradojas. El bosque, hiper-presente, es metáfora del extravío –físico, vital, temporal-. El médano, metáfora de la pérdida de referencias. La lluvia, que se condensa en un cuenco de agua real, deviene símbolo, que se acumula a otros símbolos: la puerta, arquetípico emblema del pasaje (subrayado por el ruido ominoso de sus goznes), la peluca –que es la madre-, y la novia, que es la fragilidad, la culpa y el Mal. A esto se suma la interminable y fálica escopeta, que es la preanunciada (desde la primera escena) muerte: así será exhibida, así se narrará.

Paradojas
El mejor funcionamiento de Ostende está en esa muerte. A contrapelo de lo esperable, es una muerte anunciada que sorprende, pues la actitud la desmiente y las dematerializa. Consuma así, en cuatro minutos, lo que sugirió con abundantes palabras durante los otros tiempos del espectáculo: lo paradojal es el principio constructivo (paradójicamente destructivo) de esta pieza. Las paradojas espaciales –esa excelente visión de que llegar a casa es perderse, o perderse es encontrar el propio origen- son el núcleo poético de una autora interesante. Así sus paradojas temporales, que prometen avanzar deteniéndose, comenzar terminando. Así los extremos: Ostende plantea lo mejor al principio, y lo consuma al final. En el devenir…

La personificación de un lugar
En el devenir insiste en anunciar declarativamente sus intenciones. Como si aquella fulminante, funcional, política manifestación de la obra de Lope “Fuenteovejuna lo hizo” fuese un leiv motif inicial y subrayara cada rincón de la pieza: Ostende lo hizo. Los sitios ominosos, que tienen poder sobre los que llegan, esos lugares que transforman, develando quizá una verdad subyacente –el aislado hotel de montaña de El Resplandor es, aquí, el bosque de Ostende- funcionaría en silencio y en secreto. Ostende los enuncia, los declara, los remarca. Quizá –pero cómo plantear una hipótesis seria de una construcción poética con una sola visión de jueves a la noche… - quizá la dirección y el texto se discuten. Quizá no puedo, en este caso, hablar de la obra sino del teatro extendido de esta ciudad y de este tiempo.

La abundancia
No puedo evitar pensar a Ostende como contracara de la notable Áspero, de Santiago Gobernori (click aquí), en la que el director y dramaturgo se propuso elaborar un compendio de procedimientos teatrales del Buenos Aires de fin de esta década y logró un resultado reflexivo y paródico. Sobre la matriz del “ejercicio de estilo”, Gobernori ejecutó una poética. Ostende tiene, quizá, la misma voluntad no enunciada pero, por supuesto, se aleja del ejercicio. Sol Rodríguez Seoane, la autora y directora de Body Art, trabaja esta Ostende a conciencia y desde una conciencia y voluntad de obra. Creo que eso afecta el resultado. La abundancia es un desván donde puede dejarse todo y volcar todo. En este sentido, Ostende es un Áspero no buscado, una suerte de compendio de la realidad del teatro actual de Buenos Aires, donde la abundancia parece, desde el discurso oficial, querer machaconamente imponer una virtud que no es tal, puesto que la cantidad no coincide con el valor, y no todo es algo.

Y aquí dejo de hablar de la obra de Sol, por supuesto, que puede leerse desde el ojo crítico de tantas maneras como miradas hayan, pero cuya voluntad es poética, para hablar del márketing porteño que es sólo eso: una cáscara política desvencijada que ni siquiera es “PRO”, pues PRO solo es un vector de deterioro para la cultura, sino una herencia de la década. El salpicón de mini-obras subsiadadas –obras que en años idos solían encuadrarse en la muestra final de un taller y ahora, en los sueños políticos de un extraviado turista devenido ministro se computan como capital del teatro- no siempre contienen teatro. Tienen un poco de todo y, para mi sorpresa en declive, bastante de nada.

Ostende, en definitiva, toma forma poética con la muerte que es adecuada y bella. Y señala, a su manera (y para mí) que de la multitud (de procedimientos, de obras, de cartelitos en la vía pública), el resto es silencio.

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