jueves, 7 de octubre de 2010

Sobre EL PORTERO DE LA ESTACIÓN WINDSOR, de Julie Vincent

El sábado fui a ver EL PORTERO DE LA ESTACIÓN WINDSOR, de Julie Vincent, a El Portón de Sánchez (Sánchez de Bustamante 1034, tel 4863 2848). Sábados 20.30 hs

El otro, el mismo
El doctor Ángel Virgilio Apolo Ramírez, mi padre, abunda en chistes recurrentes extraídos de la vida cotidiana y, sobre todo, familiar. Tienen la forma de pequeñas anécdotas que rescatan una frase, un nombre, una actitud. Los repite a lo largo de, por ejemplo, una década. Allá por los ochenta solía contar el de Avelino y la tía Norma (marido y mujer, prima de mi madre). Era muy simple. Alguien, cualquiera, le ofrecía más comida a Avelino:

-Che, Avelino, ¿querés más mollejitas? Mirá lo que son…

Y Norma contestaba:
-No, Avelino no quiere.

La forma de este “cuento teatral” llamado El portero de la Estación Windsor está condensada, creo yo, en aquel viejo y querible enunciado de la tía Norma. ¿Quién es el otro, quién soy yo, quién es uno? ¿Quién cuenta mi historia? ¿Quién está en el escenario?

Síntesis argumental
Un viejo exiliado uruguayo vagabundea por los andenes de la Estación Windsor. Cuatro décadas atrás, un joven estudiante de arquitectura milita en la vieja Montevideo. Si el viejo y el joven son el mismo, es porque hay un tren que parte de la Estación Artigas y llega a Montreal. Las vías y los durmientes son palabras, son imágenes, son sentido.

La forma del relato
El Portero de la Estación Windsor es, según su autora y directora, la canadiense Julie Vincent, un “cuento teatral”. El procedimiento escénico lo corrobora: entre el cuerpo y la voz de Manuel Vicente, de permanente (y potente) presencia escénica, y los demás narradores (Silvina Bosco, Mateo Chiarino, Cecilia Cósero), se presenta una historia fragmentada, de imágenes recurrentes y sutilmente modificadas, que abarca cuatro décadas o más, si incluimos la genealogía inmigrante del exiliado. Este relato a público es, por momentos, pura acción escénica entre los personajes. Hasta aquí, la forma clásica de monólogos (estilo “aparte”, comentados directamente al auditorio, quebrando la cuarta pared) combinados con acción.

Y de pronto, “Avelino no quiere”.

De pronto, un narrador que encarna un personaje enuncia al otro, lo torna palabra desde sí, lo articula como otro. De pronto, Silvina que es Claire, la amante en la Estación Windsor, es la relatora de la conciencia de Francisco, a quien comenta, y desde quien comenta. Y entonces, la forma de la obra se constituye en tema. ¿Quién soy yo, quién es el otro, qué es uno, el tiempo y las puntas del arco que lo tensa? Entonces, el orden poético permite, una vez más, aceptar que no hay temas agotados –¿qué pensaríamos con prejuicio de una autora y directora canadiense que, por encargo de dos instituciones internacionales, decide escribir y montar una obra (más) en Argentina (otra vez) sobre un exiliado (más) uruguayo en Canadá…?-

Pero el procedimiento transforma el déjà-vu en visión, en descubrimiento. En signo.

Mijail Mijailovich Bajtín y la narración
Dice el viejo maestro ruso: “todas las definiciones positivas de valores de la dación del mundo, todas las figuraciones valorativas propias de la existencia del mundo, tienen al otro como su protagonista justificadamente concluso: todos los argumentos se componen en torno del otro, sobre él se han escrito todas las obras, se han vertido todas las lágrimas, a él se han dedicado todos los monumentos, todos los panteones están llenos de otros, sólo al otro lo conoce, lo recuerda y reconstruye la memoria productiva, para que también mi recuerdo sobre el objeto, el mundo y la vida se vuelva artística. Sólo en un mundo de los otros es posible un movimiento estético, argumental, de valor propio: el movimiento en el pasado, que tiene su valor fuera del futuro y en que están perdonadas todas las obligaciones y deudas y están abandonadas todas las esperanzas”.

En mi reseña sobre Tal vez el viento (click aquí) hay una suerte de homenaje a la danza, de la que nunca hasta ahora había podido hablar. En la reseña sobre Viaje de invierno (aquí) hay un festejo al canto, una exaltación de lo más físico, corporal, del yo poético. Valga entonces esta reseña como homenaje a la narrativa, el Gran Territorio del Otro, desde este híbrido y amado arte teatral desde el que estamos reconstruyéndolo todo.

Las perlas:

El pájaro enjaulado
El relato de los padres, partiendo de Ángel Virgilio Apolo Ramírez, que al llegar desde su Ecuador natal a Retiro lo primero que hizo fue comerse un kilo de uvas –dice él, quién sabe-, hasta el viejo inmigrante que trajo en el barco un pájaro feo, feísimo y gruñón, estas obras no dejan de hablar de padres e hijos, lo grandes y mutuos “otros” que nos constituyen.

Persecución y vigilancia
La obra tiene muy diversas tramas argumentales; en todas, aún en las más íntimas -psicológicas-hay persecución y vigilancia.

Silvina Bosco
Y sí. Ella es una de las mejores actrices que conozco: lo que puede hacer con la más simple actitud corporal, con una inflexión en el tono de su voz, a mí me lleva las 868 palabras de esta reseña, y más. Pueden ver a esta actriz notable en El Portero… y también en PostParto (click aquí).

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