jueves, 1 de octubre de 2009

Sobre NOCHE BUENA, de Martín de Goycoechea

El domingo 27/9 fui a ver NOCHE BUENA, de Martín de Goycoechea, al Abasto Social Club (Humahuaca 3649). Funciones Dom 20.30 hs

Cuando llegue quiero que me encuentre llorando
A pocos años de comenzado el milenio, el periodista Cristián Alarcón publicó su libro “Cuando muera quiero que me toquen cumbia”[1], un trabajo de investigación sobre la vida y muerte del Frente Vidal, el santito de los pibes chorros –fuente de consulta obligada para la reescritura y puesta de Rosa Mística, por su minucioso detalle de la vida y costumbres villeras[2]–. De esa lectura se destaca, entre muchas cosas, una bella y triste idea: que las familias de las villas sienten que sus “inocentes” –hijos enfermos, pequeños, inválidos– pagan, en el sentido de “compensar”, los crímenes de sus hijos chorros. Dios se estaría cobrando los desmanes de esos hijos violentos, creando desgracia en los hijos mansos.

Creo que no sólo la religiosidad villera sino casi todos los cultos religiosos se apoyan en esta creencia popular de las compensaciones. El mundo está hecho de compensaciones, y es mejor estar en buenos términos con el dispensador de favores, porque si no, te llueven desgracias.

Noche buena. Llora esforzadas lágrimas la bella Luz Quinn en el umbral de la noche –el umbral de la obra es una incrustación de sofá en la puerta de un pasillo–. Las lágrimas aspiran al reconocimiento, aspiran a la felicidad, porque son no sólo una contraseña sino su contrapunto, su previa compensación. Cuando llegue –él– quiero que me encuentre llorando…

La Gatto y el León
Agustina Gatto, una de las más destacadas dramaturgas de la reciente generación (la reseña sobre su obra Buscado puede leerse en este blog haciendo click aquí), sostiene con mucho criterio que cada vez que hago una reseña sobre obras de autores y directores jóvenes termino diciendo que alguien (de mi generación, en lo posible) ya lo hizo antes.

Creo que tiene razón.

Creo también que en ciertos casos lo que retorna es diferente en sus matices; creo que muchas veces la cita renueva los sentidos y las asociaciones a la distancia. Creo incluso que a veces, lo que retorna vive y da vida a lo anterior.

En el caso de la delicada obra de Martín de Goycoechea, lo que regresa, regresa reducido, condensado y querible. Ukelele y unas lágrimas que no se pueden parar:

1997. Centro Cultural Recoleta. Federico León estrena la perdurable Cachetazo de Campo, cuya forma escénica, según cuenta el propio autor, fue determinada por la capacidad extraordinaria de dos actrices de llorar a moco tendido. El Campo, ese personaje interventor, toca en la obra una guitarra criolla.
2009. Abasto Social Club. Luz espera llorando el arribo de Francisco, que regresa “porque no podía parar de llorar”. Francisco llorará con pucheros y temblores de barbilla toda la obra, enterita. Y el grandote, extremo Maxime tocará, para solaz de propios y extraños, una diminuta guitarrita hawaiana[3]

Nota: la asociación Cachetazo-Noche Buena fue comentada por el autor de esta reseña con el autor de la obra, quien festejó sonriente y añadió: “ah, Cachetazo de Campo; yo no llegué a verla”.

Síntesis argumental
Atascada entre un recuerdo y una espera –como bien corresponde a la helada Noche Buena de algún lugar que es tan lejano como nuestro–, Luz espera que Francisco regrese a ella. La evocación es tan imposible que se torna verosímil: nos conocimos en la selva, mirando en la tele un documental. Maxime, el francés enamorado, insistirá en su cortejo; la lánguida y bella Julieta deambula mientras tanto por la periferia que, como sabemos, tarde o temprano será un incómodo centro…

Él se mandó
Esta breve pieza de cámara (dura, creo, cincuenta y cinco coreográficos minutos) contiene una de esas líneas de diálogo que se quedan dando vueltas en mi cabeza con un eco –un susurro de “cómo no se me ocurrió antes”–. Maxime, el francés de la guitarrita, aparece de súbito y le canta a su Luz deseada una dulce chanson estilo serenata, ante lo cual la chica pregunta:
–¿Quién lo mandó?
Y la otra responde:
–Él se mandó.

Quién no quisiera, en nombre del amor, mandarse a sí mismo.

Obturación, friso y coreografía
Noche Buena se ofrece al espectador como un dispositivo escénico muy particular: se ve sólo parte de lo que sucede. En casi toda buena obra de teatro esto es así, pero en Noche Buena esto se hace literal. La puesta obtura la mirada del público: de frente, de extremo a extremo de la escena, una amplia pared con dos puertas. De una de ellas asoma la mitad de un sofá de dos cuerpos; de la otra, el vacío que da a otra pared de fondo, cercana.

Un sofá de dos cuerpos obturado, del cual se ve solo uno y se “sabe” del otro sólo porque “tiene que estar allí” –físicamente, claro– es la literalización de una metáfora inmanente del teatro; es su exposición directa. Un cuerpo en el teatro siempre son dos: el cuerpo del actor, y el cuerpo representado. Coinciden o no, pero siempre son dos –el clásico “método” de los realismos del siglo pasado pretendía que el cuerpo del actor encarnara el del personaje, borrando las diferencias; el clown, el mimo, la ópera, son casos extremos de la exhibición de la diferencia–.

El sonido es también conscientemente comentado. La “música de fondo” es tocada como fondo –músicas que se ponen en juego tras la pared– y como forma –las serenata de ukelele, tematizada–. Pero lo que finalmente prima en términos de comentario y distorsión es el modo en que los personajes construyen su conducta. Martín de Goycoechea habla de “coreografía”, y la escena en líneas generales lo corrobora. Los movimientos están pautados a modo de friso –un gran frente con mínima profundidad–; la expresión verbal modulada por intensidades y cambios de ritmo (o por el mantenimiento de un ritmo constante, como en el desesperante caso de Francisco). La nota histérica es hasta cierto punto soportable porque sabemos que puede callar: el pico insistente se compensa con los excelentes momentos de suave pasividad de Julieta, por el desopilante Maxime, más alienígena que extranjero, y por la intensa Luz que podría en cualquier momento terminar a los golpes, dándoles a todos su merecido.

Archivo de solo lechuga
Existen en el registro habitual de nuestra lengua, al menos desde la popularización de las PC, unos curiosos “archivos de sólo lectura”. Creo que pocas veces decimos la frase, pero muchas veces la vemos. Aparece en pantalla al abrir mecánicamente algún documento, un pdf, o vaya a saber qué –lo dice allá arriba, en la solapita superior...- Yo, al menos, no sé cuándo sucede ni por qué. Archivo de solo lectura.

Hay quien no está de acuerdo con que sintetice las tramas de las obras en mis reseñas. Tal vez este sea el momento en que Martín de Goycoechea no esté de acuerdo con que mencione este hallazgo, pero lo voy a hacer igual –y luego nos citaremos y lo arreglaremos a las piñas–. No sólo de pan vive el hombre: hay, también, sánguches de solo lechuga.

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[1] Cuando muera quiero que me toquen cumbia: Vidas de pibes chorros. Cristian Alarcón, Buenos Aires: Norma, 2003.
[2] Actualmente en funciones en el Kónex, jueves 21 hs, su trama parte de la muerte de un bebé durante un operativo policial en una villa del conurbano bonaerense, a quien la familia levanta un altar y consagra como “santito”.
[3] Ukelele: tradicional instrumento de cuerdas de Hawai, Tahiti e Isla de Pascua; pariente cercano del cavaquinho portugués y del cuatro venezolano, pequeña guitarrita de cuatro cuerdas.

1 comentario:

Ariana Perez Artaso dijo...

Hola amigos de La Diosa Blanca! Quería invitarlos a la función de prensa de Bypass, la primera obra que estreno como autora y co-directora. La cita es el 21 de octubre a las 21 horas en la sala Vera Vera (Vera 108)
Realmente me gustaría mucho que pudieran venir. Toda la información de la obra está en www.bypassteatro.blogspot.com. Les mando un beso grande!


Jimena Repetto