El sábado 19/9 fui a ver ESCORIA, de José María Muscari, al Teatro del Pueblo (Roque Sáenz Peña 943) Funciones sábados a las 21 y 23 hs.
La verdad sobre el caso del Señor Valdemar
El cuento The Facts in the Case of M. Valdemar, de Edgar Allan Poe, fue publicado en 1945 en la revista American Whig Review. Su título no es ingenuo: el propio Poe jugó con la ambigüedad entre lo real y lo periodístico de esos “Facts in the Case”, hasta admitir públicamente, tiempo después, que se trataba de un trabajo puramente ficcional. El argumento: un enfermo terminal es hipnotizado en el momento final de su agonía y mantenido durante muchos meses en estado “mesmérico[1]” exactamente en el umbral de la muerte –sin respiración ni pulso perceptibles, y con la piel pálida y fría–. Finalmente, al intentar despertarlo, el cuerpo de Valdemar degenera instantáneamente en “una masa casi líquida de odiosa y repugnante descomposición”. El cuento es horroroso hasta el límite del gore, pero contiene esas resonantes palabras cuya dimensión suspende el desagrado y nos invita a la contemplación artística: el hipnotizador hace hablar al moribundo en trance, quien primero le dice “estoy muriendo” y luego, con voz gelatinosa, pronuncia el imposible: “estoy muerto”.
En la reseña anterior expuse la serie –cuatro obras teatrales de la cartelera actual porteña que se inician con la muerte–: la de una anciana en Hasta que la muerte nos separe, de Rémi Des Vos, la de un niño de ocho años en El último fuego, de Dea Loher, la de un bebé muerto en una balacera entre policías y narcos de una villa, en Rosa Mística, y finalmente, una “metafórica muerte en vida” en Escoria, de José María Muscari.
La vida real no hace metáforas; sólo el lenguaje las produce. En el teatro, no obstante, los límites entre un lenguaje y una vida, real, en escena, tienden a diluirse. “Todos estuvimos muertos”, dice un actor de Escoria en algún momento. Y el espectador, capturado por lo que el propio Muscari llama “cuerpos que portan sus propias escenografías y reliquias del recuerdo” –el espectador como el lector al mesmérico Valdemar, como el soñador a los fantasmas que se yerguen en los sueños–, el espectador le cree.
Estrella, tú que miraste
Ellos son (¿ellos fueron?) por orden alfabético: Noemí Alan, la tana de la Peluquería de Don Mateo; Liliana Bernard, la monjita protectora de Papá Corazón o la Felipa de Andrea Celeste; Héctor Fernández Rubio, el portero Efraín –blancas palomitas– de Señorita Maestra; Osvaldo Guidi, quien después de ganar el Martín Fierro por su personaje en Antonella no volvió a ser convocado en años; Julieta Magaña y la Batalla del Movimiento; Paola Papini, primera y célebre cola-less de los ochenta; Marikena Riera, de la banda del Golden Rocket; Willy Ruano, quien inventara el idioma de los chetos en el sketch con Pablo Codevila y Silvia Pérez; Gogó Rojo, vedette del Maipo Superstar; y Cristina Tejedor, la mala de las novelas, desde Rosa de Lejos hasta Amor Gitano.
Síntesis argumental
Teatro del Pueblo, pequeña sala en subsuelo del sótano. Guirnaldas de papel, gaseosas de segunda marca y vasos de plástico. Chizitos, palitos, luces de color. Las chicas nos convidan papafritas. Guidi canta Un poco loco, de Sergio Denis, mientras transcurre la espera. Las estrellas olvidadas, algunas ya presentes, otras a punto de llegar, se reúnen a festejar el cumpleaños del productor Escoria. Este es el lado B de la fama.
La mejor tradición biodrama
Escoria está a la altura de lo mejor que hemos visto de Muscari, léase Fetiche –el biodrama sobre la fisicoculturista Cristina Musumeci que inspiró la primera reseña de este blog (para leerla, click aquí: Fetiche)–. En aquella obra, seis actrices encarnaban a un solo personaje real que, tremenda masa muscular de por medio, era “mucha mina”. Aquí, diez personajes reales son sus propias reliquias, aquello que ha quedado de aquel gran personaje que les construyó la fama. Escoria invierte y redobla la apuesta sobre el difuso límite entre ficción y realidad, entre teatro y vida: la vida de los actores, que viven porque actúan o, como decía aquella legendaria canción ochentosa, actuaban para vivir. Hubo allí, en otro tiempo que es otro lugar, una vida de la fama, la experiencia desproporcionada de medir 66 puntos de rating -¿qué significa que todos los hogares de todo un país vean tu sketch y todas las familias te conozcan?–. Hubo allí un tremendo reconocimiento que se separó de la biografía personal y que, en cierto momento (para algunos dramático, para muchos imperceptible), ocultó y relegó a la persona a la sombra, a aquel lugar donde los espectadores nos sentimos con derecho de preguntar ¿Qué es de la vida de…?
Como si alguna vez hubiéramos sabido, y nos hubiese importado, qué era de la vida de. Qué era su vida.
Pero lo sabíamos.
De la máscara, del fetiche, de la persona[2], nosotros –televidentes, fans, espectadores–, nosotros éramos su vida.
Minutos Muscari
Es posible que tenga razón quien me dijo aquello de “en todas las obras de Muscari, te gusten o no, hay veinte minutos extraordinarios”. Si no dijo eso, inventé el recuerdo -¿y quién no lo hace? Obras fallidas, obras rotas, redondas, de una idea, obras que no son obras y obras que sólo lo son. Escoria es la ternura y la emoción de mi mujer, Carolina, al reencontrar en sus recuerdos aquella niña de la edad de nuestra Luna que bailaba La batalla del movimiento, es darse a sí misma un beso en la mejilla de Julieta Magaña. Es el Nachito de rulos ochentoso que chocaba las manos imitando el “hey, manso” del cheto Willy Ruano. Es el relato de Noemí Alan sobre su foto con la gorra militar, la estatuilla maldita del Martín Fierro de Guidi, las tetas atemporales de Gogó, el inoxidable Efraín.
Las reliquias pueden ser apócrifas –ese fragmento de la cruz no proviene de la cruz de Cristo; lo importante es la fe–. Ellos, que están allí esperando al productor Escoria, no son reales. Son, y la distancia conmueve, reliquias de lo que fuimos nosotros al verlos y armarlos/amarlos. Ellos son nosotros mismos mirando sus programas en el pasado.
¿Quién es el fantasma, entonces? ¿Sus máscaras o las nuestras?
Lo único que sucede es que ellos todavía están allí donde nosotros estuvimos.
¿Quiénes los hemos olvidado?
¿Quiénes somos la “escoria” entonces?
Náufragos del tiempo
Momentos Muscari en abundancia, las viejas, clásicas canciones se resignifican. Que todos los perdidos en la marea del tiempo al unísono canten “construiré una balsa y me iré a naufragar” es triste, pero cierto.
Y Willy traduciendo la canción de Julieta, que es el lado B de la batalla del movimiento:
Yesterday, /Ayer
All my troubles seemed so far away / todos mis problemas parecían estar tan lejos
Now it looks as though they're here to stay/ ahora parece que estuvieran aquí para siempre
Oh, I believe in yesterday/ oh, creo en el ayer
Suddenly / de pronto
I'm not half to man I used to be / no soy ni la mitad del hombre que fui
There's a shadow hanging over me / una sombra se cierne sobre mí
Oh, yesterday came suddenly / oh, de pronto llegó el ayer
…
NOTA
Este blog apoya la solicitud que nos fuera entregada durante la función: “El señor actor Willy Ruano solicita su apoyo y colaboración para cobrar por las repeticiones de acuerdo al tarifario establecido por la Asociación Argentina de Actores de la película “El profesor tirabombas” que pasan por la señal de cable volver”.
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[1] El cuento habla de “mesmerismo”, una pseudociencia precursora la hipnosis
[2] Del latín per sona- máscara que usaban los actores teatrales, indicando su personaje
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