La semana pasada fui a ver EL PASADO ES UN ANIMAL GROTESCO, de Mariano Pensotti, al Teatro Sarmiento (Sarmiento 2715, 4808-9479, jueves a domingo 21 hs)
La Rueda de la Fortuna
Su iconografía es poderosa: la enorme rueda de feria, o más antigua aún, la gran noria a cuyos cangilones los cuerpos mortales están atados, es regida por una diosa caprichosa y cambiante. Fortuna, que es la contracara del Destino o bien su sombra proyectada, destaca lo inestable, lo condenado a cambiar, la “mudanza” en términos del Siglo de Oro, un movimiento impredecible pero obligatorio como el de la Ley de las Mutaciones: no sabemos dónde estaremos mañana... Fortuna es la que arroja sus dardos para que sufra y sopese la existencia el príncipe de Dinamarca; Fortuna liga su nombre al ser o no ser, al oscuro argumento de una vida aferrada a la vida solo por el reverente temor a lo desconocido. Vivir –es decir, sufrir- se soporta solo por una asumida, filosófica ignorancia.
Y la diosa. La diosa hace girar la rueda a su voluntad (a su placer, a su capricho), cambiando las posiciones de quienes están atados a ella: los que ahora están abajo -en el mismo lodo, todos manoseaos-; los que se elevan en beneficios, medran, ganan gloria, poder… solo para volver a caer.
La obra
Teatro Sarmiento, contiguo a las fieras. Principios de la segunda década del tercer milenio. La rueda de la fortuna[1] yace horizontal, pero aún gira. El dramaturgo y director coloca los cuerpos en movimiento dentro del férreo, antiguo círculo. Y aquella rueda, sin poder, aún domina. El destino no es lo que era.
Síntesis Argumental
El futuro cineasta, la actriz errante, el trágico cuentista que abre un paquete que quizás no debió abrir, la hija que consume (y se consume por) los secretos de su padre. Según gira la rueda, distintos episodios de la vida de cuatro personajes autónomos son presentados por los cuatro actores. El marco temporal es tan estricto como el giro: incrustados en el recuerdo cronólogico de la platea, sucede lo que pasa dentro de los diez años que van del 99 al 09.
Un dejo de biodrama
No en vano los cobija la Sarmiento: Pensotti y sus actores se preguntan por la categoría “real” de los acontecimientos públicos de una década, y por lo teatral de los acontecimientos privados de las vidas reales volcadas a la ficción. ¿Ficción y representación? ¿Biografía y relato escénico? Durante la década que evocan, desde aquella idea de Vivi Tellas, el “biodrama” rigió explícita o tácitamente la programación de esta suerte de sala alternativa del Complejo Teatral de Buenos Aires. Los resultados fueron y son dispares e interesantes, con recurrentes ápices de calidad. Fuera de programa, lejos ya de la categoría de “obra de teatro basada en la vida de una persona real”, aún aparece, multiplicado, ese concepto en el punto de partida del proceso de creación –típico de la década representada-: un grupo de actores con una idea potente a cargo de un director/dramaturgo que experimenta y crea un espectáculo. Sólo que en este caso, como supersticiosamente corresponde a la inauguración de una nueva década, el resultado va más allá y se comenta a sí mismo: el modelo pide ya no una vida sino las “grandes ficciones del siglo XIX” y se atreve a la narración de lo grande en lo pequeño, mediante el puntilloso artilugio de la indagación grupal.
“¿Es posible en estos tiempos inventar grandes ficciones que contengan lo que imaginamos junto a sucesos reales de nuestras vidas y de las vidas de las personas que conocemos?”
Por lo general, la respuesta retórica es solo un cambio de entonación, una supresión de la pregunta. El Pasado… lo confirma. Pero se destaca a su vez, en este caso, por la rueda plana, que es el giro irónico sobre la década pasada…
La primera década pasada
Debo admitir que soy yo el que busca en las últimas creaciones de los mejores exponentes de una generación algo así como un muestrario de la utilización de las técnicas (mi comentario sobre Estado de Ira que a su vez se vincula con mis comentarios sobre Áspero es un ejemplo reciente de ello). Pero mi sensación no cambia: hay una suerte de mirada retrospectiva que distingue la utilización provocadora, “vanguardista” (a esta altura ya ingenua) de un micrófono de mano y una guitarra de fondo en Open House o en Luisa se estrella contra su casa (en esta última, solo la guitarra), y la sutil, casi necesaria presencia de ese micrófono en El Pasado es un animal grotesco: es un micrófono aceptado, un micrófono tomado casi “naturalmente” del teatro alternativo de la década anterior (la del 2000), para contar otra cosa, que es la misma, pero mucho mejor y en exceso.
Dominio técnico
Estamos hablando de Julieta Vallina, la de tantas funciones en tantas obras de Daniel Veronese. De el mismo Javier Lorenzo lleno de recursos (y a quien el concepto de edad no se aplica del todo). De Juan Minujín, en cuyo micrófono aún resuena el “y a ti te gusta” –desopilante monólogo erótico incrustado en un espectáculo de El descueve-, y también del Juan Minujín de Sucio. De Pilar Gamboa, sinónimo de lo “emergente” en los últimos diez años (Algo de ruido hace, Acassuso, El tiempo todo entero). La rueda gira, los cuadros sucesivos y mutantes no van hacia ningún lado, pero acumulan años significativos que de pronto son una década. Los actores –sus biografías actorales- comparten para el público teatral esos sentidos.
La profundidad
La Rueda es chata. La poética de lo menor existe y conmueve: el karaoke brasileño a cargo de Javier Lorenzo habla del Gran Relato hecho llanura. Las grandes ficciones del XIX arrinconaban lo berreta en el arcón de lo insignificante. Llamados a la arena de un relato grande (diez años en la vida de cuatro personajes) las técnicas del teatro de la década pasada se vuelcan sobre sí mismas y eso, a mi juicio, es la profundidad de la obra: una profundida técnica –dificilísima, útil, tal vez triste.
Las ilusiones del milenio son apenitas individuales, casuales, traumáticas o, a lo sumo, nostálgicas. Los hechos, gérmenes de la nada o coincidencias rabiosas. El modo de contarlo es lo profundo. La capacidad de cuatro actores de actuar desde afuera la conciencia (y la inconciencia) del otro y sus planos de representación alternados: narración, interpretación, monólogo interior, diálogo, testimonio, estado, interacción. Una rueda que ya no reparte infortunios y felicidades sino apenas una vacua sensación de movimiento…
El resto es poco. Con los genuinos elementos a disposición, desenganchados inexorablemente de cualquier posibilidad épica –el reverso sin rencor de nuestros padres setentosos-, El pasado es un animal grotesco se pregunta por el pasado, por el acontecimiento, por el sentido. Lo cual, para una obra tan bien hecha, es –sobre lo que sobre, y falte lo que falte- muy bueno.
[1] Notable dispositivo escenográfico de Mariana Tirantte en la puesta de Pensotti
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