miércoles, 19 de marzo de 2008

FETICHE, LUNA Y EL FUTURO

El 13 de julio de 2007 a las 21 hs Carolina Álvarez, mi esposa, y yo fuimos al teatro Sarmiento a ver el estreno de FETICHE. Recuerdo un par de detalles de esa noche: recuerdo a Alejandra Menalled, la productora de Los Padres Terribles, caminando por la vereda nocturna del zoológico y mirando curiosa mientras yo le tocaba bocina. Recuerdo al señor Kive Staiff en la puerta, saludando de pie junto a Ana María Monti y, por supuesto, recuerdo a José María Muscari haciendo los honores de acompañante de la señora Cristina Musumeci, fisicoculturista, teóloga y diplomada en salud sexual, en su entrada inicial. También recuerdo la obra, por supuesto: fue uno de los espectáculos más interesantes que vi el año pasado. Algo le dije al pasar al autor y director; no tan al pasar, en realidad: tomé posición en la “fila” de salutaciones a la salida de la obra y, esto sí lo recuerdo bastante bien, le dije a JMM que me había encantado el espectáculo y que le iba a escribir algo luego. Pero no lo hice. No lo hice de inmediato; no al menos en los tiempos en los que uno espera que los comentarios de una obra recientemente vista sean hechos. Sólo el 19 de enero del año siguiente, y a propósito de un intento de mangueo de entradas de En la cama, su siguiente obra, le escribí a José María este escueto comentario: “Hola, José María. Quería volver a decirte que me encantó Fetiche; fue una de las mejores obras que vi en el 2007”. Y luego, otra vez, nada. Hasta hoy, 16 de marzo.

En el intervalo que media entre estas fechas, varias veces pensé en la falta: “debería escribirle” o bien “la próxima obra que vea, si me gusta, le escribo”. Pero no. De hecho, con el tiempo me propuse, inspirado quizás por esta curiosa dilación, escribir algún comentario personal sobre cada obra que vea o sobre cada texto interesante que lea, subir el comentario a un blog y, si fuera positivo o valiera la pena y fuera posible, enviárselo al autor o director. Tanto es así que, recientemente mudado y con todo un fin de semana de actividades programadas (instalar, colgar, amurar, acomodar, comprar, pintar, pulir, limpiar, etc) me había reservado un par de horas de esta mañana de domingo para escribir un comentario sobre la novela que terminé esta semana (El entenado, de Saer) y otro sobre la obra que vi el viernes (Otros tiempos de vivir, la tríada de obras breves de Thornton Wilder dirigida por Alezzo). Es más, tengo en este momento abierta una ventana de windows con un documento de word en blanco que dice “Otros tiempos de vivir”. Y sin embargo, algo sucedió. Algo que dice que por fin es tiempo de hablar de Fetiche, de Luna y del futuro.

¿Qué me gustó de Fetiche? En principio, y por sobre todas las cosas, el cariño, el respeto, la sincera fascinación del autor y director para con su personaje. El desprecio, el desdén y la misoginia se me aparecían como una especie de “marco” previo, esperable, inevitable y difícilmente digerible; me decía una y otra vez, hasta el momento mismo de empezar la función, que tal vez sólo atravesando esas barreras encuentraría algo. Notablemente agradecido, no hubo barreras sino todo lo contrario. ¿Quién era el que despreciaba de antemano, el que miraba con desdén, entonces, el que sólo podía concebir una obra misógina sobre una fisicoculturista diplomada en salud sexual?

Allá por mediados de los 90, cuando escribía mis primeras obra sobre minas y “minitas” —Bety Phones Hugo, La historia de llorar por él— tenía la intención de elaborar creaciones valiosas utilizando principalmente materiales que la cultura dominante, prestigiosa o “prestigiante” descartara con desdén, pero evitando escrupulosamente, al mismo tiempo, aquel margen que también presentía de algún modo “canonizado” —debía haber algún tipo de desecho cultural tan ciertamente alejado de los (encantadores) cabarets alemanes de entreguerras como de la murga intelecto-carnavalesca universitaria—. Y así escribí sobre nenas conchetas que se burlan del novio grasa de su camuca, pero queriéndolas; y escribí sobre unas carilinas y un huevo kinder. Y diez años después, José María hace algo contundente, que le gusta tanto a aquel Ignacio como a este: hace una obra sobre una fisicoculturista con su discurso, desde su discurso, para y por su discurso, y deja que su voz diga las cosas de la obra, dialógicamente, sin ponerle el pie encima, sin exhibirla (a ella, a su cuerpo, pero sobre todo, a su palabra) como en una feria. Notable. Porque lo más curioso de la obra es que JM no toma y pone adelante, en primer plano y como tema, lo que uno esperaría de la vida de una fisicoculturista por default: el cuerpo. Toma la voz, el discurso, aquello que sostiene y socava ese cuerpo real tan excesivo, tan exhuberante. “Soy mucha mina”, dice y sostiene y es sostenida por las seis actrices-musumeci. La obra va enlazando, entonando como una canción, como una letanía, pero también como una discusión, una superposición y un canon, miles de palabras tan excesivas como el famoso “cuerpo musculado” que va cediendo, en la imaginación, bajo el peso de tantas otras cosas.
Por último (aunque hay y hubo mucho más), que una voz real resuene, reverbere e incluso se amplifique en una obra de teatro es algo que siempre busco y siempre me sorprende cuando, finalmente, aparece.

¿Pero qué sucedió esta mañana para que por fin escribiera sobre Fetiche? Mh. Como un ejercicio de psicoterapia casera, muevo un poquito la cabeza, asintiendo, relamiendo un pensamiento, y digo, como “confirmando”: mucha mina, mucha mina.

Lo que pasó es que pasó de todo. Esta mañana espléndida de marzo un cambio de hora oficial le añadió un tiempo al tiempo regular. En esos minutos flotantes entre el desayuno y la hora asignada a escribir sobre una obra me entretuve releyendo un “diario” que venimos escribiendo, Carolina y yo, desde hace 37 semanas. La primera entrada de ese diario dice que el 13 de julio de 2007 “vimos Fetiche, comimos en Bokoto y reservamos dos botellitas de champán”. Las botellitas de champán las descorchamos dos semanas después de ese viernes: el sábado 28, cuando el examen de sangre confirmó el embarazo.

La vida intrauterina de Luna Apolo Álvarez, mi primera hija por venir —y a quien esperamos para dentro de un par de semanas nomás—, empezó aquel viernes de Fetiche; lo sabemos con exactitud por el control médico que hicimos de esa gestación.

José María: aquel viernes de tu estreno me propuse escribirte un breve texto sobre mis impresiones de tu obra, que me gustó mucho. Pero en el interín entre aquel 13 de julio y este 16 de marzo sucedió algo que, básicamente, añade sentido y resignifica la propuesta. Intentaré, en el futuro, escribir algunas líneas sobre las obras que vaya viendo y los libros que vaya leyendo. Pero en honor a la gestación de la idea, que coincide con el día de la gestación de mi pequeña, esto debía empezar por aquí.

Mi esposa Carolina corta y pega fotos del embarazo en un álbum que estamos preparando con recuerdos de estos nueve meses; los gatos Dionisio y Electra deambulan por un depto nuevo que, finalmente, tiene una habitación de bebé, y yo, junto a una ventana, tomo mate y uso la mañana para escribir sobre teatro, que es un modo de confirmar el presente y reafirmar el futuro de todo lo que se está gestando.

Te mando un abrazo (y si tenés entradas para En la cama o algún descuento, por favor avisame ahora porque Carolina también quiere ir ¡y nos quedan sólo un par de semanas!)

Ignacio

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