martes, 23 de junio de 2009

Sobre ANESTESIA, de Paula Baró

El sábado fui a ver ANESTESIA, de Paula Baró a la sala Cámara de Teatro, Aráoz 1025; Sáb. 21.30 hs

Michel Gondry - Charlie Kauffman, remixados
La escena es sutilmente la misma, lo que en términos de clonación equivaldría a un suceso. Hay una “jaula” de acrílico que encierra un cuerpo humano experimental: del lado de afuera, el científico extravagante y su asistente tienen sexo; del lado de adentro, el humanoide los observa, ávido, y comprende lo que desea.

La película es Human Nature (2001), cuyos méritos, como de costumbre, se disputan en partes iguales el inefable guionista Charlie Kauffman (El ladrón de orquídeas, Eterno Resplandor de una mente sin recuerdos) y el director Michel Gondry (el de los videos de Björk, La science de rêves[1] y la misma Eternal Sunshine of The Spotless Mind). La obra es Anestesia, de Paula Baró.

En la obra, el cuerpo es humanoide porque está clonado; lo experimental es genético, en el sentido ácido, desoxirribonucleico (ADN). En la película, el cuerpo es experimental porque es “salvaje”, su spotless (inmaculada) mente no ha sido contaminada aún por el lenguaje, por la cultura. En la película, la mente del cuerpo salvaje comprende lo que desea y acepta humanizarse, abandonando el paraíso de heces y autosatisfacción por uno de higiene y de anhelos; en la obra, el cuerpo dice “papá, mamá”[2].

La escena pone en contacto (separa y une, como todo límite –en este caso de acrílico–) las clásicas díadas opuestas y complementarias: naturaleza y cultura, civilización y barbarie, deseo y represión.

Y siempre al final, a pesar de Frankenstein y del genoma, la díada básica en blanco sobre negro: vida y muerte. Qué más.

Síntesis Argumental
Al regreso de una fiesta, el experimento genético se consuma: el cuerpo clonado de una mujer cobra (y cobrará) vida/s.

Eterno Frankie
La publicación, en 1818, de Frankenstein o el moderno Prometeo, de Mary Shelley, pone nombre e imagen al horroroso fruto de la desmesura científica: quien se eleve hasta robar el fuego de la vida será castigado por un destino desbordante de muerte. La criatura mata, en noble secuencia, al pequeño hermano de Viktor, su creador, causando la injusta ejecución de una amiga de la familia, culpada del asesinato; luego el monstruo asesina al mejor amigo y a la prometida de su creador en la noche de bodas, precipitando la muerte del propio padre de Viktor, quien perseguirá inútilmente a su creación hasta el confín del mundo, donde lo que encontrará es su propia muerte[3].

Dos siglos más tarde, en un sótano de la calle Aráoz que replica un sótano ficticio (el mítico, genérico laboratorio secreto –otra de clones y científicos–), la pulcra creación observa a sus progenitores:

-Morite –le dice a uno.
-Y vos también, morite –le dice al otro.

Notable.
Lánguidos, irresponsables y torpes
Esta tríada (agotamiento, irresponsabilidad y estupidez) es marca generacional: la imagen de los padres. La inversión del mito. El manto de neblina tras la disolución.

La figura del adulto irresponsable abunda y se formaliza, insistente, en la escena (¿argentina? ¿porteña?) contemporánea. Puede leerse el mismo tópico, desarrollado, en la reseña de Buscado, de Agustina Gatto, en este blog (click aquí): un padre impotente cuyo hijo, como todos, ya se ha ido, lo apunta con una pistola para pedirle que le deje un recuerdo. El mismo padre que finalmente le dirá: “yo también te detesto”.

Aquí en Anestesia, los padres drogones y estúpidos graban discursos horribles en lenguaje artificial, que ni ellos entienden. No van a ningún lado, ni roban el fuego sagrado para beneficio de nadie. ¿De dónde venimos?, podría preguntarse. ¿Adónde vamos?

Venimos de la lánguida insensatez de la generación precedente, que baja de una fiesta a ver cómo está todo. Y la respuesta es… que se mueran. Todos.
…………………………………

Apostillas: Eterno Scottie
Así como desde el siglo diecinueve todo clon, toda criatura de laboratorio es Frankenstein, desde 1982 todo androide es un replicante.

ANESTESIA: La muchacha de cabellera exuberante pregunta, en su cajita de cristal, dónde está la puerta. Los estúpidos, irrelevantes padres no tienen la respuesta –porque no entienden la pregunta.

¿Cuál es la puerta, dónde está? ¿En el desierto lisérgico de The Doors? ¿O en aquella inolvidable réplica final del replicante, improvisada, según cuenta la leyenda, por Rutger Hauer?

Las puertas de Tannhäuser
I’ve seen things you people wouldn’t believe.
Attack ships on fire off the shoulder of Orion.
I’ve watched c-beams glitter in the dark
near the Tannhäuser Gate.
All those… moments will be lost in time,
like tears in rain.
Time to die
.[4]

He visto cosas que ustedes no creerían.
Naves de ataque en llamas más allá de Orion.
He visto rayos-c destellar en la oscuridad
cerca de la Puerta de Tannhäuser.
Todos esos momentos se perderán en el tiempo,
como lágrimas en la lluvia.
Es tiempo de morir.
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[1] Para más datos de esta película, ver reseña de Luisa se estrella contra su casa en este blog (click aquí)
[2] En la película, el cuerpo es un hombre flacucho, sucio y medio barbudo; en la obra, el cuerpo es femenino, inmaculado y abundante.
[3] La criatura Frankenstein toma el cuerpo de su “padre” para incinerarse junto a él: La imagen final, aún en la lejanía de los hielos septentrionales será, como en los mitos del Indostán, la consumación por el fuego.
[4] Monólogo final del replicante Roy antes de morir:Blade Runner (Ridley Scott, 1982).

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