La certeza
La conciencia de la muerte es una melancólica distinción, atribuida tradicionalmente sólo a la especie humana. Es el límite paradójico de todo conocimiento: su definición –puesto que todo ser humano, y sólo el ser humano, sabe que va a morir¬- y también su negación, ya que nada más puede saberse. La muerte, la gran igualadora, nos iguala en la ignorancia.
Disparos sobre San Telmo
Buenos Aires, otoño de 2010: la muerte dispara otra vez. Ocho meses atrás, en la reseña Sobre Hasta que la muerte nos separe, de Rémi Des Vos (click aquí), construí una pequeña serie, que por entonces creí agotada, en la cual un grupo de obras en cartel en Buenos Aires partían de la muerte como principio “disparador” de su relato. Las obras eran –y pueden leerse sus reseñas haciendo click sobre los títulos-: El último fuego, Rosa Mística (estas dos actualmente en cartel), Escoria y la citada Hasta que la muerte nos separe. Sus muertes: un bebé en una balacera policial, un niño atropellado, una anciana y una metafórica muerte en vida, en la que yo arriesgaba a la muerte como término sustituido.
La muerte, más allá del certero fin de una historia, implica casi siempre un cambio en la estabilidad de las vidas que persisten, un punto de inflexión en las otras historias. Desde el quieto dolor del duelo, al que le basta con detener el flujo de lo cotidiano para provocar un relato, hasta el clamor de la venganza –la espada de Laertes duplicada en la daga de Hamlet-. La muerte, comprendo ahora, no es sólo el sencillo denominador común de un grupo de obras plañideras sino una de las grandes fuentes clásicas de la que abreva una y otra vez nuestra imaginación.
Síntesis argumental
Una mujer reza, llora, se lamenta y conversa junto al ataúd reciente. La enfermedad, el amor, la pasada convivencia aún son imágenes. Irrevocablemente, se disolverán. Habrá otro encuentro, se sugiere. Y se sabe: el futuro es inevitable.
El inevitable monólogo
La forma monólogo abunda hasta rebalsar en Buenos Aires. Un sentido figurado solía expresar la saturación de obras de pequeño formato en nuestra ciudad diciendo: “levantás una piedra y hay una obra de teatro”. A esta altura, agregaría: sacudís las obras y caen monólogos.
Hace más de un año, tras ver una reposición de la notable y tierna Harina¸de Carolina Tejeda y Román Podolsky, me atreví a exponer la vigencia de esta forma teatral discutiendo a aquellos que la juzgaban perimida (el artículo Daulte Ex Machina puede leerse haciendo click aquí); también revisaba allí las distintas variantes formales de un actor que habla solo en el escenario, o que dialoga sin interlocutor: la simple versión a público, confesional casi siempre (Harina, Apenas el fin del mundo) o renovada por el uso de la retórica de la declamación al auditorio (Open House, Mujeres en el Baño); la frontera realista del interlocutor silencioso (La Gracia, La más fuerte), su clásica variante telefónica (Sucio, La voz humana), la enunciación poética, rítmica (Los sensuales, La ira de Dios), o la reivindicación de la narrativa oral, una fuente primordial que se reteatraliza (Medio Pueblo) y se acopla a dispositivos imprevistos (Rodando). De entonces a esta parte, se agregó el monólogo ritual: Rosa Mística, Revelación y, aquí y ahora, Es Inevitable.
El esplendor
Los videos de Diego Casado Rubio son el esplendor. Puedo incluso describirlos, puedo anticipar y saber que un cuadro se convierte en mar, que un blanco saturado se trasforma en rostro, apenas visible, en su blanca palidez. Y sin embargo, los vería otra vez. Los veré y serán otra cosa. Ya en El Anatomista, como efecto no buscado, sus videos competían y ganaban a la escena, devaluándola. Aquí, en un espectáculo más conciente de su utilización, video y cuerpo real se equilibran y se comentan.
Los videos de Diego Casado Rubio son el esplendor. Puedo incluso describirlos, puedo anticipar y saber que un cuadro se convierte en mar, que un blanco saturado se trasforma en rostro, apenas visible, en su blanca palidez. Y sin embargo, los vería otra vez. Los veré y serán otra cosa. Ya en El Anatomista, como efecto no buscado, sus videos competían y ganaban a la escena, devaluándola. Aquí, en un espectáculo más conciente de su utilización, video y cuerpo real se equilibran y se comentan.
Pantalla y muerte
Teatro es ese hecho vivo que se realiza en vivo; el video es una reproducción técnica. El playback, que suena mucho mejor que la voz real del cantante, no puede no sentirse como una devaluación de la performance: no por su calidad sino por su falta de presente. El presente es temblor y es error: el temblor y la torpeza de la vida. En la otra punta, la perfección -la completud- de una película, de una imagen, de una fotografía, son la plástica, la huella, la no persona.
Teatro es ese hecho vivo que se realiza en vivo; el video es una reproducción técnica. El playback, que suena mucho mejor que la voz real del cantante, no puede no sentirse como una devaluación de la performance: no por su calidad sino por su falta de presente. El presente es temblor y es error: el temblor y la torpeza de la vida. En la otra punta, la perfección -la completud- de una película, de una imagen, de una fotografía, son la plástica, la huella, la no persona.
La virtud del espectáculo de Diego Casado Rubio es la de hacer de estos opuestos, complementos: el espectáculo, en vivo, habla también de la muerte. Y lo hace desde la cualidad formal, que es competencia del arte.
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