jueves, 24 de julio de 2008

Sobre HIJOS DEL SOL, de Gorki. Dir- Rubén Szuchmacher


Manifiesto de la vastedad
El miércoles pasado fui a ver la extensa y populosa obra Hijos del sol, de Máximo Gorki, con dramaturgia y dirección de Rubén Szuchmacher al espacio teatral Elkafka. Digo “extensa” un poco por su duración –a esta altura del milenio, un obra del circuito independiente que dure una hora y media (y no 45 minutos, una hora o, en su defecto más pop, tres horas y media) podría decirse sin duda que es extensa. Pero también digo “extensa” por la cantidad de texto: la obra es llamativamente “textual”, un torrente casi ininterrumpido de palabras, dichas a bastante velocidad, bien dichas, mordidas, muchas veces constreñidas, a veces gritadas, acompasadas e incluso recitadas (hay, al menos, dos poemas en contienda). Eso, y no tanto la cantidad de gente porque ya estaba advertido por los afiches y el programa de mano de los 18 actores en escena, decía: eso es lo que me llamó la atención de entrada.

Szuchmacher elabora en el programa de mano, en un estilo en el que resuena el manifiesto político, un texto sobre la escala de la vastedad: habla de la compleja trama de los “grandes relatos” del siglo pasado, de los muchos o demasiados personajes, de la idea de “magnitud” perdida en los muy actuales y porteños pequeños espacios. De las muchas personas, y del vasto repertorio –puede leerse el texto completo de R.Sz. y más aún en el blog de Hijos del Sol: clik http://elkafkaespacioteatral.blogspot.com/2008/05/hijos-del-sol-de-mximo-gorki.html.

El director se manifiesta por la magnitud, y a su modo y en sus posibilidades, la escena la constituye. Arma un espacio (yo diría) “vasto” en la restringida sala Elkafka –la iluminación y el diseño espacial y visual contribuyen de algún modo a ampliar en lugar de constreñir. Los 18 actores, si bien no ingresan todos juntos hasta el saludo final, ocupan el espacio y lo transitan cómoda, espaciosamente. Y la obra se extiende, a todo texto, palabra tras palabra tras palabra, apretadamente, rítimicamente, a lo largo de más de una hora y media de un ininterrupido “decir”.

Decirlo todo
Pero la vastedad, la extensión, a mi juicio está también en otras partes. El mismo programa de mano es de un modo absolutamente poco habitual, un extenso documento que, como un gran relato, parece intentar decirlo todo. Son doce páginas más una carátula a puro texto: la ficha técnica, la lista de actores y personajes que interpretan, la biografía de Gorki, el manifiesto del director, y el curriculum de cada uno de los dieciocho actores más el del diseñador de sonido, el del iluminador, el del escenógrafo/vestuarista, el del peinador, el de la productora ejecutiva, el del productor ejecutivo, el de la asistente de escenografía y vestuario, el de la asistente de dirección, el del asistente de dirección, el de la diseñadora gráfica y el del operador técnico.

Nadie pretende que semejante programa sea leído en su totalidad; sin embargo, se entiende, un programa así apunta a una noción de totalidad –pienso, y sobre todo por Gorki y por extensión, los rusos, en el concepto de Totalidad inherente a la teoría de la novela de Georg Lukacs–. Pienso en la continuidad del juego de significantes, pienso en/con los grandes relatos. No sé -y no lo pensé- si el teatro (la forma escénica, no estos paratextos) puede aspirar a ese tipo de totalidad. Lo que hay aquí es una magnitud, que se propone como posición política. Política en un contexto y para un contexto: contra (o resistente a) la atomización de la propuesta teatral porteña (cientos de pequeñísimas obras independientes con reducido público). Esa, creo, es la idea del manifiesto, de la elección y de la puesta. Es como si dijera: en La Gracia (de Vilo y Szuchmacher –se puede ver la entrada de esa obra en este mismo blog) la idea era contraponer en el Rojas un largo monólogo dirigido al estímulo del pensamiento vs la tarambanización (tarambana, tarambana) escénica dominante –al menos en ese espacio. En Hijos del Sol, se trata de contraponer la vastedad al átomo, la idea “grande” de totalidad de aquel albor revolucionario del siglo XX, a la reciente fragmentación (posmo) de fin de milenio.

No sé si lo logra. Quiero decir: la contraposición es un manifiesto, y el manifiesto está hecho. No sé si logra poner un gran relato en escena, pero tampoco sé si es la intención y si es posible. Creo que pensarlo está bien, por el momento.

Lo lateral y lo central
Hice referencia a algo bastante tangencial a la obra (semejante esfuerzo y propuesta y asunto y puesta y todo, y yo hablando de un programa de mano). Pero la misma magnitud me des-centra a mí. ¿De qué habla la obra? ¿Qué historia cuenta? ¿Qué se puede destacar de ese relato? ¿Qué se puede destacar de la realización, de la actuación, de la propuesta? Podría intentar dar cuenta de algunas de estas cosas, pero siempre tendré la sensación de pretender explorar toda una ciudad calle por calle.

Aquí va una –mi– posible síntesis del argumento: rodeados, casi cercados, por una epidemia de cólera, una familia burguesa y sus sirvientes y allegados se entrega a quimeras científicas y enredos amorosos cuyo único destino es la inconsecuencia y, tangencialmente, la muerte.

Algunas calles del barrio
Hará un par de años (o más), una puesta sobre textos de Florencio Sánchez en el Sportivo Teatral, con siete actores menos y generada desde un paradigma de actuación muy diverso a este, recorría un universo de algún modo similar: familia burguesa en decadencia, a principios del siglo pasado, se enfrasca en una búsqueda quimérica y (también) se pierde en las encrucijadas del deseo inconsecuente, haciendo de los límites de la mansión/propiedad que habitan una especie de frontera contra el peligro/barbarie (social) que se cierne más allá, amenazante.

Me llama la atención, y me agrada que aquella obra regrese.
Hay otros regresos. Más allá de lo que una antigua amiga opine (dice: “te volviste noño con la paternidad y ahora todas las cosas que ves te parecen geniales”), si a estas horas de la noche y teniendo que bañar a Luna debo elegir algo, me inclino (hoy, de nuevo) por hablar de lo que me gusta en lugar de estar todo el tiempo enojado; elijo pues algunos retornos de esta obra (que en otros lugares y otras reminiscencias es, para mí y como resultado más despareja):

Casandra: en Liza, la hermana del protagonista, retorna aquella Casandra de Las Troyanas. Es la misma actriz, Irina Alonso, y la misma función profética, lunática, poética. Que retorna.

La precisión: Andrea Jaet es una actriz precisa, exacta. Y lo digo porque yo la dirigí y revelo mi preferencia. Decirlo es subjetivo. Y preciso.

El estilo: Dmitri Serguiéievich Vagin es Francisco Civit, o viceversa. Creo que en lo que él hace en Hijos del Sol se condensa lo buscado y lo logrado. Ahora, y no es casual, recuerdo que él cierra la obra.

La plástica: Hay un (¿retorno?) de la preocupación plástica de los cuerpos en escena. En muchos casos evidente –segundo acto, los personajes en sus bancos semi alineados, las figuras de pie sobre las tablas recitando, los anteojos para ver al Padre Sol. Los cuerpos casi posan para el cuadro (no la foto). El cuadro plástico.
El manifiesto dice “indagar algunas cuestiones no saldadas con el realismo”. La estilización de la pose y el movimiento, no sé si “salda” una cuestión con el realismo, pero sí creo que la provoca.

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